Pasolini (2014), de Abel Ferrara
Por Miguel Martín Maestro.
Después de leer la tibia, siendo generoso, acogida a esta película en los pases que ha ido teniendo en diversos festivales y que tras aproximadamente una década sin saber nada de Ferrara en las pantallas españolas, una distribuidora arriesgue trayendo la película, me invita a pensar, automáticamente, que el mérito no está en la película en sí misma, sino en el personaje real que la inspira. Que hoy en día resulta casi indiscutible la figura de Pasolini como cineasta parece evidente. Que quedaron atrás las escandalizadas reticencias de la burguesía rampante, del clero trentino y de la plutocracia manipuladora fruto del paso del tiempo, otro tanto. Por eso, ¿quo vadis, Abel?
Si Pasolini es un homenaje, queda cojo, plano y hasta plúmbeo, si es una utilización de un personaje para que se vuelva a poner el foco en un cineasta en horas bajísimas, pues entonces rozaríamos la abyección, y si simplemente es una película, maldita la hora en que perdí el tiempo ante algo tan banal, tan insustancial, tan irrelevante, tan poca cosa. Como dice otra obra, “no pongas tus sucias manos sobre Mozart”, otro tanto se podría decir del uso y abuso de determinadas piezas musicales como referencia intertextual, en este caso la sublime La pasión según San Mateo acompaña el devenir de los últimos días de Pasolini en la tierra. Canon de Pachelbel, Adagio de Albinoni, las obras de Arvo Pärt… han sido tan contumazmente utilizadas como bandas sonoras que hay que pensar que el gusto musical de quien las escoge y sigue escogiéndolas es muy limitado, y cuando se usa una obra tan perfecta como La pasión, si la emoción de la música no viene acompañada de una singularidad especial en la imagen, la mala elección se nota demasiado, como pretender reproducir en Pasolini los últimos días de Jesucristo según los apóstoles.
Aporta y ofrece tan poco la película que uno sospecha que todo es una excusa para rodar en imágenes el asesinato de Pasolini, que era necesario rodar una hora previa de película para culminar con la muerte del artista, y aquí, por ejemplo, Moretti en su Caro diario ofrece un homenaje real y sentido a P.P.P. muchísimo más elevado, mucho más sutil, mucho más cinematográfico y mucho más real que el que puede derivarse de observar una escena de violencia cuyo sentido y significado real flota como una nebulosa en el imaginario colectivo de muchos italianos, sobre todo los italianos de los años 80. Ferrara pasa de puntillas por la situación política de Italia en esos años, pasa de puntillas por la corrupción instaurada entre la democracia cristiana y el partido socialista junto con el Vaticano y los servicios secretos, olvida cualquier duda o sospecha sobre las teorías que aún hoy circulan sobre la muerte de Pasolini y se centra en, ¿en qué se centra? ¿Para qué esta película? ¿Cómo aceptar un Pasolini angloparlante mientras los que le rodean cambian del inglés al italiano según esté o no Pasolini presente? Tan fuera de juego queda oír a este Pasolini anglófilo que hasta la presencia de Willem Dafoe en el papel del cineasta queda deslavada, limitada a un conjunto de poses fotográficas reproducidas de imágenes y entrevistas, el personaje trasladado a icono pero sin alma.
Ésa es la pregunta, y la respuesta no puede ser más negativa, reproducir los últimos días de Pasolini para culminar en la muerte sólo nos aporta la enésima confirmación del Pasolini homosexual al que le gustaba salir a buscar chicos jóvenes en la noche romana, la especial relación afectiva entre madre e hijo y que en esos días trabajaba en el guión de una nueva película y en la redacción de la novela Petróleo, novela que cuenta la teoría conspiranoica que fue el detonante de su asesinato ya que contenía datos sobre determinadas connivencias políticas y petroleras para enriquecer y enriquecerse, pero todo eso ya era sabido, ya es conocido, si no supieras quién es Pasolini la película no te revelaría nada del personaje ni del autor, y el director juega con ese conocimiento previo para que el espectador llene los vacíos clamorosos de una obra insustancial.
