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Vascos al pilpil

vascos al pilpilVASCOS AL PILPIL

José M. Prieto

 

Por Rafael Talavera

 

Cierto día, en el transcurso de una de nuestras habituales charlas de los sábados, me habló José María de un libro de poemas que había escrito acerca de los vascos y que, a pesar de mi poco interés por el tema así como mi desconocimiento casi total de sus entresijos, despertó vivamente mi curiosidad. Me pareció sumamente interesante y le pedí que me lo dejara leer. Me extrañó, finalizada su lectura, que no hubiera salido antes en nuestras conversaciones, pues casi siempre versan sobre poesía. A mí, en esa primera lectura, me resultó deslumbrante, aunque no en el sentido con que ese adjetivo irrumpe para valorar una obra. No. Me deslumbró la claridad, la nitidez, la transparencia con que se nos mostraba, por vez primera, un paisaje que siempre había sido un barrizal complicado, si no imposible, de atravesar. Así, más o menos, se lo dije, y el asunto se animó; y José María, que sabe verlas venir así como moverse cual anguila en las aguas turbias donde flotan las editoriales, pronto logró sorprendentes resultados, bastante satisfactorios si pensamos en el tema y en sus más que probables repercusiones ibéricas en tonos, por supuesto, desabridos. Ya se sabe: este país es un megáfono de desencuentros a grito pelado o, lo peor, a medias palabras dichas sin casi mover los labios.

 

Un libro de José María Prieto es un artefacto inabordable sin incluir en semejante empeño al personaje mismo, a José María Prieto y su personalidad que lo engloba como una cáscara a su huevo. Más inabordable aún para alguien como yo, que, como dije más arriba, soy un completo ignorante en el tema que se trata en este libro, es decir, en la tan dilatada como penumbrosa movida vasca: la verdad es que, desde mi cegatería, hubiera titulado yo este libro “Vascos en su tinta”, dado lo mal que se ve dentro de un caldo cocinado en su propia tinta, como es éste, y además tan casero, tan, como su lengua autóctona, elaborado con bisbiseos que no dejan huella, o con castizos denuestos que se deshacen en el aire del hervor, y no con el vehículo indeleble de la escritura, al menos hasta épocas recientes. Pero Prieto es un hombre claro, directo y, ante todo, culto. Además de poeta, que quiere decir ahorrador de palabras y creador de grandes charcos de reflejos donde se hunden las imágenes desnudas y hablan por sí mismas, sin los intermediarios de siempre, normalmente tan retóricos y deslumbrantes como mentirosos. No. En este caso no: porque el autor ha elegido, sabiamente, el artefacto de la palabra poética, que tiene buenos cimientos a prueba de bombas.

 

Si bien las llamadas “verdades” éticas o filosóficas pueden ser, y de hecho lo son, discutibles, lo son menos aquéllas otras, más verdades por su inalienable refrendo de lo real, que se refieren a hechos concretos, con nombres y fechas, con dóndes y cómos y oscuros o inexistentes porqués y hasta fotografías y vídeos y portadas de diarios y cabeceras de los noticieros televisivos y víctimas viudas o huérfanas desesperadas de dolor, pero que a pesar de todo eso comparten (¿cómo se puede llegar a semejante perversión lingüística?) con el resto de las verdades su manera de existir dudosa y clandestina, sí, su clandestinidad de sentido, sus entrevisiones a través de rendijas en movimiento, zarandeadas a conciencia para que la foto salga movida, irreconocible, o cuando menos consiga sembrar la duda. Y este destierro de ciertas realidades o verdades a la clandestinidad forzada por otra igualmente clandestina pero omnipresente violencia social y cotidiana es lo que les ha sucedido a los asuntos vascos, a los más vascos de los asuntos: los referidos a su lengua, a su cultura, a su forma peculiar de ser, a su partisana religiosidad, todas más o menos inventadas o construidas apresuradamente para dotarlas de un pasado de velocidad normalizada y aparecer en escena casi con un cansino andar por casa o como si vinieran de tomarse unas buenas tapas en el Bar Euskadi charlando, por supuesto, en euskera.

 

Señores, lean ustedes “Vascos al pilpil”, lean a José María Prieto: no hallarán un ser más ecuánime y fiable, ni mejor documentado, ni que traicione menos la verdad que él. En un país, o cultura, o como prefieran llamarle a esos pagos, donde la palabra clara, además de cara, ha sido subterránea, amordazada, desterrada a la clandestinidad del gesto y del sobreentendido en la vida real, donde se ha ejercido la violencia de una lengua y de una identidad impuesta por decreto, donde se ha hablado siempre en metáfora no para llegar más lejos en el decir sino para lo contrario, para quedarse cortos, quietecitos justamente en la marca señalada en el suelo a los actores por los directores, en un entorno así, digo, la claridad de la palabra, el hecho de llamarle a cada asunto o cosa o suceso por su mondo nombre, sin más, sin siquiera adjetivos que envuelvan lo dicho en sospecha de oxímoron o de hipérbole, esa claridad, repito, obra el milagro contrario, el de transformarse en pura poesía, en metáfora justa, en estremecimiento, en la emoción que dan la libertad de poder ir más allá y de decir cada uno lo que piense y vea con sus ojos y sienta y, así, convocar al ángel de la libertad y de la poesía: la verdad emocional de un pueblo sometido a la forzosa mudez del indecible pero machacón sobreentendido, y a llamarle a eso convivencia. (Como pueden apreciar, no hay aquí, en esta reseña, citas de versos escogidos por su belleza u otras razones, pues no busca este libro exaltar la belleza, sino mostrar la fealdad de la verdad: y en eso, el verso mismo es su claridad suprema a la que ninguna explicación puede añadir nada que merezca la pena.)

 

Es José María un hombre sumamente serio, con mucho sentido del humor, pero también indomeñable: si fuera una varilla de metal pueden estar ustedes seguros de que no conseguirían doblarla, es decir, desviarlo de la dirección de su pensamiento. Su amor a llamarles a las cosas por su nombre, su desprecio de lo soterrado, de lo oscurantista, lo convierten en un paladín sin caballo y desarmado de armas, pero con la lanza irrompible del pensamiento bien templado al fuego y esa facilidad para mezclar y equilibrar (y éste es el maravilloso atributo de los poetas y de la poesía) lo triste con lo empático, el dolor con la distancia intelectual necesaria para no perder de vista sus entresijos, la compasión con la nota de humor que distiende y hace la cruenta escena más llevadera y correctamente interpretable.

Celebren, por favor, la existencia de José María, así como la aparición de este implacable libro, “Vascos al pilpil”, y léanlos a los dos, pues que los dos son uno. Pues que todos, en este hermoso y extraño país, somos uno.

 

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José M. Prieto es Catedrático de Psicología del Personal en la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Academia de Psicología en España. Último CV actualizado en

http://pendientedemigracion.ucm.es/info/Psyap/cv/Cvjmp.pdf

La reseña de publicaciones literarias de José M. Prieto está en “Escritores Complutense” y luego Lista de autores en http://biblioteca.ucm.es/escritores/ y se incluyen ejemplos, pasajes.

Vascos al pilpil se puede adquirir en www.amazon.com y en www.editorialsb.com y en Google Play y en Amabook las versiones electrónicas.

 

 

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