Spleen, de Esteban Hernández. Ahogo interior
Por Rubén Varillas.
En este mundo interconectado de redes globales y mensajes instantáneos, algunos de los procesos tradicionales de producción y distribución artística están viviendo profundas transformaciones. Gracias a fenómenos como el crowdfunding parece que en algún lugar de nuestras mentes empieza a importar más el talento y las ganas de contar una historia, que el dinero necesario para llevarlo a cabo.
Cada vez son más los autores que recurren a páginas como Verkami para financiar sus proyectos; o que incluso van más lejos y se embarcan directamente en la autoedición de su obra. Internet lo ha hecho posible: ahora un autor puede distribuir su trabajo a través de su web o blog personal. Es la modernización definitiva de los viejos sistema puerta a puerta y la suscripción postal (que, por otro lado, tan bien funcionaron como plataforma de lanzamiento para estrellas actuales del cómic como Adrian Tomine o Jeffrey Brown).
Esteban Hernández es uno de los últimos autores españoles que se han lanzado de cabeza a la procelosa piscina de la autoedición y la autodistribución a través de su propio sello Usted Ediciones. El resultado es Spleen, un cómic reducido en tamaño, pero cargado de ambición.
Conocemos a Esteban desde hace años. Pese a su juventud, la suya ha sido una producción bastante prolífica: antes de Spleen ya había publicado, entre otros, cómics como Culpable e historias cortas (Bang Ediciones, 2007), Sueter (Planeta deAgostini, 2009) o El duelo (De Ponent, 2012), amén de la colección de historias cortas que incluye regularmente en su fanzine Usted (premio al mejor fanzine del Salón del Cómic de Barcelona 2012).
Los cómics de Esteban Hernández son inconfundibles, sus obras poseen eso que llamamos una marca de estilo. Spleen no es una excepción. Con cada nuevo trabajo, el ciudadrealeño ha ido dando forma a su personal lenguaje: la línea clara detallista y abigarrada de su dibujo, su tipografía diáfana, su habitual secuenciación reticulada (entremezclada con abundantes cartuchos de texto) y, sobre todo, una temática narrativa basada en el análisis psicológico de los comportamientos humanos y en la importancia del lenguaje como herramienta con la que asir la realidad.
En la solapa de la obra, se nos anticipa el núcleo temático a partir del cual se desarrollará la trama:
La palabra spleen tiene su origen en el griego splên. En inglés denota al bazo.
En francés, spleen representa el estado de melancolía sin causa definida o de angustia vital de una persona. Fue popularizado por el poeta Charles-Pierre Baudelaire (1821-1867) pero había sido utilizado antes, en particular durante la literatura del Romanticismo, a inicios del Siglo XIX. La conexión entre spleen (el bazo) y la melancolía viene de la medicina griega y el concepto de los humores. Los griegos pensaban que el bazo segregaba la bilis negra por todo el cuerpo y esta sustancia se asociaba con aquella emoción.
Aunque hoy en día el spleen está científicamente refutado, la idea permanece en el lenguaje.
De eso va el asunto, el nuevo cómic de Esteban Hernández habla de algo tan intangible como la angustia, de aquel desasosiego que nuestros autores del 98 relacionaban con la abulia y otros intelectuales posteriores con la zozobra existencial. El personaje protagonista de Spleen es uno de esos individuos que, cada vez más a menudo, viven sin vivir en sí. Uno de tantos ciudadanos sujetos con pinzas a una existencia sacudida por constantes visitas al psicólogo y por una alienación social debida a la incomprensión ajena y a la falta de habilidades interpersonales propia. ¿Les suena el perfil?
Una vez más, el autor se zambulle en un terreno aparentemente tan poco visual (y narrativo ‒por qué no decirlo) como el del análisis psicológico y la introspección personal. Ya es una constante en la obra de Esteban Hernández, lo hemos señalado anteriormente. Los veinticinco capítulos del cómic se plantean como una recopilación de testimonios (ajenos y propios) a partir de los cuales el lector intentará comprender la «enfermedad» que aqueja al protagonista y su sorpresiva recuperación parcial. Las viñetas y los textos se conjugan en una especie de sesión de psicoanálisis colectiva de la que no se escapan ni el autor, ni mucho menos el lector.
Hernández utiliza el lenguaje como un fin: se trata de intentar aprehender procesos mentales complejos para articularlos sobre la página gracias a soluciones gráficas (como ese ingenioso monstruo que materializa la congoja vital del personaje) y la secuenciación, aunque no siempre sea fácil, ni se lo ponga fácil al lector. En un momento dado el personaje de Spleen comenta:
Quiero explicar contundentemente cómo es el desasosiego que a veces me ha inundado, sólo eso, pero claro, tengo comprobado que aunque consiga explicarlo perfectamente, nunca soy capaz de hacer llegar mi desasosiego a quien me escucha tal y como siempre lo he sentido. Llega su explicación.
Aunque en realidad esté hablando de sí mismo, nos parece escuchar al propio Esteban explicarse por boca de su personaje. La suya es una lucha constante por convertir ideas y procesos mentales en imágenes, trasformar el dolor, el desconcierto o el alivio en viñetas. Sin embargo, al contrario de lo que a veces les sucede a sus personajes, la suya, la de Hernández, es una búsqueda con final feliz.
Dicho queda, si quieren adentrarse en los laberintos de la mente y aplaudir la valentía autoeditada de Spleen, pueden hacerlo AQUÍ.