Mahi Binebine: “Comencé a pensar que en su situación yo también podría haber sido una presa fácil para el yihadismo”
Por Telmo Avalle @telmoavalle
Los caballos de Dios
Mahi Binebine
Alfaguara (2015)
Aquel también fue un ‘viernes negro’. Hubo el mismo vértigo al despertar en el interior del miedo de otro. La misma sacudida a la conciencia y su aturdimiento propio. La distancia entre ese ayer y el hoy es la certeza de que la memoria de aquel viernes fue más vaga y difusa de lo que será ésta última. Tampoco parece incomodar aquel descuido pues, como dice William James, el principal trabajo de la memoria es olvidar.
La mácula del terrorismo islámico rompió la calma cotidiana de Casablanca en la noche del 16 de mayo de 2003, cuando catorce jóvenes se inmolaron contra cinco puntos distintos de la ciudad de forma más o menos simultánea. Doce años después de aquel atentado el esfuerzo por comprender la maquinaria de la propaganda yihadista no es ajeno. Hoy ese desafío es más urgente que nunca.
En ‘Los caballos de Dios’, publicado por Alfaguara, el escritor Mahi Binebine (Marrakech, 1959) ofrece un relato delicado y humanamente poético de la vida en Sidi Moumen, una barriada chabolista jalonada por la miseria donde «chirrían los dientes siempre por la omnipresencia del polvo». De allí eran los jóvenes que participaron en el atentado de Casablanca, y allí, encima de un vertedero, vivieron su ilusión infantil por el fútbol, hasta que las mafias religiosas les prometieron una plaza personal en el paraíso a cambio de un final suicida. Niños deformados en terroristas.
Mahi Binebine tiene la cualidad, o puede que se trate de la determinación, de ahondar en realidades donde nadie, salvo él, ha reparado antes. Esa providencia de ser el primero conlleva que, en ocasiones y respecto a ciertas problemáticas, su pensamiento alumbre zonas que todavía están oscurecidas. Indaga curas para heridas sociales aún sin abrir. Así sucedió en su novela ‘Cannibales’ (título original) con el tamiz de la inmigración ilegal. Y así vuelve a suceder con ‘Los caballos de Dios’, donde se adentra a reflexionar de manera profunda y humana sobre la génesis del terrorismo islámico.
La novela intenta comprender el embrión del yihadismo. ¿Cuáles son las razones de su origen?
Yo sólo he tratado un aspecto de los que llevan al yihadismo, y es la miseria. En este libro intento contar cómo unos chicos que no han recibido educación, que viven en un vertedero en condiciones miserables, son manipulados precisamente por estas mafias religiosas, que viven instalados estas zonas de chabolas y los consiguen convertir en bombas humanas. Es solamente una de las razones que llevan al yihadismo. Existen otras, pero no las he considerado en la historia. Quería comprender cómo en un país como Marruecos, que no es violento ni tampoco lo es su población, hemos podido llegar hasta aquí. Porque hasta ahora habíamos tenido a lo mejor un caso, pero nunca nos habíamos enfrentado a bombas humanas. Entonces, en 2003 catorce chicos salieron de este barrio de chabolas, se dirigieron a la ciudad y se inmolaron. Causaron 45 muertos y centenares de heridos, y yo quería comprender qué es lo que había pasado para que esto se produjera y quién los había ayudado a convertirse en bobas humanas. Está claro que este problema existe y que están instalados en estas barriadas. Precisamente, un amigo mío periodista fue el que me ayudó a entrar en Sidi Moumen, ya que después de los atentados la gente desconfiaba mucho de cualquier persona ajena al barrio. Mi amigo era de allí y fue el que me ayudó para que viera el estilo de vida de sus gentes.
¿Cómo fue esa infiltración?
