9 preguntas a Marcelo Luján acerca de “Pequeños pies ingleses”
Por Benito Garrido.
«47. Cimientos. Sucedía cuando te marchabas. Que aquel sector de las casa se inundaba de humo. Que se cerraban las puertas y las cortinas de todas las ventanas. Sucedía aquella impenetrable visibilidad. Y el permanente nudo en el ojo de la garganta. Sucedía que me ponía la camiseta que dejabas por ahí. En el borde de la cama. En el borde del sofá. Colgando de una silla. Sucedía que me llegaban mensajes por misteriosas redes inalámbricas. Mensajes cifrados que significaban lo mismo. Sucedía que lo dejabas todo revuelto. Incluso el perfume. Incluso mis manos. Incluso el cruce de tus piernas bajo el aluvión de las sábanas blancas. Siempre atravesabas la ciudad para dormir conmigo. Y luego no había un solo minuto que utilizáramos. Para dormir. Me atravesabas y te atravesaba y todo sucedía en un antes o en un esquizofrénico después. Decías: morir solo par poder resucitar. Morirme, decías, sólo para que vos me resucites. Y yo decía lo mismo. Y entonces éramos como dos Lázaros iluminaditos de azul.»
Marcelo Luján nació en Buenos Aires a mediados de 1973 y vive en Madrid desde principios de 2001. Publicó los libros de relatos Flores para Irene, En algún cielo, El desvío, Arder en el invierno, Carne y uña. Y las novelas La mala espera y Moravia. Parte de su obra fue traducida, formó parte de campañas de fomento a la lectura, y obtuvo varios premios, entre los que se destacan el Premio Santa Cruz de Tenerife 2003, el Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa 2006, el Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián de Cuento en Castellano 2007, o el Ciudad de Getafe de Novela Negra 2009. Pequeños pies ingleses es su segundo libro de relatos en prosa poética.
Pequeños pies ingleses. Marcelo Luján. Talentura Libros. 166 páginas. 13,00 €
Cimientos es uno de los relatos más representativos que pueblan este artefacto narrativo tan intenso y emotivo como bello. Siguiendo las inapelables palabras de Carlos Salem, escritor que prologa el libro, «Pequeños pies ingleses es un morse del amor, hecho de puntos y rayas que no se borran con las dudas cotidianas. Eso intenta y consigue Marcelo Luján con este libro de breves piezas que vertebran un gran amor, uno de esos que hasta los cínicos diplomados envidiamos. Las rayas las ponen los dibujos de Aurora López, asombrosamente complejos en su sencillez. Y los puntos, en estas piezas que para mí incurren en una prosa poética de altura, los puntos marcan la sístole y la diástole de una relación agónica, vivificante, dolorosamente feliz.»
P.- Tu libro es un rosario de pequeñas historias que encadenadas conforman una gran historia de amor… momentos, miradas, huellas, recuerdos. ¿Palabras como vía de escape a la pasión?
Intenté que fuese justamente lo contrario: utilizar la palabra para consolidar todas esas cosas que enumeraste, todo ese conjunto de sensaciones hegemonizadas en el amor. Sospecho que los dos personajes de Pequeños pies ingleses no tienen ninguna posibilidad de escape. Además, me parece que tampoco querrían hacerlo. Cuando se muestran felices es porque en verdad lo están, y cuando sufren, saben que el sufrimiento es una de las inevitables aristas de la pasión.
P.- ¿La literatura es una forma de reinventar el amor, si acaso de retenerlo?
La literatura lo puede casi todo, y tal condición es el origen de su magia. Sinceramente no sé si cuando escribimos ficción reinventamos algo (estaría bien que así fuera, aunque resulta un tanto pretencioso proponérselo de antemano). Me gusta más la idea de retener, de utilizar las acciones más clásicas del ser humano y llevarlas al límite. En cualquier caso, lo importante es contar historias. Contarlas bien, quiero decir, del mejor modo posible.
P.- ¿Qué consideras que destaca más o sobresale entre la poética de tus relatos: el recuerdo del amor vívido (como algo elocuente), o la voluntad de recuperarlo a cada instante?
La ficción opera con el recurso inexpugnable de la memoria: todos los personajes que construimos tienen algo del sujeto de la enunciación. En Pequeños pies ingleses el amor aparece en un primer plano insoslayable, no es un recuerdo ni se necesita recuperar: está ahí de un modo constante, sobrevive a todo.
