Días de ruta
Vicente Muñoz Álvarez
Ediciones Lupercalia
179 páginas
Ediciones Lupercaliapublica en el número VII de su colección “Leviathán” Días de ruta, el nuevo poemario de Vicente Muñoz Álvarez.
Por José Antonio Olmedo López-Amor
Inquietante, atípico, sombrío. Calificativos tan precisos son los que describen el octavo poemario de Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966), un poeta, narrador y editor español que es ya -merced a su bagaje- un ilustre letraherido. ¿Por qué inquietante? Pues por ejemplo, por su inicial y arriesgada <advertencia al navegante>, o su capacidad para exorcizar demonios con su propia medicina. ¿Por qué atípico? Por ejemplo también, por su larga extensión si lo comparamos con la tónica dominante de los poemarios actuales, o por su extremado acierto en utilizar la prosa como herramienta de irrupción narrativa. Y ¿por qué sombrío? Porque como ya hiciera en una de sus anteriores novelas Mi vida en la penumbra (Eclipsados, 2008), aquí Muñoz Álvarez describe una vida tornasolada por las luces y las sombras de un existencialismo cainita que provoca una diáspora de mitos en aquel que lo padece.
Ya en sus primeros poemarios: Buscando la luz (Vinalia bolsillo, 1998) y Canciones de la gran deriva (Ateneo obrero de Gijón, 1999 y reeditado por Origami, 2012), se aprecia cierto desencanto y desencuentro entre la vida del hombre y del artista en relación con el mundo que lo rodea. De esas diferencias irreconciliables nacen, en la mirada del poeta, angustia, critica, reflexión y duda, como articulaciones de un ensamble mucho más complejo y sombrío; los poemas de este libro, tienen la capacidad de trascender los signos y transmitir estados vitales y texturas, además de llevar de la mano al lector en su periplo y sorprenderlo constantemente.
La sugerente fotografía en blanco y negro escogida para ilustrar la cubierta del libro, es un magnífico trabajo de la fotógrafa creativa Julia D. Velázquez, quien ha sabido, con una maestría impactante, sintetizar toda la atmósfera y singularidad de esta obra en una imagen de lo más sugerente; la artista madrileña utiliza un viejo automóvil de carrocería desgastada por los años y las lluvias para representar el leit motiv de este road-book en toda regla. Ese vehículo es la metáfora perfecta, ya que encarna físicamente el carácter nómada del yo lírico, toda su dimensión, al ser viejo, gris y en movimiento. Pero además, Julia encuadra el automóvil de manera que subraya la importancia del maletero (equipaje) y de lo reflejado en la luna trasera (edificios y cielo), todo un acierto que da buena cuenta de la talla plástica y comunicadora de la autora. Julia ya trabajó con la poeta Dolors Alberola (Valencia, 1952), elaborando la cubierta de uno de sus libros Todos los trenes mueren en línea recta (Origami, 2012), trabajo donde ya demostró toda su valía como ilustradora.
Como ya hicieran Castaneda, Kerouac o Thoreau, -autores que el propio Vicente cita al principio del poemario-, el poeta pretende experimentar la vida en la naturaleza, pero para ello, -y a diferencia de ellos- escoge como escenario la naturaleza mundana de su acontecer diario, algo que lo obliga a estructurar el poemario en cuatro grandes partes; las correspondientes a las estaciones del año, las cuatro campañas de ventas que utiliza un hastiado representante de zapatos, el protagonista del poemario, para ganarse la vida.
Algo de estos tres grandes escritores ha conseguido imprimir Muñoz Álvarez en sus versos: la riqueza del mundo interior de Castaneda, la rebeldía del autor de Desobediencia civil (conferencia que fue publicada en 1848), o la pasión y el asombro itinerante de Kerouac, intrépido por las montañas escribiendo sus haikus. El eclecticismo de Muñoz Álvarez recoge lo mejor de cada uno, quizá más influenciado por éste último, para contarnos la historia de una vida sumida en la frenética inercia de una huida a ninguna parte, un recorrido por el cuaderno de bitácora de un trashumante.
Algunos de los aspectos más interesantes del libro son: la ausencia de signos de puntuación y de mayúsculas. Esta técnica, ya utilizada, dota al conjunto de un continuum que trata de encajar su heterogeneidad a la vez que intenta potenciar las elipses incentivando al lector a interpretar el ritmo y las pausas. Sorprende también la disposición de las palabras en los versos, casi siempre breves, hábilmente espaciadas, distribuidas en el centro de la página y formando -en ocasiones- velados caligramas.
Como también sorprende que -al menos- una vez en cada bloque, encontremos cortos poemas que tratan de emular al Senryú japonés, pero con ligeros cambios en su métrica.
Muñoz Álvarez va aglutinando azotes de lucidez en su discurso, de manera que no permite surgir el aburrimiento en el lector en ningún momento de la lectura. Asoma entre sus versos una gran influencia de cultura audiovisual, con referencias constantes a obras cinematográficas de la historia, así como guiños a sucesos muy comentados de nuestra realidad contemporánea. El poeta, para bien o para mal, posee el mismo defecto o virtud que poseyó en su día el gran poeta Gerardo Diego, y es que, cualquier cosa que sucede en su vida, cualquier pensamiento, cualquier sensación, es presumible de convertirse en poesía, y eso explica -entre otras cosas-, la relativamente vasta bibliografía del autor, no solo en poesía, sino también en novela o ensayo.
Son muchas las virtudes de este libro, cosa que se encarga de ensalzar el poeta Gsús Bonilla (Badajoz, 1971) -finalista del premio nacional de poesía 2011- en el prólogo; unas páginas, donde además de elogiar la obra de Muñoz Álvarez, hace lo propio con su trayectoria y figura, nombrándolo disidente de las corrientes literarias modernas, algo -a mi parecer- que ambos comparten. Y no hace mal, Bonilla, en defender a capa y espada a un autor íntegro, trabajador y sincero, como es Vicente Muñoz, un escribidor que ha ido demostrando -en silencio- su talento durante dos décadas.
Muñoz Álvarez, al que han vinculado desde sus inicios al grupo de poesía de la conciencia, encuentra en la palabra, la calidez restauradora de un bálsamo, la seguridad que otorga poseer un arma homicida y la esperanza que inspira conocer el subterfugio o camino que puede transitar la mente humana, bien para protegerse de un mundo hostil, o para tratar de conocerse a sí mismo. Que estos versos del poema titulado Mar adentro, contenido en el libro, sirvan para reafirmar mis impresiones, así como para incitar al buen lector a descubrir a un demiurgo de estilema tan surtido como la propia vida:
Mar adentro
esta corriente
mar adentro
mi lucha
lo que arde
al fondo
de mi corazón
esta deriva
mi naufragio
mi angustia
lo que nadie
más que yo
puede contar
mi apuesta
suicida
por la literatura