Tres Crusoe para un Defoe
Por Silvia Pato
Se cuenta que la vida del marinero escocés Alexander Selkirk, cuyo verdadero nombre era Alexander Selcraig (1676-1721), sirvió de inspiración a Daniel Defoe (1660-1731) para su famosa novela Robinson Crusoe.
En 1704, cuando Selkirk formaba parte de una expedición corsaria, navegando en el galeón Cinque Ports, fue abandonado, acusado de amotinamiento, con un mosquete, un poco de pólvora, una Biblia, un cuchillo y algunas herramientas, en la isla Más a Tierra del archipiélago chileno Juan Fernández, donde sobrevivió durante cuatro años y cuatro meses.
Selkirk fue rescatado cuando un navío corsario al mando del capitán Woodes Rogers, arribó a la isla, de manera que el náufrago pasó a formar parte de su tripulación.
Rogers, que a muchos les sonará por ser uno de los personajes del exitoso videojuego Assassin’s Creed, publicó en 1712 A Cruising Voyage Round the World, donde contaba sus aventuras por mar, incluyendo la historia de Selkirk. Seguramente, Defoe fue lector de la misma, aunque dice la leyenda que una noche, en una taberna, el marinero y el escritor se encontraron, y este último escuchó la historia de los labios del mismo Selkirk.
Cuando Defoe publicó Robinson Crusoe (The Life and Surprising Adventures of Robinson Crusoe), en 1719, la figura del escocés entró de lleno en la historia de la literatura.
En 1966, la isla que había sido hogar de tal náufrago durante cuatro años fue rebautizada como Robinson Crusoe, y otra isla del archipiélago Juan Fernández adquirió el nombre de Alejandro Selkirk.
Sin embargo, aunque la versión más aceptada sobre quién fue la figura que inspiró a Defoe para su historia es la anteriormente referenciada del marinero escocés, hipótesis de todo tipo se han sucedido a lo largo de los años.
El viajero inglés Tim Severin, en su libro Buscando a Robinson Crusoe (Seeking Robinson Crusoe, 2002), baraja la posibilidad de que el náufrago en quien realmente se inspiró Defoe fuera un cirujano londinense llamado Henry Pitman, quien habría sido condenado a residir en las islas Barbados después de un intento de conspiración contra el rey Jacobo II. Este médico habría escapado de su prisión y se habría refugiado en una isla deshabitada, narrando su aventura tiempo después.
Entre todas esas teorías que circulan al respecto, a mayores de la más aceptada de que Selkirk fue el auténtico Crusoe, nos encontramos con una que afirma que la figura en la que está basada la obra pertenece, ni más menos, que a un español: Pedro Serrano. Quienes especulan sobre esta idea se basan en el hecho de que Defoe fue uno de esos viajeros ingleses que recorrieron la península ibérica, teniendo la posibilidad de escuchar la historia del náufrago hispano.
La experiencia de Pedro Serrano circulaba de boca en boca desde el siglo XVI. Este capitán había naufragado en una isla a más de doscientas millas de la costa de Nicaragua, en el océano Atlántico, tal y como sucede en la obra robinsoniana, al contrario del lugar que habitó Selkirk, situado en el océano Pacífico; siendo, en la actualidad, Cayo Serrana el nombre del islote, en honor del náufrago.
Después de ocho años en esa isla inhóspita, Serrano fue rescatado, convirtiéndose en toda una celebridad para la época. Recibido en su patria con honores, el mismísimo Inca Garcilaso de la Vega (1539-1516) relató su historia en 1690, incluyéndola en el libro primero de su obra Comentarios reales de los incas.
Este es el libro que se presume que pudo haber leído Defoe para inspirarse a la hora de escribir la considerada como primera novela inglesa, la cual Edgar Allan Poe reseñó en 1836 en el Southern Literary Messenger.
Unos y otros se pelean para apropiarse de la fuente original de uno de los libros más leídos de todos los tiempos, desprestigiando a los que defienden una u otra idea. Sin embargo, tal vez, todo sea mucho más sencillo, cual navaja de Okham.
Un escritor bebe de diversas fuentes. Es posible que Defoe hubiera cogido un poco de cada una de esas historias y, a decir verdad, ni siquiera tendría por qué haber sido premeditado. Así que, a algunos, se nos antoja pensar que la idea, seguramente, es mucho más simple: ¿Y si todos tuvieran razón?
FUENTES: