La historia de mis dientes, de Valeria Luiselli
La historia de mis dientes, de Valeria Luiselli
La historia de mis dientes. Valeria Luiselli. Sexto Piso.
Por Daniel Bernal Suárez @danielbersua
La escritora mexicana Valeria Luiselli (1983) ha publicado hasta ahora el volumen de ensayos Papeles falsos (2010) y la novela Los ingrávidos (2011). Ahora nos entrega esta otra novela, La historia de mis dientes que, sin riesgo a equivocarme ni a pulir hipérboles, creo que la sitúa como uno de los grandes escritores en lengua castellana de su generación.
El siglo XVIII vio extenderse una oleada de recelo y desconfianza hacia la imaginación. Fuente de asociación de ideas y creadora de fantasmas, la potencia imaginativa podía conducir a errores de juicio, como sostuvo Locke en su Essay Concerning Human Understanding. También existieron valedores de esta facultad, como Francis Bacon, quien la colocaba en la base de la poesía y, en tanto facultad, al lado de la memoria y la razón. Con el romanticismo se estimularía una revalorización de la imaginación en su doble vertiente de capacidad creadora y reveladora del mundo. Ya Kant había entrevisto que la imaginación procuraba una síntesis intuitiva sin la cual el conocimiento no era posible. Dos pensadores, finalmente, ubicarían a la imaginación-fantasía como ejes centrales de sus sistemas filosóficos: Edward Douglas Fawcett, quien mentaría una Imaginación Cósmica como fundamento metafísico de la realidad, y Jakob Frohschammer, que situó a la Phantasie como principio sin el cual podía concebirse alteración alguna en el universo. Pues bien, Valeria Luiselli, en La historia de mis dientes, teje una narración preñada de una gran potencia creativa. Veamos.
La historia de mis dientes relata la vida de Carretera, un personaje que, nacido con un defecto en su dentadura, se convertirá, según su propia versión, en el mejor cantador de subastas del mundo. Coleccionista de todo tipo de cachivaches, idea un sistema de subasta en el que lo relevante no es vender el objeto en sí, ni tampoco la historia que lo rodea (como le enseñará su maestro Oklahoma), sino el aura cada vez más excéntrica que hace atractiva a la cosa subastada: “La estirpe del subastador está determinada, a su vez, por el valor relativo de la excentricidad (épsilon) de su método” (p. 31). Y a él le corresponderá perfeccionar el sistema laminando cualquier límite a esa excentricidad. Desde el comienzo de la novela, la extremada singularidad del personaje nos es referida en principio por sus propia autoría narratológica. Asistimos así a una automitificación del sujeto. Hay un componente lúdico que preside el relato y supone una experiencia de literaturización suprema, confluyendo y entrelazándose las voces de narrador, narratario y lo narrado. El paroxismo de este difícil equilibrio entre la ficción y la ficción dentro de la ficción, se torna ostensible en dos hechos: las continuas referencias intertextuales plasmadas a través de los nombres del resto de personajes, y las propias invenciones narrativas que acompañan a los objetos.Respecto de lo primero, citemos algunos nombres de personajes: Cortázar, Rubén Darío, Azul, Ratzinger, Jorge Ibargüengoitia, Plinio, Quintiliano o Ludwig Sánchez Wittgenstein. Sobre lo segundo, mentemos la venta de su colección de dentaduras de celebridades -acompañada de curiosísimas historias sobre las mismas-; desfilan, en efecto, los dientes de Platón, de Agustín de Hipona, de Francesco Petracca (sic), de Montaigne, de Rousseau, de Charles Lamb, de Chesterton, de Borges y de Vila Matas. Nos hallamos, pues, ante una reapropiación irónica de estos referentes filosóficos y literarios.
La escritura de Valeria Luiselli se despliega en La historia de mis dientes como una pulsión del exceso imaginativo. En este sentido, quizás no sea del todo arbitrario emparentarla genealógicamente con Petronio, con Luciano de Samosata, con Cervantes, con el Heinrich Böll de Opiniones de un payaso (y acaso de modo lateral con un John Kennedy Toole). Esta exuberancia imaginativa se evidencia tanto en aspectos como la propia estructura de la novela (con su fragmentarismo peculiar) como en las tramas que envuelven al protagonista y al resto de personajes. La acumulación premeditada de rasgos irrisorios con otros trágicos configura un escenario harto absurdo en muchas ocasiones. Humor, desparpajo, frescura, mestizaje de tonos (de lo cotidiano a lo estrambótico) y de materiales narrativos, serían términos que podrían ayudar a situar la obra.
Desde las primeras líneas avizoramos la fabricación de una autoimagen, revelada por la fértil capacidad enunciativa del narrador y protagonista.. Carretera lo deja claro: su discurso no es más que su autobiografía dental. Pero en ella se compendia una ilusión casi quijotesca cuyo sentido el lector advertirá hacia el final (la necesaria presencia de un cronista que se interpola entre el verbo desaforado de Carretera y nosotros puede leerse como un guiño cervantino precisamente). Imaginación, pues, como mecanismo compensatorio o sustitutivo frente a cierta realidad.
La novela también porta una reflexión sobre la obsesión por los objetos, su reificación: someterse a su imperio relega afectos humanos a la mera cosa mediante el apego posesivo. Carretera, en el límite de ese entrevero, se define por su dentadura: no la defectuosa que le corresponde por nacimiento, sino una postiza atribuida nada menos que a Marilyn Monroe. Carretera será, entonces, el objeto impostado y su cargamento de anécdotas. Porque, si como dijimos a propósito de sus subastas, la cosa no es relevante por sí misma, por su sustancia, sino por la pátina de ficciones que la recubre, no es improbable que la invención de historias sea la forma humana por antonomasia de escabullirse al esencial absurdo del mundo.
Releo la última página de la novela y me pregunto: ¿la única redención posible -o digna- en este universo será la carcajada, una carcajada irónica y, por ello mismo, melancólica? Por su carácter innovador y su exuberancia verbal e imaginativa, se recomienda la lectura de La historia de mis dientes como antídoto contra cualquier forma de anquilosamiento mental.
Tras leer algunas reseñas que señalan al libro como poco afortunado, llego a esta otra que posee un tono ambicioso a fuerza de rebuscamientos, pero que en realidad no dice gran cosa de la obra (o lo dice, pero en forma tan enroscada que solo mediante otras lecturas en la misma página de google pude entender las ideas tan favorables que aqui se expresan). Va a ser verdad aquello de que entre escritores los «amiguismos» no faltan…
Una reseña amable contra varias que no lo son, me lo pensaré para leer esta novela de Luiselli (y mire que me gusta la editorial).