‘La maldición de Lono’, de Hunter S. Thompson
Por Ricardo Martínez Llorca
La maldición de Lono
Hunter S. Thompson
Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez
Sexto Piso
Madrid, 2016
204 páginas
He aquí la referencias que justifican toda una vida: el boxeo y la sangre en la nariz, las peleas de gallos y los espolones de las apuestas; el alcohol, preferentemente el whisky, combinado con cualquier cosa que uno pueda meterse por la nariz hasta tener el tabique de platino; las enfermedades raras y la visión de las enfermedades raras, es decir, las que están a flor de piel, incluidas las venéreas, y también las que afectan al estómago y provocan vómitos en los baños del hotel; las cucarachas que se esconden cuando uno enciende la luz de los baños del hotel, los revólveres, los travestis, las luces de neón. Y un largo etcétera que compone o contamina, según la mirada con que uno lo interprete, los escritos de Hunter S. Thompson (Kentucky, 1937 – Colorado, 2005). Se trata, en definitiva, de prestar atención a cualquier cosa que se esté degradando. Lo que no está en pleno proceso de fermentación, no merece figurar en sus párrafos. Esa es la elección de Thompson y a ese reportero, bañado en realismo sucio, es a lo que nos enfrentamos. Pero uno debe ser consciente de que el mundo no se acaba en los límites de las páginas mientras lo lee. Thompson lo sabe, sabe que el lector conoce muchas otras cosas, de ahí que sean válidas sus licencias, sus referentes, la selección de sus recuerdos.
Más moderado que en otras ocasiones, Thompson se embarca en un viaje para cubrir la maratón de Honolulú, y aprovecha para tomarse unas buenas vacaciones con todos los gastos pagados. La invitación incluye plaza para otra persona, el dibujante Ralph Steadman, que acudirá acompañado de su familia. A Steadman no le quedará más remedio que adoptar la postura del compañero gruñón, pues el viaje toma cada vez tintes más excéntricos y poco aptos para una sensibilidad no habituada a los chistes de la barra de bar de una penitenciaría. Si es que en las prisiones existen bares. Lo que sucede es grotesco, al filo de lo real, con un desfile de personajes con aspecto de encontrarse fuera de lugar, aunque también lo estarían en cualquier otro lugar del planeta. Que Thompson preste atención a este género de personas, se traduce en algo que podríamos llamar halitosis literaria. Pero Thompson puede ser desagradable, aunque, insistimos, en este libro mucho menos que en otros, pero nunca deja de ser sincero. Como siempre, su obra va construyendo un manual acerca de cómo sobrevivir entre gente que se cree vividores porque hablan con palabras gruesas y se enchufan mescalina o drogas de diseño, pues de ninguna otra manera sienten emociones. Y o uno se emociona, o está muerto. Estos rendidos deudores de un actualizado dios Dionisio tienen su moral, sí, una moral de marihuana en la que se puede presumir de que sobra la sabiduría.
Pero mientras tanto, contra viento y marea, en el sentido más literal del término, Thompson se empeña en prolongar su estancia en las islas con la única intención de poder salir a navegar. Aguanta tifones y tarados que sienten que eructar les produce sensación de libertad, hasta el punto de que en alguna ocasión intentan hacer una parrillada en medio de una tormenta en el mar. Empeñado en ese fenómeno de la pesca de grandes peces, como el pez espada, una actividad a medio camino entre el deporte y lo comercial, pasa semanas y semanas de pereza que le sirven para escribir este libro. Al mismo tiempo, lee e incrusta, a modo de espejo, escritos sobre la llegada del capitán Cook a las islas. Y, recordemos, los nativos creyeron ver en el capitán Cook a la reencarnación de Lono, su antiguo gran rey. Leyendo a Thompson uno no puede evitar preguntarse si le interesa la vida de los imbéciles. Una cuestión que el propio Thompson también se pregunta: ¿por qué a la gente le interesa la vida de un idiota? Thompson lo solventó todo quitándose la vida. Pero nos dejó unas cuantas páginas de periodismo gonzo que no son un mal recurso para hacer tabla rasa con la estupidez y entender que vivir es necesario, pero mejor de otra manera.
He leído toda la obra de Thompon, me considero un gran conocedor de su estilo de escritura y forma de seguir la vida.
