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Dietario: Atenas arde y no es la llama olímpica

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Benito del Pliego

Ediciones Amargord

Por José de María Romero Barea

Benito del Pliego (Madrid, 1970) no es una, sino varias personas: el escritor protesta, el poeta lírico al que conciernen la pasión, el lugar y el destino, el hombre cuya conciencia se centra en el hombre, la mujer y sus monstruos. Sensible a las ironías del éxtasis, consciente de que pueden surgir en los lugares más insospechados, de las estaciones de autobuses a los supermercados, de que pueden asaltar a vagabundos como a funcionarios, Del Pliego, como William Blake, es capaz de contemplar el universo en un grano de arena.

Ni siquiera Walt Whitman hubiera soñado con el igualitarismo de la extinción que denuncia el libro de poemas Dietario (Ediciones Amargord, colección Transatlántica-Portbou, 2015, prólogo de Eduardo Milán), donde abundan los discursos nominales, las listas y las letanías, y se prescinde del tiempo sintáctico y sus formalidades. Ahora o nunca, sus poemas se ocupan de lo inmediato, lo que no quiere decir que sean composiciones torrenciales, ni su autor un mero canalizador pasivo de energías psicóticas.

Al contrario, el poeta se permite detener en seco al lector justo cuando está a punto de ser arrollado. La primera estrofa de “1/24/09”es corta, la segunda más larga y conversacional: “De mal en pero, de mal en mal, de dolencia en dolencia hasta la maledicción final”. Termina, sin embargo, con un imprevisto cambio de tono (“Y después no hay fusión, hay fosa y confusión”), lo que nos recuerda que Del Pliego, en su registro más grave, aún puede mostrar su lado lúdico.

Su talento para el boceto emerge en la serie “Orientación del sentido”, que transmite el sabor del lugar con tanto detalle como una novela realista. Se privilegian las visiones terrestres a las celestiales. Las referencias a personas y lugares (arboledas del Esla, National Gallery, Washington D.C., Jasper Johns, Joan Brossa) evocan la persistencia de la identidad en una era de destrucción masiva. Al típico estilo Beat, el poeta exalta a sus amigos y los eleva a la categoría de semidioses. Bajo la lluvia radiactiva del olvido, sus rostros brillan como máscaras griegas.

En Dietario, la guerra no es una antagonista teórica. La aniquilación nuclear es una posibilidad (“Fukushima, cherè no-vil, villa qué-herida”), la muerte está “asegurada a cada instante”. La sección “Última hora” denuncia “la hora en la que pagan justos x pecadores”, en la que “morir o matar por un vaso de agua”, en la que “Atenas arde y no es la llama olímpica”. Su cómica implacabilidad agit-prop combina solidaridad y estética. Consciente de que la rebelión se convierte pronto en algo obsoleto, la poesía de Del Pliego no busca liberar al mundo sino al propio Del Pliego.

El poeta de Índice (2005), Fábula (2007), Muesca (2010) y Dietario es un escritor mundano, en el mejor sentido, que sabe que el camino hacia el cielo empieza en la tierra y no es precisamente un atajo. Su espontaneidad oracular es rara hoy, cuando los poetas se dividen en a favor y en contra, como codificadores de software, y funcionan sin problemas, como nodos en la red. Del Pliego es un fallo del sistema, pero el caos que provoca dispara las alarmas. Su poesía, que aspira al gran Uno mediante sutiles modulaciones, se hace oír, por encima del ruido de la maquinaria.

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