Mucho peor me parece que el director juegue a ser Pasolini y suplante la personalidad y el genio creativo de éste mediante ensoñaciones imaginativas de Pasolini mientras escribe o cuenta su guión, enseñándonos las imágenes que habría rodado el italiano, pero en el desarrollo fílmico de Ferrara, esta osadía es un fiasco absoluto, más aún si se confronta con el único momento verdadero de la película, cuando al inicio Pasolini es entrevistado por un periodista francés acerca de Saló y vemos las imágenes reales de aquella película, ese tono, ese sentido, esa imagen, esa luz del director, prostituidas y violadas en las recreaciones posteriores convierte esos pasajes ficcionados en una aberración indefendible. ¿Cómo tolerar que Ferrara se apropie de las ideas de Pasolini y las lleve a imágenes como si fuera Pasolini quien las iba a realizar? De ningún modo, claro, de la misma manera que resulta insufrible un personaje retratado haciendo frases geniales a cada momento o como si su vida fuera una continua exposición mediática condicionada por el titular del día siguiente.
Acabar la película con los acordes rossinianos de Una voce poco fa resulta, como poco, irreverente, como si la vida de Pasolini hubiera sido sólo una pasión encaminada a una muerte liberadora. No deja de ser una opción del cineasta norteamericano, pero como opción que es, tengo la posibilidad de decir que es errónea y malinterpretable, y que, como el resto de la película, suprimible y prescindible. Las dos últimas películas de Ferrara nos siguen haciendo añorar aquel El funeral o Teniente corrupto. Queda el recuerdo de alguien que parecía que iba a ser uno de los grandes, del mismo modo que nos queda el cine de Pasolini, algo tan grande que una película tan mediocre como ésta no puede descalificar. Como penitencia, esta tarde volveré a Mamma Roma, eso sí que es cine.
No puedo opinar de “MAma Roma” porque no la he visto, pero habiendo visto recientemente, y en el cine, parte de la obra de Pasolini, merced a un espléndido ciclo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (previamente ya había visto varias en la tele, en la Segunda Cadena, en los años ochenta)solo puedo decir que la calidad del cine del director italiano es muy discutible.
Pero bueno, pelillos a la mar.
El largometraje de Ferrara me parece, primero, desconcertante; segundo, cuando uno entiende sus claves y se hace con el tono, fascinante.
La elección de Willem Dafoe es acertadísima: da el pego físicamente, si bien, su interpretación deja que desear y, en fin, el tremendísimo error de que hable inglés es inadmisible pero, sin embargo, esta película destila verdad y valentía: “Hago la peli que quiero y esta es mi visión de los últimos días de Pasolini”.
La versión en imágenes de las partes de guiones que dejó escritas Pasolini me parece admirable, así como la recreación de la Roma de la época: irreprochable (como suele ocurrir con un porcentaje elevadísimo de las películas desde finales del siglo XX, desde el punto de vista de la producción y la puesta en escena, esta film es casi una obra maestra)y, además, considero que maldita la falta que hacía explicar las mil versiones de la muerte del autor de “Accattone” (para eso ya tenemos otras películas y no sé cuántos documentales) o del convulso momento que pasaba Italia en aquél entonces. Ni se me ocurrió que ello podría ser necesario ni lo eché en falta.
Película esta de Ferrara personalísima y, por ello, valiente y, para mí, muy muy válida, en realidad lo que nos disturba es que el cine de Pasolini no es “tan” bueno y que, ciertamente, él era un señorito burgués(por no decir aristócrata, al igual que su colega Visconti, que ese sí era un genio del cine) y un ser libertino de conducta abyecta que no es que le gustaran los jovencitos, es que directamente, adoraba a los niños.
Esto es así.