Tras leer su artículo no puedo más que pensar que debe haber sido un encargo que de mala gana ha tenido que solventar como bien ha podido.
Thompson es uno de los mejores escritores del siglo XX, y no sólo hablo del mundo periodístico. Su estilo es inigualable, algunos se quedaron (como usted) en su faceta de «vividor», pero créame, gracias en parte a esa lisegia que empaña todas sus obras sale el genio.
Con todos mis respetos su artículo es basura. (Respetamos la frase original del autor del comentario, aunque nos parece inapropiada y carente de sentido crítico).
Para expresarse con respeto, su expresión final no es muy respetuosa. No así mi comentario sobre el libro. Una cosa es que no se trate de mi autor favorito y otra que hable mal de él, cosa que no sucede. «Thompson lo sabe, sabe que el lector conoce muchas otras cosas, de ahí que sean válidas sus licencias, sus referentes, la selección de sus recuerdos», es un elogio a la literatura de Thompson. «Thompson puede ser desagradable, aunque, insistimos, en este libro mucho menos que en otros, pero nunca deja de ser sincero», es el mayor elogio que se le puede hacer a un escritor. «Una cuestión que el propio Thompson también se pregunta: ¿por qué a la gente le interesa la vida de un idiota?», es el elogio más grande que se le puede hacer al espíritu crítico de un periodista, basta mirar cualquier telediario para comprobarlo. «Nos dejó unas cuantas páginas de periodismo gonzo que no son un mal recurso para hacer tabla rasa con la estupidez y entender que vivir es necesario», ya es la leche: le sitúa en el mejor plano de los moralistas. ¿Qué es lo que considera usted que es un escritor, si ya elogiamos su ética, su memoria, su sinceridad, su espíritu crítico, que es lo que al final construye su estilo? ¿Qué faceta no hemos dejado de elogiar? No, no es un encargo. El libro lo elegí yo. Su faceta de «vividor» (las comillas están bien puestas, pues no estoy convencido de que lo fuera, a mi juicio era más un superviviente, hasta que no pudo sobrevivir más) es su estilo. Como en todo escritor, no puedes cambiar eso que los filólogos llaman significado sin modificar el significante. Al final, son una misma cosa. Con todos mis respetos, le agradecería que se dirigiera a los que hemos regalado nuestro tiempo a un libro con un poco más de amabilidad. Incluso al editor el artículo le pareció acertado. Me pregunto qué diría Thompson. Por cierto… ¿lisegia?
Thompson diría que nos dejáramos de demagogias contextuales y nos ciñéramos a su escritura, sin más. Que nos ciñéramos a su palabra para lo que fuera que le encargasen un artículo.
No soy muy devoto del género periodístico y menos del mundo político norteamericano de los años 60-70, pero amo una buena forma de escribir. Esto, unido a un estilo y personalidad concretas para con mi gusto personal conforman mi escritor favorito (junto con el mago Alan Moore).
Quizá debido a mi fanatismo para con este escritor haya sido más grosero de lo que debiera.
Tras leer su respuesta recapacité.
Siento mis formas, me dejé llevar por la LISERGIA, sí, uno de los pilares de nuestro querido Thomspon, la lisergia.
Disculpe usted.
Si algun día se pasa por Elche le invito a un Wild Turkey y charlaremos de nuestro colega Thompson.
Buen comentario. Mi agradecimiento y mi admiración, incluso, por la reflexión. Comparto, por otra parte, la devoción por Alan Moore. No tanto por Thompson, que me parece un escritor, eso sí, que aportó mucho en su época. El libro no es la obra puntera de Thompson. Seguro que has leído más obras de él que yo y encontrarás otras de mayor calado. Pero sigue siendo un autor al que respetar y que nunca oculta su proyecto literario, lo cual es de agradecer. En cuanto a las disculpas, no hay que apurarse. En estos medios con demasiada frecuencia nos dejamos llevar por las tripas. Seguro que si nos vemos en Elche la charla será serena. Un abrazo
Bonita discusión, igualmente un abrazo.
Pero mientras tanto, contra viento y marea, en el sentido más literal del término, Thompson se empeña en prolongar su estancia en las islas con la única intención de poder salir a navegar. Aguanta tifones y tarados que sienten que eructar les produce sensación de libertad, hasta el punto de que en alguna ocasión intentan hacer una parrillada en medio de una tormenta en el mar.