La familia y los amigos de mi amigo vivían en Sidi Moumen, de modo que fuimos allí para que me los presentara. Fui con ellos porque quería visitar esas chabolas, quería saber cómo vivía aquella gente; sobre todo conocer el entorno para poder empezar a trabajar en la novela. Me llevaron a conocer las familias de los kamikazes, con las que hablé mucho. Hice cerca de diez visitas antes de comenzar a escribir el libro. Recuerdo lo primero que vi fue a unos chicos jugando al fútbol en lo alto de un vertedero. Y estaban contentos y felices y me dije: estos niños serán los héroes de mi próxima novela. Empecé a escribir la novela en 2004, con muchos problemas. En 2006 dejé de escribir porque empezaba a entender demasiado, es decir, comenzaba a pensar que de haber estado en su situación, sin colegio y sin educación, yo también podría haber sido una presa fácil para estos vendedores del paraíso. Me hubiese podido convertir en una bomba humana.
Sidi Moumen es la confluencia natural de todas las decadencias, adonde no llega la mirada de Dios, y aunque el fútbol es la única ilusión para esos jóvenes, al final el único camino que les proponen es unirse a la yihad.
Estos chicos son chicos ordinarios, comunes, y me recuerdan a mí, porque también vengo de un barrio de Marrakech. Mi madre era secretaria, somos siete hermanos y yo también jugaba al fútbol. Y sí, podría haber sido una salida, pero existen estas mafias religiosas que se han instalado en estos barrios y que buscan precisamente a estos chicos. Trazan un camino muy bien aprendido: primero los sacan del vertedero, los limpian y convierten en personas limpia. Luego los acercan a Dios, y claro, las familias se muestran contentas de ver a sus hijos vestidos de blanco, limpios y con barba. Todo ese trabajo lo desarrolla la mafia, que es como una organización política. Más tarde empiezan mostrarles vídeos sobre Palestina, Chechenia y les inoculan que hay héroes que han muerto defendiendo el islam de los judíos y los cruzados. Se dirigen a ellos en un discurso muy bien aprendido sobre la humillación que sufren en todo el mundo. Poco a poco van eligiendo entre estos chicos a los que ellos llaman «los elegidos», hasta que al final los convierten en kamikazes. Y es curioso, porque sólo se necesitan dos años para convertir a un chico en un kamikaze.
Y en ese tiempo procuran erradicar en los jóvenes todo resquicio de pensamiento libre y asegurarse de que aceptan la humillación de su origen social. Esto crea en el lector cierta empatía con estos chicos, a los que ve como víctimas.
Efectivamente. Por su puesto que son victimas, porque el Estado ha permitido que crezcan estos barrios de chabolas y que han cerrado los ojos frente al problema. Todos los dictadores del Mundo Árabe, y en particular de Marruecos, han dado la espalda a la existencia de estas barriadas eliminando cualquier alternativa que se opusiera al poder. Los únicos que lograron resistir a esta dictadura fueron las estructuras islamistas, que estaban muy bien organizadas. Los islamistas que hay ahora y que se han instalado en estas zonas chabolistas no son el fruto únicamente de los dictadores que han permanecido a lo largo de la historia. También es responsable esa gente rica marroquí que paga un salario de 150 euros a las personas de las zonas marginales. Hay muchos responsables de esta situación, pero además estos pobres chicos se matan ellos mismos. Son personas utilizadas.
¿Qué grado de responsabilidad tienen los países occidentales?
Algunos países occidentales han seguido el mismo juego que los islamistas
¿Cómo es Casablanca hoy en día?
Ahora mismo el Estado ha tomado consciencia de que el islamismo radical es un peligro y ha decidido a acabar con estas barriadas, que es algo que debería haber hecho hace cuarenta años. Están destruyéndolas poco a poco para reemplazarlas por edificios de realojo. Los vecinos no aceptan estas casas y lo que hacen es alquilarlas para construir otra barriada en una zona más alejada. Es algo muy difícil de erradicar. Creo que llevará unos veinte o treinta años hasta que puedan acabar con ellas realmente. Y ese fallo de crear zonas de recolocación es un error repetido de lo que sucedió en Europa; porque al final hacinamos a gente en estos edificios, la olvidamos durante treinta años, y un día nos encontramos con que hay un montón de gente, de múltiples nacionalidades, que ha sido marginadas y termina convirtiéndose en un gueto. Es un grave problema. Yo creo que hay que crear barrios sociales y ligarlos siempre a la sociedad y a la ciudad. Es lo que hacemos nosotros a través de un centro cultural en Sidi Moumen.
¿Fue allí donde se intentó acercar a las familias de las víctimas y de los kamikazes?
