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Una jornada particular: Vargas Llosa intérprete de sus «Cuentos de la Peste»

Por Horacio Otheguy Riveira

 Vargas Llosa por Vargas Llosa con el ímpetu de un hombre de gran éxito literario-periodístico, que a los 78 años se siente fascinado por el teatro en todos sus aspectos, pero sobre todo ansioso por compartir con actores excelentes el arte de la transformación ante espectadores anónimos. Una aventura digna de admiración que, lamentablemente, no da en la diana. Y es que, a veces, todo no se puede.

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La idea es rica: Edad Media, una peste arrasa y cinco personas de diferente rango se reúnen para sobrevivir al espanto contándose cuentos: relatos perversos, sensuales y abiertamente sexuales, de humor grueso y drama elegante, un teatro dentro del teatro para exorcizar los demonios exteriores.

Una idea rica que en lenguaje teatral se queda en mero borrador, sólo justificado porque su autor y protagonista es Mario Vargas Llosa. Para la ocasión se escribió un personaje a su medida: arrogante, vanidoso, ligeramente tímido, sensual, a ratos tierno, amante de un teatro donde las palabras se recargan exasperadamente, pero con capacidad también para la humildad, con una voz muy bien templada, envolvente…

Viste de gurú con una túnica muy hermosa, a la altura del traje espléndido de Aitana Sánchez Gijón, su fascinante musa, la estrella de este espectáculo que invoca un ceremonial secreto y público, un rendido ritual a su amistad: se percibe en sus miradas, sus gestos, su abrazo final. Se lo pasan bomba, los dos arropados por un brillante director que esta vez parece andar descabalgado del proyecto, no se le ve, tal vez abrumado por el exceso de texto saltarín: del tono discursivo y grandilocuente a la representación cómica de fornicaciones entre gente sencilla, gente remilgada, monjas y un jardinero sordomudo… y cosas así.

Cuando irrumpe la filosofía o la poesía que se cree profunda, algunos espectadores no nos enteramos, nos perdemos consultando la hora, mirando la maravillosa araña de luces del no menos maravilloso teatro Español, esta vez absurdamente transformado hasta eliminar nada menos que 300 butacas: el escenario en el patio de butacas y el público por aquí y por allá (menos mal que Ángeles y Oresti, las taquilleras del teatro, saben mucho de esto y orientan al público por dónde ver mejor). Sorprende este cambio contando el Ayuntamiento con las Naves del antiguo Matadero de Legazpi donde se puede hacer cualquier cosa, e incluso el Price, donde Robert Lepage reinventó el teatro.

 

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  Tras las espléndidas funciones de La Chunga y Kathie y el hipopótamo, e inmediatamente después de un pobre Loco de los balcones, llega Los cuentos de la peste la última obra presuntamente teatral de Vargas. Está basada libremente en una creación medieval donde hombres y mujeres hacen de la más exuberante sexualidad una confrontación indudable con los límites sociales y religiosos. Pues bien, aquí se han intentado hilar libremente ocho de los relatos del Decamerón de Boccaccio mientras fuera de ese espacio el mundo parece acabarse.

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Marta Poveda y Óscar de la Fuente. Detrás, Pedro Casablanc.

Marta Poveda (Burundanga, Donde hay agravios no hay celos) es una actriz que siempre resulta gratificante, a la que sigo con mucho interés:  muy flexible en la adaptación a diversos estilos de trabajo y con una vis cómica fenomenal, lo mismo que Óscar de la Fuente (Locos por el té; El feo): juntos son los cómicos de esta función con aire clásico, en un estilo raro entre el sainete de toda la vida y lo que fue la histórica Commedia dell’arte. Tras ellos, en un tono siempre humorístico, a cargo de personajes y situaciones muy por debajo de su inmenso talento, Pedro Casablanc (El arte de la comedia, Tirano Banderas, Hacia la alegría).

El resultado es una función extraña, muy larga, que, no obstante, cuando acaba uno se queda con la incómoda impresión de que todavía no empezó.

Quizás resulte muy difícil convencer al autor de que los textos dramáticos hay que trabajarlos mucho, entre infinitos borradores hasta terminar encontrando el tono de los personajes, la geografía de las situaciones, de manera que la tragedia y la pasión carnal o el drama poético que encarna Aitana Sánchez Gijón, logren deslizarse por la piel del espectador y ensombrecerle e iluminarle, a la vez que el desnudo integral, tan precioso, de Marta Poveda (realizado con admirable sencillez y vitalidad, muy cerca de los espectadores) le llene de infinita alegría, residente en ese lugar fantástico donde los gozos se despliegan sin sombras. O el devenir saltimbanqui de Óscar de la Fuente logre unirse al operístico envite del gran Pedro Casablanc para formalizar definitivamente que estos, y no otros, son Los Cuentos de la Peste que uno querría para llenar su existencia de una fuerza tan poderosa como para derrotar el infierno que circula alrededor.

Pero para ver esto en esta producción hay que echarle mucha imaginación. El espectador ha de aportar una riqueza que no ha sido desarrollada, ni siquiera en manos de un reparto tan encantador.

Cosas del teatro, cosas de un Nobel venido a protagonista que no lo hace nada mal. Se ha dado un gusto que mantiene con hidalguía y buena voz. Pero la música profunda del teatro no se da por aludida. Debe andar por los camerinos, por las manos sabias de los técnicos que tan bien han «envuelto» este proyecto inacabado con luces y elementos, sonidos, pelucas… Un raro vaivén que parece que trae algo bueno, algo grande, que sí, que va a llegar, que se le espera con la emoción del andén abarrotado en una antigua y espléndida estación de tren, que se retrasa pero confiamos en que finalmente llegará, pero no, se hace de rogar.

10360836_1433878383568986_4602312598815158539_nDirección: Joan Ollé

Intérpretes (por orden de intervención): Mario Vargas Llosa, Aitana Sánchez Gijón, Pedro Casablanc, Marta Poveda, Óscar de la Fuente

Escenografía: Sebastià Brossa

Vestuario: Miriam Compte

Movimiento escénico: Regina Ferrando

Fotos: Javier Naval

Lugar: Teatro Español

Fechas: Del 28 de enero al 1 de marzo 2015

Encuentro con el público: Jueves 19 de febrero, 22,30 horas. Entrada libre hasta completar aforo.

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