Mercado y arte
Por Aníbal Monasterio Astobiza.
En el año 2014 el mercado del arte alcanzó un récord de ventas globales con 66 billones de dolares. Recientemente, un cuadro de Picasso, “Las mujeres de Argel”, fue subastado por CHRISTIE´S por un montante de 160 millones de euros. Nadie duda de la necesidad del arte en nuestras vidas. La gente disfruta del arte por diferentes razones y nuestra sensibilidad estética y artística está íntimamente ligada a nuestra naturaleza humana desde que hace cientos de miles de años el arte apareció por primera vez en las paredes de las cuevas. Pero, ¿por qué el arte es tan caro? Independientemente de la firma y autoría, incluso del talento artístico o el valor estético de la obra, no hay nadie que lo primero que hace al oír estas cifras económicas es abrir la boca y sorprenderse como cuando, por ejemplo, un armario lleno de instrumental quirúrgico se vendió por 2 millones de dólares.
Para responder a la pregunta porqué el arte es tan caro hay muchas explicaciones. Hay explicaciones económicas, financieras, históricas, sociológicas, psicológicas y hasta filosóficas. Pero ninguna de ellas acaba de convencer. Desde un punto de vista económico o financiero el arte desafía los principios de la economía clásica. Las fuerzas del mercado del arte son inespecíficas y no son transferibles en el tiempo. Es decir, el arte no funciona estrictamente como una inversión porque el valor económico de una obra de arte no es constante en el tiempo y depende de los gustos de varios actores no sujetos a criterios objetivos. Prueba de ello es que el cuadro de Picasso que por ahora ostenta ser el más caro del mundo fue inicialmente adquirido por un jeque árabe por unos 30 millones de dólares hace años. La valía económica de un cuadro no suele permanecer constante, ni siquiera con el arte de los pocos afortunados que forman parte del canon de los grandes maestros (léase, un Vermeer, Rembrandt, Caravaggio…).
Desde un punto de vista sociológico o histórico el institucionalismo o convencionalismo del circuito del arte y todos sus actores entre ellos curadores o comisarios artísticos, galeristas, directores de museo, coleccionistas etc. ejercen fuertes presiones para que solo ciertos autores y sus obras adquieran el estatus de artista celebre. Pero aunque exista una mano negra que urdiera una conspiración para que el peor artista se encumbrará directamente en el Parnaso, nadie podría ocultar por mucho tiempo su verdadero talento en comparación con el de un Vermeer o Rembrandt. Es decir, las modas y tendencias artísticas evolucionan, pero un Vermeer seguirá siendo un Vermeer.
Muchas explicaciones psicológicas y filosóficas convergen en apuntar que procesos cognitivos de categorización y razonamiento crean el producto de consumo en función del estatus y comparación social. Es decir, la gente busca la posesión de cosas que son valiosas porque les diferencia del resto y les hace sentirse exclusivos. Pero estas explicaciones aplazan la cuestión de porqué es tan caro el arte, o mejor dicho, qué ve de valor la gente en el arte en primer lugar como para que poseerlo les haga sentirse con cierto estatus social. De todas formas, una obra de arte no satisface una necesidad básica de subsistencia, como sí lo puede cubrir una casa y tener un palacio, ciertamente, te diferencia.
Cada una de las explicaciones por separado no convencen, pero encierran algo de verdad y por eso todas estas disciplinas y sus explicaciones se han juntado para crear un frente unido: la ciencia interdisciplinar del consumo. Investigaciones desde la economía, marketing, psicología, etología, historia del arte, filosofía, sociología etc. parten de la premisa fundamental de que el consumo (sea de arte o de cualquier otra cosa como un smartphone, un coche, ropa o comida) es una herencia del instinto de nuestros ancestros por sobrevivir. Consumimos para sobrevivir. Lo que sucede es que los procesos psicológicos y neuronales que están detrás de nuestras decisiones y juicios de consumo evolucionaron para guiar a los mamíferos en entornos donde los recursos eran escasos y actualmente en la vida contemporánea hay una abundancia material. La obesidad, la diabetes y otras condiciones médicas, las burbujas financieras y hasta el arte, sí, el arte, es el producto de un desajuste entre nuestro instinto por consumir y el entorno actual.
Mientras que la psicología de la adquisición o del consumo per se que hemos heredado es una situación normal dentro de un continuo entre la frugalidad espartana y condiciones patológicas como el síndrome de Diógenes; la abundancia material lleva al exceso. En el mundo del arte nuestra psicología de consumo se ha desbocado. El arte puede ser considerado utilizando la expresión del economista Fred Hirsch (1976) un “bien posicional”, un bien cuyo valor depende fuertemente de cómo se compara con otros bienes dentro de la misma categoría. Para entender los “bienes posicionales” los economistas han estudiado y medido casos hipotéticos. La gente cuando se le pregunta por escenarios hipotéticos prefiere vivir en una casa de 100 metros cuadrados cuando sus vecinos viven en casas de 80 metros cuadrados frente a escenarios hipotéticos de vivir en casas de 200 metros cuadrados cuando tus vecinos viven en casas de 400 metros cuadrados. Esto rompe una regla económica básica de preferir valores absolutos en lugar de valores relativos. Posesiones como la vivienda, pero también el arte, son “bines posicionales” o relativos porque se comparan con bienes similares dentro de la misma categoría. Esto como te puedes imaginar conduce a incentivos perversos de escalada irracional de precios entre las obras de arte compitiendo por ver cuál adquiere mayor valor.
Pero quien considere que el arte o las obras de arte son solo el resultado de efectos Veblen (consumo conspicuo) o simplemente bienes de lujo, sin retorno económico aparente, se equivoca. La compra y venta de arte genera dinero. Pero el dinero que compra arte no es el dinero típico es “dinero cultural”. Este “dinero cultural” que compra arte otorga un significado extra y distinto a lo que compra porque sigue sus propias reglas. La práctica artística de creación, producción y distribución adquiere un nuevo valor económico de intercambio personal en el circuito del mercado de grandes capitales como un signo de ostentación y poder. Cuando el dinero real de la economía productiva no está disponible o las estructuras financieras que lo sustentan son frágiles, como pasa en periodos de crisis y recesión económica como el que vivimos, el “dinero cultural” depositado en una obra de arte se transforma en algo mejor que una inversión porque no solo los bonos u otros instrumentos financieros tienen mayores riesgos, sino que no se pueden contemplar colgados de una pared.
El mercado del arte desafía nuestro entendimiento de la economía, la cultura y la sociedad. Seguro que dará mas sorpresas.