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Aquelarre (Antología del Cuento de Terror)

 

Nuestro colaborador Pablo Brañanova nos recuerda la Antología del cuento de terror español actual “Aquelarre”,  publicada por la Editorial Salto de Página en 2010. En estas líneas, valora la importancia e impacto de la colección, que en los casi tres años que median desde su publicación se ha confirmado como uno de los referentes ineludibles del género.

 

Por Pablo Brañanova

 

Aquelarre

 

 Aquelarre. VV.AA. Edición y prólogo de Antonio Rómar y Pablo Mazo Agüero. 

Salto de Página. 416 pp., 22€

 

¨…They like to put their toe in the cold water of fear¨, es la elocuente cita hitchcockiana con la que Antonio Romar y Pablo Mazo Agüero abren su antología del cuento de terror.

El magnetismo que lo terrorífico ha ejercido siempre sobre la mente humana desde los primeros estadios de la vida del hombre, es algo que el maestro del cine de suspense conocía muy bien, y la premisa de la que arrancan las páginas prologales de este volumen, que comienzan con una tenebrosa alocución al lector, hasta adentrarse en la sugestiva reflexión acerca de la tradición del género y su vigoroso estado actual.

La sugerente selección que compila Aquellarre reune a 24 prosistas de muy diversa índole con la intención de dar una visión renovada del cuento de terror. Si bien es cierto que Poe, Lovecraft o Quiroga se dejan entrever (como no podía ser de otra manera) en muchas de las páginas del libro, se destila de algunos de estos cuentos un afán de renovación del relato de horror tradicional, ya sea buscando la sugestión del lector de forma más sutil  a través de la vertiente psicológica, o insertando algunas figuras clásicas como el zombie o el vampiro en diferentes atmósferas a las que están acostumbrados.

Ismael Martínez Biurrum propone el relato más logrado de la colección: Medusas. Su inquietante planteamiento sumerge al lector en una trama en la que el suspense se dilata de forma magistral. Con un dinamismo típicamente cinematográfico, Biurrum consigue abrir hasta tres líneas de acción entre las que pivota alternando diferentes narradores, consiguiendo así, estirar la tensión diegética sin que nunca llegue a romperse.

En Cosecha de huesos encontramos un ejemplo perfecto de estructura clásica. Un cuento terrorífico a la antigua usanza, en el que el desenlace da sentido a la trama, cerrando el círculo que ésta ha ido dibujando. 

En El banquete del señorito, Norberto Luis Romero nos da cuenta de un escalofriante festín antropofágico. Las exigencias de sibaritismo canibal de lo que podemos entender como una especie de despótico señor feudal, vienen aquí ilustradas con detalladas y siniestras recetas. El cuento, busca la estampa atroz y no la peripecia narrativa, prescindiendo abiertamente de cualquier excusa argumental.

Otra de las piezas más sorprendentes corre a cargo de Juan Ramón Biedma, que en El Escombral nos dibuja su particular universo apocalíptico. Redundando en la decrepitud, la marginalidad, la sordidez, la enfermedad y la denigración humanas, nos sitúa el autor en la mirada de Olalla, una joven solitaria rodeada de despojos de vida, a la espera de su sentencia médica. Una interesante narración de atmósfera crepuscular.

Con el mismo nombre de la paródica épica gatuna de Lope, Marc. R. Soto nos propone una historia de corte realista que dista mucho del terror y la fantasmagoría. Un relato de gran hilaridad y también llamativa indefinición genérica, que estaría por momentos cercano al humor negro, con un final que adquiere tintes de macabra realidad carcelaria.

Mientras que algunos cuentos sólo esbozan levemente buscando la turbación que provoca no entender (El ángulo del horror), o sintetizan la hostil realidad dándole forma de fotomatón, otros, exploran los terrenos del terror gótico, dan al cuento para niños una visión oscura y tenebrosa (La luz de la noche), o recubren el misterio de sugerente lirismo (Círculo polar ártico).

Hasta no hace mucho tiempo, los preceptos de los maestros del relato, desde un punto de vista formal, parecían ineludibles si se querían obtener resultados fructíferos. El cuento de terror parecía especialmente relegado a la estructura cerrada, la tensión in crecendo y el final sorpresivo. Había de ser la narración escueta una estratégica selección de detalles significativos que tendiera indefectiblemente a su resolución para luego evaporarse.

Uno de los méritos de nuestros dos antólogos ha sido precisamente éste; la habilidad de extraer de entre tantas muestras y autores que cultivan el género, una acertada compilación que viene trufada de abundantes ejemplos de nuevas formas de sobrecoger al lector.

 

 

 

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