El horror en la justicia
Por Ricardo Reques.
La agenda negra
Manuel Moyano
Ilustraciones: Enrique Oria
Editorial: Pez de plata, 2015
«Un juez puede ser más vil que el hombre al que ahorca». Esta sentencia de Chesterton es la reflexión sobre la que gira La agenda negra, la última novela de Manuel Moyano que publica Pez de Plata en una edición muy cuidada e ilustrada por Enrique Oria. En sus páginas, cargadas de ironía, nos sumerge en un entramado trepidante en el que, con gran maestría, vuelve a mostrarnos ―como en otras de sus anteriores obras― la falta de valores y algunos de los desajustes de nuestra sociedad actual.
En una cultura relativamente tolerante como la nuestra, hay métodos para conseguir que algunas propuestas excéntricas, poco sensatas y hasta radicales puedan ganar el afecto de sus miembros y entrar en lo que se conoce como la Ventana Overton, un espacio abstracto ocupado por las ideas que va aceptando la sociedad. Amparados por la aparente injusticia que se percibe en algunos sucesos, en los que tras el juicio los acusados son condenados a penas que se perciben como insuficientes o poco severas, se barajan nuevas posibilidades de justicia que, cambiando la perspectiva, al principio parecen inaceptables, luego son algo asumibles y acaban por ser vistas como necesarias.
La constatación de la muerte del Doctor Gilabert es el desencadenante de la historia narrada por el protagonista que se hace llamar Ulises y que, como el de Joyce, inicia un viaje con hazañas más psicológicas que heroicas. Tras la pérdida de su esposa, se siente huérfano, solo desea desaparecer, aislarse del mundo. Igual que hicieran Kerovac o Bukowski se deja arrastrar por el alcohol. Bebe hasta olvidar, hasta perder la conciencia del tiempo. Pero la embriaguez y los laberintos del azar le empujan a iniciar un periplo por las aguas turbulentas de la sinrazón, el horror y el esperpento hasta hacerle cuestionar sus propias convicciones. A pesar del estado de depresión en el que se encuentra no pierde la curiosidad y es testigo de un accidente que será un nuevo punto de inflexión en su vida. «Ni siquiera un hombre en estado de profunda apatía puede resistirse al espectáculo de una catástrofe». El hallazgo de una agenda le conduce hasta una organización que trata de hacer justicia ―utilizando métodos propios, al margen de la ley, para llevar a cabo su particular venganza― ante la impunidad de algunos crímenes o la absolución demasiado temprana de los condenados. Buscan una sociedad regida por estrictas normas de castigo, sin atenuantes ni perdón para los errores, una distopía con el código de una antigua ley babilónica
Al igual que algunos de los personajes de Kafka, Ulises se ve envuelto en una trama de la que no puede salir y se pregunta si eso está ocurriendo de verdad. Se enfrenta a un dilema, a una angustia existencial, que podría recordar la desazón de algún personaje de Dostoievski, cuando los que le rodean tratan de convencerle de algo que choca frontalmente no solo contra su razón, sino también contra sus sentimientos. De alguna forma parece saber que solo si se pierde en el abismo podrá volver a encontrarse.
A lo largo de la novela son frecuentes las referencias a otros autores como algunos ya citados y otros como Voltaire, Alain o Dante. Con un ritmo ágil, con una prosa austera, eficaz y envolvente, con un suspense que persuade al lector hasta el final, el relato de Moyano es capaz de crear una atmósfera opresiva que angustia al lector y alternarlo con pasajes de humor e ironía que hacen de contrapunto y dan a la escena un matiz desconcertante, siniestro y macabro.
La literatura ―según Vila-Matas― nos sirve para buscar la verdad a través de la fusión entre la vida y la ficción. Moyano invita, además, a la reflexión, nos muestra lo absurdo de la sociedad y lo hace, desde el escepticismo, de un modo inteligente.