Junto con Nabil Ayouch, que es el director de la película, nos dimos cuenta de que habíamos ganado muchísimo dinero y notoriedad, de modo que nos dijimos que era hora de devolver a la gente de Sidi Moumen todo lo que habíamos ganado. Decidimos construir un centro cultural allí mismo. Por cuestiones legales y para poder desarrollarlo necesitábamos una fundación, y como Nabil ya había creado la Fundación Ali Zaoua lo gestionamos a través de ella. Hicimos una subasta de mis cuadros y también de esculturas, en torno a cien obras, y abrimos el centro cultural Les Êtoiles de Sidi Moumen (título original del libro) en el centro del barrio. Es un complejo muy grande, con cerca de 2.000 metros cuadrados y una página de Facebook que puedes consultar. Tiene una biblioteca y salas de baile, de cine y de ordenadores. Además, hemos encontrado los medios para que se financie sin nuestra ayuda. Lo primero que hicimos cuando la abrimos fue proyectar la película Los caballos de Dios en la sala, que tiene unas doscientas plazas, más o menos, e invitamos a familiares de los kamikazes y de las victimas. Era la primera vez que se iba a hacer y puede que fuera una decisión bastante arriesgada. Cuando terminó la película hubo un debate e invitamos a un familiar de las victimas a que subiera al estrado. Era una mujer que había pedido a su marido y a su hijo en el atentado de Casa España y recuerdo que dijo: «me pedís que perdone, ¿pero que perdone el qué? Si yo llegué con retraso al restaurante y por eso sigo con vida, y me arrepiento muchísimo porque lo que hubiera querido era morirme allí también». En ese momento una de las madres de los kamikazes subió también y le pidió perdón después de contar que también había perdido a su hijo. Fue muy emotivo y nos pusimos todos a llorar, como en una telenovela (risas).
¿Por qué no se mantuvo el título original (‘Les Ètoiles de Sidi Moumen’) ni en su traducción ni en la adaptación cinematográfica? ¿Quizás para equipararlo con la dimensión internacional que ha alcanzado la realidad del terrorismo?
Yo creo que obedece más que nada a una decisión comercial (risas). El productor de la película debió de pensar que el nombre de Sidi Moumen era demasiado local, no se conoce si no eres marroquí, y en cambio ‘Los caballos de Dios’ era más internacional. La verdad es que no me importa porque ya estoy acostumbrado a que cuando uno de mis libros se traduce a otras lenguas se cambie el título. Por ejemplo, ‘Cannibales’, que es otro de mis libros, en español se ha traducido por ‘La Patera’ y en inglés por ‘Welcome to Paradise’ (risas).
Pero hay un Sidi Moumen en cada ciudad.
Claro, las favelas de Brasil son parecidas. Y claro que existen en todas partes, pero a lo mejor los productores lo eligieron porque se aprovechaba mejor el título.
¿Qué sucede con esas barriadas que se levantan en la periferia de las capitales mundiales?
Existen en París, en Madrid, en Bélgica y Londres. Y cada vez vemos más a menudo cómo ñas personas de estos barrios son reclutadas para hacer la yihad; cómo el Estado Islámico logra reclutar a gente a través de internet. Hace unos días estuve en Bruselas con motivo de una conferencia sobre el terrorismo. Allí conocí a una señora belga, rubia, que había perdido a su hijo que, con 18 años y viviendo en una confortable situación económica, se había ido a Siria. Vemos que las mafias los reclutan y hacen este trabajo a través de internet y la gente al final se une a ellos.
Ser el primero en señalar directamente a este tema ha logrado que su obra sea reconocida como imprescindible dentro de la nueva literatura árabe.
Pues si. Ocurre que cuando escribí ‘Cannibale’ en 1999 nadie hablaba de la inmigración ilegal. En cambio ahora es un problema de gran importancia y ha permitido que el libro ganase reputación. ‘Los caballos de Dios’ empecé a escribirlo en 2004 y es hoy, cuando el tema ha tomado esta magnitud, cuando se ha traducido no solo en español, sino también en Grecia y la República Checa, Me temo que es un tema del que hablamos y hablaremos mucho tiempo, desgraciadamente.
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