P.- Los sentimientos se desbordan y los impulsos gobiernan… ¿Así ha sido también la escritura de estos relatos?
Efectivamente. La prosa poética necesita (en rigor, más que cualquier otro género) ser impulsiva, a veces drástica y casi siempre determinante en su discurso. Los sentimientos que experimentan estos personajes no son prácticas habituales en mis cuentos o en mis novelas, de modo que la escritura de este libro fue un ejercicio descriptivo que casi nunca puedo desarrollar. Lo mismo ocurre en Arder en el invierno (2010).
P.- Presente, pasado, futuro… ¿todo tiene un final?
Todo, sí. Porque tarde o temprano aparecerá la muerte. Otra cosa es el recuerdo: único modo de contrarrestarla, de anularla, de dejarla en un segundo y anodino plano. Cuando se dice ‘El Che vive’, es porque ciertamente su espíritu vive en el recuerdo de quien exprese dicha afirmación. Pero supongo que te refieres al final del amor. En ese caso, entiendo que los individuos enamorados (los personajes de Pequeños pies ingleses lo están) rechazan cualquier posibilidad de que ese sentimiento se acabe. En tales circunstancias, el amor carece de final: es eterno.
P.- Como decía antes, estamos ante relatos poéticos, pero ¿por qué no se terminaron convirtiendo en poemas?
Porque no escribo poesía. Porque respeto muchísimo a los verdaderos poetas y porque la prosa, en mi caso, contiene todos los atributos que necesito. Sin embargo, han dicho que estos relatos son poesía encubierta. No lo sé y no soy quién para opinar sobre ello. Pero es cierto que en varios aspectos (sobre todo en la puntuación) el lector puede experimentar irregularidades o libertades gramaticales más propias de la lirica.
P.- Las piezas se suceden con tal fuerza y vehemencia que ponerse en la piel del narrador provoca envidia y desazón a un tiempo…
Esto que dices es una buena noticia. Un halago y un piropo que se agradece. Si un texto de ficción (más allá del género) provoca en el receptor envidia y desazón (por citar lo que te provocó a ti), puede el emisor dar por hecho que ha conseguido lograr buena parte de su objetivo. Y no sería descabellado afirmar que escribimos para transmitir envidia y desazón.
P.- Los fantásticos dibujos de Aurora López complementan con gran pulso y acierto la intensidad de tus relatos. ¿Cómo surgió la idea de acompañarlos por ilustraciones?
Considero que no cualquier libro puede estar acompañado por ilustraciones. O al menos no con setenta y dos ilustraciones (nada menos que una por cada relato). Pero en este caso no sólo es permisible sino que, a mi juicio, Aurora López interpreta con gran pericia el contenido de los textos. Lo mismo ocurre en el diseño de arte que realizó Laura Muñoz con la fotografía de cubierta. Y también es importante (¿o acaso fundamental?) el trabajo de edición y maquetación que llevó a cabo Talentura. Todas estas cosas son muy laboriosas, llevan muchas horas de trabajo, y no siempre son posibles en un libro. Pero volviendo al binomio texto-ilustración: Carlos Salem, en el prólogo, habla de puntos y rayas (cifrando ese concepto con un título sensacional: ‘El morse del amor’): cuando dice puntos se refiere a la puntuación de los relatos; cuando dice rayas incorpora los dibujos de Aurora, que están hechos apenas con líneas. Creo que cada texto tiene su equivalente plástico y creo que el lector disfrutará de ello.
P.- Tu paso de la novela al relato poético evidencia la capacidad narrativa de un autor genuino. Moravia nos impactó y esperamos con ansia otra novela. ¿Para cuándo?
Terminé de escribir Pequeños pies ingleses en la misma quincena que terminé de escribir –al fin– mi próxima novela (pronto tendrás noticias sobre ella). Es curioso, aunque altamente anecdótico para cualquier otra persona que no sea Marcelo Luján, pero ambos libros se retroalimentaron, se ayudaron. ¿Cómo? Gustavo Nielsen dijo hace muchos años que una buena novela te destruye (escribirla, claro está). En mi caso, la concepción de una novela, todo su proceso creativo, me destruye (más allá de si el resultado es bueno, malo o regular). Y es allí donde la prosa poética salió al rescate: porque sus libertades estilísticas, su modo anárquico de edificación, y sus personajes (tan alejados en cuerpo y alma de los personajes del otro libro que se gestaba al mismo tiempo), me salvaron de la destrucción, de la locura.