El cráneo de Descartes
Por Silvia Pato
Si Goethe veneró en su casa el cráneo de su buen amigo Schiller, los restos de René Descartes (1596-1650) también fueron salvaguardados por otra personalidad destacada: el químico sueco Berzelius.
Descartes falleció en Suecia el 11 de febrero de 1650. El filósofo y científico se encontraba en aquel país impartiendo clases diarias a la joven reina Cristina. Aunque el motivo de su fallecimiento fue achacado a una pulmonía, las cartas que se descubrieron en 1980 entre el médico de la reina, Johann van Wullen, y su colega Willem Piso han hecho pensar que pudo tratarse de un envenenamiento por arsénico.
Dieciséis años reposó el cadáver de Descartes en el país escandinavo, hasta que se exhumó para ser trasladado a Francia. En el puerto de Cophenage, los supersticiosos marineros se negaron a subir el féretro a bordo, así que hubo que esperar tres meses hasta que, embalados los restos en un cajón normal y corriente, fueron embarcados hacia su patria.
Fueron entonces sepultados en la iglesia de Ste. Geneviève-du-Mont en París, y durante la Revolución Francesa se colocaron en el Panthéon. Cuando en 1819 volvió a trasladarse el cadáver y el ataúd fue abierto, la sopresa fue mayúscula: faltaba el cráneo.
Así, no fue hasta el siglo XIX cuando el químico sueco Berzelius reconoció que el cráneo de Descartes estaba en su poder; hasta aquel entonces había sido robado y subastado, apareciendo escritas en su frente todas las firmas de aquellos que lo habían poseído durante casi dos centurias. El cráneo fue devuelto a Francia, donde se exhibió en el Musée de L’Homme en París.
Fuente: Andalucíainformación.es
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