Carolina Coronado y el Silencioso
Por Silvia Pato
Su producción literaria y su crítica por la situación de la mujer, en una época en la que solía estar relegada al ámbito doméstico, convierten a Carolina Coronado (1820-1911) en una figura imprescindible del Romanticismo español.
La relación que mantuvo Coronado con la muerte ha hecho que su biografía se encuentre marcada por la historia y la leyenda; después de todo, la escritora convivió con el cadáver de su marido durante veinte años, vestido de levita, en una capilla ardiente en su casa de Lisboa.
La autora de novelas como La Sigea (1854) y de poemarios como Poesías (1843), que se ganó el apelativo de «el Bécquer femenino», había contraído matrimonio en 1850 con Justo Horacio Perry, secretario de la embajada de Estados Unidos en España.
Debido a la catalepsia crónica que padeció la escritora durante toda su vida, su relación con la muerte era un tanto obsesiva. Tenía temor a ser enterrada viva, y esa obsesión la condujo a negarse a enterrar a su esposo cuando falleció, procediendo a su embalsamamiento.
La tía de Ramón Gómez de la Serna se retiró entonces a su mansión portuguesa, con la intención de vivir en soledad, donde mantuvo a su marido insepulto durante dos décadas, y a quien se refería como el Silencioso.
Cuando la escritora falleció, el 16 de enero de 1911, ambos cadáveres fueron trasladados a Badajoz. Allí, todavía reposan, sin haber sido separados por la vida ni por la muerte.
Más información: Carolina Coronado: un universo romántico.
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