La llamada de Teresa
Por Elena Rosillo.
Hay libros que te llaman. Desde su pequeño rincón asignado en una librería, o en una gran superficie. O, simplemente, por la calle, en manos de cualquier transeúnte. Cuántas veces no habremos envidiado a algún pasajero del metro, enfrascado en una lectura que, vista desde fuera, se nos antoja emocionante. Los libros nos llaman gracias a sus portadas, a sus títulos, a su apariencia. Pero, al igual que ocurre con las personas, su verdadera belleza se encuentra en el interior.
También puede darse el caso contrario, por supuesto. Quién no recuerda los ásperos y fríos libros que nos obligaban a leer en el Colegio. Muchas veces eran estos ejemplares los que más nos sorprendían, al no guardar ningún tipo de expectativa -más allá del mero aburrimiento- de su lectura. La belleza siempre se encuentra en el interior. Qué más daría si las tapas descorchadas de “Jane Eyre” y su aire lúgubre nos hacía asquear siquiera la idea de leerlo. Bastaba darle una oportunidad al clásico de Charlotte Brönte para saber que ni la portada, ni la encuadernación más esplendorosa harían justicia a un texto como aquel.
Algo parecido ocurre con la última novela de Helena Cosano, y no en vano ha aparecido el nombre de Jane Eyre a colación. No se me malinterprete: la portada de “Teresa. La mujer” es delicada y brillante, conceptualmente acorde a aquello que la autora pretende narrar – una mujer que reza, el castillo entre las nubes a sus espaldas. Tan lejano y cercano al mismo tiempo como aquel Esposo al que ella idolatra-. Se trata más bien de la propia idea que subyace tras el nombre propio que titula al escrito: Teresa de Ávila. Bien podría parecer que la última novela de Helena Cosano esconde otra odiosa novela histórica y teológica, de esas que solo son capaces de tragarse con regocijo los más devotos. Los que van bien vestidos a la Iglesia los domingos. Si, no lo niego. Yo jamás hubiera llegado a abrir este libro si no fuera porque lo firmaba una autora a la que admiro, y de la cual me fío. ¿Leerse una biografía de Santa Teresa, yo, atea confesa y no bautizada? Ni loca.
He de decir que pecaba de escepticismo y, sí -lo confeso, Oh, Señor- de prejuicios. Pues no se trata de un catálogo de credos, ni de una retahíla de textos sagrados lo que esconde “Teresa. La mujer”. Se trata de, simplemente, aquello que reza el propio título: la vida de una mujer. No de una santa, ni de una religiosa, ni de una cristiana. Simple y llanamente, de una mujer. Una chica, eso sí, condenada a la desgracia de nacer en el siglo XVI. Un tiempo que no le hacía justicia a su espíritu. Las “confesiones al borde de la muerte” de esta chica, de esta Teresa que bien podrías ser tú (o yo) están marcadas por dos condiciones opuestas: la libertad y la falta de ella. La capacidad para sentirse libre abrazando el único camino que, en aquellas circunstancias, en aquel momento histórico, podría permitir a una hembra – ese ser defectuoso y carente de virtudes, solo capacitado para proveer placer carnal e hijos – para hacer, dentro de lo que cabe, y con extremadas precauciones, “lo que ella quisiera”. Quién sabe si, de haber nacido el alma de la Santa en este siglo XXI, no hubiera decidido estudiar filosofía oriental, o dedicarse a viajar, o a trabajar en una ONG. Las posibilidades hubieran sido infinitas. En el siglo XVI, sólo había dos opciones posibles para una mujer: casarse (y, lo más probable, morir en el parto o a causa de él), o meterse a monja. (De lo de la farándula y las putas, mejor no hablamos, que se da para otro artículo entero).
Teresa era una mujer a la que la vida la llamaba. Su energía era infinita a pesar de las insoportables circunstancias y quebradiza salud física. Su motivación para valerse por sí misma, para alcanzar el conocimiento, para ser mejor, la convertían en un espíritu extraño en aquellos tiempos. El único que parecía comprenderla, a ella, que seguramente sólo había nacido en la época inadecuada, era su Esposo. Su Dios. El suyo propio, personal. El de nadie más. Suyo. Al igual queJane Eyre – con la que he creído ver bastantes semejanzas-, Teresa se ve condenada a adentrarse en una mansión gótica (un convento) para poder descubrir su propia libertad, feminidad y poder. Gracias a un hombre inalcanzable que la ama, pese a hacerse invisible en ocasiones, provocando su desesperación. Rochester en el caso de Eyre, Dios en el caso de Teresa. Al fin y al cabo, quizás nos encontremos tan solo ante una novela de amor. Y cuál no lo es.
Vuelvo a pedir en este punto que no se malinterpreten mis palabras. No es que Helena Cosano haya mancillado al personaje histórico (religioso), faltando a las propias creencias de la Santa. Más bien, lo que quiero decir es que ha tenido el talento y el saber hacer para desacralizar un personaje que podría carecer de sentido fuera del ambiente religioso. Cualquiera puede empatizar con una mujer como Teresa, sea cristiana, musulmana o atea (como yo). Una de las virtudes de este texto es la de sacar al personaje de su contexto histórico para convertirlo en universal. Para que sea comprensible en el siglo XXI, en las manos de una joven que no siente ni la más mínima inquietud ni curiosidad por la religión. Alguien que, de otro modo, jamás se habría acercado así a un personaje tan importante de nuestra historia. Importante además, y precisamente, por el hecho de ser mujer. Vamos, que la Cosano lo ha vuelto a conseguir. No solo ha escrito un texto claro, cercano, entretenido y edificante, sino que lo ha conseguido a pesar de que su protagonista sea Teresa de Ávila. La humanidad nunca fue un caracter etiquetable, y la Cosano es capaz de sacar toda la humanidad de la Santa sin faltar a su legado ni a su memoria. Bravo.