David Foster Wallace nos enseña a leer (y a divertirnos con la literatura) libros comerciales

David Foster Wallace tiene un don para dirigirse a la gente. Ya sea que uno lo ame o lo deteste (algo nada raro), su manera es única y persuasiva, pero sobretodo concisa, simple. Un buen ejemplo es el discurso que dio a los graduados de 2005 de Kenyon College, en Ohio. Una lectura notablemente arriesgada y lúcida con un toque de crueldad, que es quizá la nota que lo vuelve vibrante y que hace que quede impreso en nuestra memoria. Nos insta a que la vida no se nos vaya de las manos sin antes haberla examinado. Y esa es una forma de la libertad.
Wallace fue maestro de Literatura por muchos años. Para su clase de 1994 creó una suerte de “programa de los sueños”, al estilo de Auden, para enseñar ficción en la Universidad Estatal de Illinois. Gracias a la Universidad de Texas, que escaneó algunos documentos de su residencia en la universidad, podemos leer la copia del syllabus que entregó a sus alumnos en la clase de “Inglés 102. Análisis literario: ficción en prosa”, que revela el lado pedagógico de la lumbrera literaria que fue Wallace.
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La copia provoca, más que nada, que aquellos que amamos la literatura envidiemos a la clase del 94. Después de dar la definición de ISU de lo que se trata su clase, el escritor lo traduce a sus propias palabras.
En términos menos narcotizantes, Inglés 102 aspira a enseñarles a leer ficción más profundamente, a encontrar puntos de vista más interesantes sobre cómo   funcionan las piezas de ficción, a tener razones informadas e inteligentes para que te agrade o desagrade una pieza de ficción, y a escribir —claramente, persuasivamente y sobretodo interesantemente— acerca de las cosas que has leído.
Esta “informalidad” en su manera de explicar las cosas es el recurso que más persuade. Su selección de textos también es interesante para alguien que ha sido clasificado por la crítica como “pretencioso”. Para su clase, Wallace prescribe “lecturas de tienda de aeropuerto”; lo que él llama “ficción popular o comercial” como Carrie de Stephen King, El silencio de los inocentes de Thomas Harris o Las crónicas de Narnia, de C.S. Lewis. Pero precisamente para no desalentar a sus alumnos con el programa de clase, Wallace anota ahí mismo lo siguiente:
No dejen que ninguna cualidad potencial del aspecto ligero de los textos los engañe a pensar que esta será una clase fácil. Estos textos “populares” terminarán siendo más difíciles de analizar y criticar que otros libros de literatura más “convencional”. Acabarán trabajando más aquí que en otras secciones de 1 02, probablemente.
Los textos que él llama “convencionales” son casi siempre cuidadosas fórmulas en extremo. Es por ello la literatura comercial, que quizá es menos exquisita, puede ser más divertida. Y si algo tiene Wallace de esencial es eso: la diversión.
 

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