'Montañas tras las montañas', de Tracy Kidder
Por Ricardo Martínez Llorca @rimllorca
Montañas tras las montañas. Un hombre dispuesto a curar el mundo
Tracy Kidder
Traducción de Silvia Moreno Parrado
Capitán Swing
Madrid, 2017
376 páginas
Esta es la radiografía, la ecografía, la resonancia de un hombre bueno, el doctor Farmer, entregado a salvar vidas en el Tercer Mundo. Como tanta otra gente, sabe que está tratando de vaciar el océano con un cubo. Como tanta otra gente, al salvar una vida salva al mundo. Al mundo no: al universo. Esta es una historia que corre el riesgo de caer en el buenismo, o algo parecido. Pero es la historia de una persona que no conoce casi nadie, lo cual evita la pornografía sentimental: “Trabajaba cuatro meses al año, durante los que se alojaba en la casa parroquial de una iglesia, en un barrio pobre. El resto del año trabajaba gratis en Haití, sobre todo atendiendo a campesinos que habían perdido sus tierras con la construcción de una presa hidroeléctrica”. Así se resume la parte emotiva que afectaría al lector. Porque no se trata de sacarnos lágrimas. Tracy Kidder (Nueva York, 1945) lo sabe, porque conoce su oficio, y porque durante tres años convivió con alguien que tenía un proyecto de vida en el que no se puede hablar de altruismo ni nada semejante. El propio doctor confiesa que lo de los sentimientos es algo que no atañe a su trabajo: “Tengo sentimientos encontrados al respecto de estar vendiendo mis servicios en un mundo en el que hay gente que no puede pagarlos. Puedes tener sentimientos encontrados frente a eso porque es que debes tenerlos”. Así pues, Kidder da fe de lo que hace este especialista en enfermedades infecciosas, para quien su trabajo es muy sencillo: anatomía y pus. Todo se reduce a eso: anatomía y pus.
Pero Farmer es un médico que atiende a pacientes, no a la anatomía y al pus. ¿Cómo congraciarse con unos enfermos cuyas creencias principales están ligadas al vudú? Sencillamente, estudiando antropología. Framer fue antropólogo antes que médico. De hecho, para no andarse por las ramas éticas, fue etnólogo, alguien que quiso conocer antes que interpretar. Para interpretar no disponía de tiempo. Y así cae como una bomba que no explota en el país más pobre del mundo, para vivir, a su manera, el contrasueño americano. Cuestiona los principios por los que se ayuda a los países en vías de desarrollo (bonito eufemismo), porque cuestiona su dedicación. Y porque ve cómo las ayudas a estos países se filtran incluso en los bolsillos de los cooperantes. Pero ese es otro tema.
Kidder nos habla de la infancia nómada de Farmer y de un padre que marcó su vida, porque, sencillamente, estaba como una regadera. Pero en esa ruta y sobre ese caballo aprende poco a poco. Nada de caídas del caballo camino a Damasco. La teología de la liberación, que será su ideología de cabecera, no se construyó en un fulgor. Pero es importante conocerla, así como conocer cómo se la ha ido destruyendo, para reconocernos en esta persona, que la guarda dentro de sí, mientras se preocupa por reunir fondos, fundar escuelas y panaderías y, sobre todo, conseguir agua potable para todos. Kidder, poniendo muchas veces los conocimientos en boca del doctor, nos relata la historia de Haití desde 1980 en adelante, y cómo afecta el régimen político a la hora de tratar enfermedades o gestionar la salud pública. Pero la biografía de Farmer no se queda ahí. Su desconocida fama mundial le lleva a Perú, por ejemplo, para tratar e investigar la tuberculosis. ¿Por qué las nuevas cepas son resistentes a los fármacos habituales? Y por qué los protocolos clínicos no sirven, pues se mantiene con un fervor más que religioso a pesar de su probada inutilidad, como en este caso, en tanto las investigaciones pueden tardar años en dar frutos. Este debate, que Farmer abre y en el que participa, se mueve a la velocidad de una ballena varada. Al igual que el de las patentes y la implantación de un mercado negro de medicinas para salvar almas. Y, mientras tanto, Kidder y Farmer han conocido el sistema sanitario cubano, excepcional si no fuera por culpa de la falta de higiene y medicamentos. Al margen del régimen, nada debería afectar a esa distribución, que no llega por culpa del bloqueo que Estados Unidos mantiene, y que sacrifica a más gente de la que salva. Farmer, hiperactivo, se centra en el VIH durante su estancia en Cuba. Y se cuestiona la dirección en la que se esparcen las epidemias y sus motivos. Pero lo suyo sigue y seguirá siendo lo mismo: cuidar a la humanidad e intentar que nadie le considere una eminencia científica, ni un candidato al Premio Nobel de la Paz. A la gente se la quiere en silencio.
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