Bécquer y Bécker
Por Silvia Pato
Cuatro años después de que naciera en Sevilla Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), nacía Gustavo Bécker en los alrededores de Helsinki. Aquel era nuestro romántico poeta; este, un miembro de la Guardia Finlandesa que participó en la guerra de Marruecos, fue condecorado con la Laureada de San Fernando y, al regresar a su patria, formó parte de la Guardia Imperial.
¿Cómo se cruzan los destinos de una de las figuras claves del Romanticismo y de un soldado finlandés? Por un poema, una reina y una melodía.
En una de las estancias en Madrid del políglota guerrero, que hablaba once idiomas, al frecuentar los salones de la corte, la reina Cristina se acercó a él y comenzó a charlar sobre la coincidencia de sus apellidos, hablando de Bécquer y sus inolvidables poemas.
La reina le recitó al rubio finlandés algunos versos de Las oscuras golondrinas, y se quejó de que ninguno de los temas al piano que se habían hecho hasta entonces para la rima estuviera a la altura de la obra del poeta sevillano. En ese momento, el oficial se acordó de Federico Pacins, un reputado amigo compositor, residente en Helsingfors, y se comprometió a escribirle.
Pacins, que había alcanzado su fama con obras como Maame Laulu y Suomen Laulu recibió la misiva con el encargo de Bécker con completo entusiasmo; se puso manos a la obra para cumplir la voluntad de la reina de España; y terminó creando una partitura que esperaba que fuera digna de los versos de Bécquer.
La composición llegó aquel verano a la corte. Las oscuras golondrinas fueron entonces cantadas en el Palacio Real con la música de Pacins, y la reina se mostró encantada con aquella. Pacins fue condecorado con la Cruz de Isabel la Católica, que le envió el marqués de la Vega Armijo a las lejanas tierras finlandesas.
Y Bécquer y Bécker fueron protagonistas de una anécdota histórica que condujo a las oscuras golondrinas a las frías tierras del norte de Europa para luego regresar.
FUENTE: ABC