Nuestra señora de París, de Víctor Hugo
Por Silvia Pato @SilviaP3.
Título: Nuestra Señora de París I y II
Autor/es: Hugo, Víctor – R. de Dampierre, Carlos
Ilustrador: Lacombe, Benjamin
ISBN: 978-84-263-8423-2 y 978-84-263-9091-2
¿Por qué un clásico es un clásico? Seguramente sea debido a un cúmulo de razones cuyo mayor o menor número dependerá, en gran medida, del lector que se las atribuya. Sin embargo, hay una entre todas ellas que resulta indiscutible. Un clásico es un clásico porque resiste el paso del tiempo.
A través de los siglos, de diversas culturas, de sucesivas épocas históricas y de las más dispares sociedades, la obra clásica de un autor sigue sacudiéndonos por dentro a cualquiera de nosotros, tal y como hizo la primera vez que salió de la imprenta, transportándonos a otros mundos, viajando a través del espacio y haciéndonos vivir otras vidas con el ansia y la urgencia que provocan que devoremos un libro. En esta materia estaban especialmente versados los escritores decimonónicos. Victor Hugo era, cómo no, uno de ellos.
Dramaturgo, poeta y novelista, Hugo forma parte de la historia de la Literatura, siendo recordado por el gran público a causa de dos novelas históricas que destacaron sobre el resto de su obra: Los miserables y Nuestra Señora de París. De antemano vaya mi predilección por esta última, protagonizada por Esmeralda, un personaje femenino que sirve como eje central de una historia que supuso una de las cumbres del Romanticismo. Por ese motivo, cuando uno encuentra una edición de Nuestra Señora de París, ilustrada por el magnífico Benjamin Lacombe, cae subyugado ante esos lomos ribeteados de dorado, con los hermosos rasgos de la gitanilla, los oropeles que enmarcan sus párrafos y las imágenes que ilustran sus capítulos.
En estos dos preciosos volúmenes, en los que el libro objeto se convierte en ese fetiche que tanto disfrutamos los bibliófilos, no se ha escatimado ni en la calidad del papel, ni en el grosor de sus tapas, ni en el cuidado color para mayor lucimiento del trabajo del ilustrador francés. Edelvives ha editado este clásico con tal mimo y cuidado que volvemos a descubrirlo, sin dejar de sentir cierta envidia por aquellos que lo conocen con esta vestimenta por primera vez.
Con el temor de afrontar una lectura que ya me había dejado embelesada en mi adolescencia, y algo temerosa de quebrar aquel bello recuerdo, me asomé a reencontrarme con Nuestra Señora de París acompañada de los dibujos de Lacombe. Una vez más, Hugo no me ha defraudado.
Allí estaba la bella Esmeralda, que ha pasado al acervo popular como imagen de mujer fatal cuando de fatal solo tiene su destino; el desgraciado y deforme Quasimodo; el frívolo capitán de la guardia; el atormentado archidiácono Claude Frollo; y el que siempre fue mi predilecto: el poeta Pierre Gringoire. Y todos ellos encaminándose hacia la fatalidad bajo la eterna presencia de las gárgolas y las campanas de la catedral.
Lo cierto es que, tras el primer capítulo, y con la magistral traducción de Carlos Ramírez de Dampierre, ya no podía parar de leer. Caí presa de su embrujo como caí la primera vez, con esa locura embriagadora en la que uno se sumerge cuando lee un clásico que siente la necesidad imperiosa de acabar, aunque no quiere que acabe, ansioso por acompañar a aquellos que nos ha presentado con tal maestría Hugo en esta historia de deseo, amor y piedad.
Nuestra Señora de París es un libro para leer, para releer, para contemplar, para acariciar, para emocionarse, soñar y reencontrarse; un libro que vale la pena recomendar; un libro que Walt Disney destrozó en una película de animación que espero que no sea la única imagen que tengan algunos de la obra; un libro que es una delicia.
Y sí, tiene unas ilustraciones soberbias, pero ese no es motivo suficiente para colocarlo en la sección infantil de algunas bibliotecas y librerías; aunque, bien mirado, el prejuicio que se tiene a menudo sobre lo uno y lo otro bien daría para un artículo. Mientras tanto, a quien no haya leído una de las obras más importantes del Romanticismo francés, se lo recomiendo; y a aquellos que lo hayan leído hace mucho, mucho tiempo, simplemente les advierto: Vuelvan a él. Pueden hacerlo sin miedo. Seguramente, lo disfrutarán todavía más.