El escritor y su curiosidad (2)
El último verso
Cuando hablamos del último verso de un poeta o escritor no siempre nos referimos al término en sentido literal, ni en cuanto a verso y ni en cuanto a último. Lo que no quiere decir que, en ocasiones, no coincida una y otra cosa. O eso nos han dicho, que los timos se han extendido también en esta dirección. O se han tergiversado. No hay más que recordar el “luz, más luz” de Goethe en el lecho, palabras que tomaron como expresión poética, un instante de éxtasis, en vez de hacerlo en su significado habitual y cotidiano. Vaya, que corrieran las cortinas de la ventana y que entrara más luz. Eso fue lo dijo.
Dejo claro que documentar la certeza de las últimas palabras de cualquier autor es harto complicado, al menos en muchos casos; pero por si acaso, que diría un castizo.
De Antonio Machado sí hay constancia fidedigna. En el bolsillo del gabán de nuestro gran poeta y pensador se encontró un papel con estos versos escritos: Estos días azules y este sol de la infancia. No hay ningún vestigio posterior de su obra poética. Nada extraño, recordar la niñez en su patio de Sevilla a las puertas de la muerte y a más de 1000 km de distancia, pues Machado fue de los que se unió a la diáspora republicana y falleció en el exilio, en Colliure. Ligero de equipaje, como había dicho en otro de sus versos. Sus últimas palabras, sin embargo, fueron mucho más prosaicas. Y más tristes: Adiós, madre, dijo antes de entrar en coma.
Antonio Machado nos dejó también las últimas palabras de otro escritor español, el gallego Valle-Inclán. Así lo dijo en su obra Juan de Mairena y allí las escribe: “Cuánto tarda esto“. A otro que se le hizo eterno el tránsito fue a Balzac, el autor de La comedia humana, aunque ello no fue óbice para despedirse de este mundo con una nota de humor: “Ocho horas con fiebre. ¡Me habría dado tiempo de escribir un libro!”. O en tomarse una docena de cafés turcos, a los que era adicto y que junto con los excesos en la comida -así lo cuentan-, lo llevó prematuramente a la tumba a los 51 años. De todas maneras, más allá de la anécdota de su final, más importantes me parecen las palabras de su amigo Víctor Hugo en su funeral, por lo que querían ser de proféticas: “A partir de ahora, los ojos de los hombres se volverán a mirar los rostros, no de aquellos que han gobernado, sino de aquellos que han pensado”. ¡Qué lástima, don Hugo! A tenor de estas palabras, queda claro que lo suyo no era el vaticinio.
De lo último que se sabe de Charles Bukowski es que unos días antes de su muerte –padecía leucemia- compró un fax y en su único envío al editor le escribió un escueto “es demasiado tarde”. Con esa frase anunciaba su despedida de la literatura y de la vida. Así y todo, aún dejó un epitafio en su tumba, quizás como una forma de resumir su vida: Don`t try. (No lo intentes). Según su esposa, quiso decir que las cosas no hay que intentar hacerlas, sino hacerlas, directamente.
Si seguimos en América, nos tropezamos con el poerta chileno Vicente Huidobro, el iniciador del movimiento poético del creacionismo,cuya síntesis plasmó en estos versos: ¿Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!? / Hacedla florecer en el poema
Sus continuos viajes por el mundo le permitieron además trabar amistad con toda la heterogénea nómina de escritores y artistas de la vanguardia europea y durante la guerra civil –a pesar de su nacimiento en una familia aristocrática- arengaba a los rebeles para que se pasaran al bando republicano. Por entonces, Picasso ya le había dibujado como imagen de catálogo de una muestra de sus poemas en París. Lo que tampoco fue óbice para sus polémicas con Neruda –chileno, como él- o con Buñuel por cuestiones políticas.
A las puertas de la muerte, volvió de la inconsciencia en que estaba sumido. Conocedor de que se iba, condesó a sus cercanos el miedo a ese último viaje. Ese miedo fue, quizá, lo que provocó una reacción poco afortunada y que hizo llorar a su amiga Henriette Petit, a quien miró con fijeza y le gritó “¡Cara de poto!” (cara de culo)· Y murió.
Antonio Tejedor García