Últimos días en el Puesto del Este
Últimos días en el Puesto del Este. Cristina Fallarás. Salto de Página. Madrid, 2013. 112 pp. 12,50 euros.
Por Rebeca García Nieto
Es de agradecer que Salto de Página reedite esta novela, anteriormente publicada por DVD y merecedora del Premio de Novela Ciudad de Barbastro en 2011. Muy pocas novelas tienen la suerte de tener una doble vida, pero ésta, sin duda, lo merece.
Últimos días en el Puesto del Este es una novela bestial. Digo que es bestial porque parece escrita por un animal –dicho esto en el mejor sentido de la palabra, claro está–. Hay algo animal en la maternidad, y la protagonista, la Polaca, es un animal acorralado capaz de cualquier cosa para proteger a sus crías. Por alguna razón, ella y sus dos hijos viven sitiados en el Puesto del Este: ¨Nosotros tres somos todos. Esta mañana he salido y mi aspecto ha despertado muchos comentarios -he oído la palabra loca, la palabra puta, la palabra pobre y la palabra culpa y ninguna risa-”.
Junto a ellos hay un pequeño número de personas, y fuera, rodeando la casa, los fanáticos religiosos, los bárbaros, de los que no se sabe gran cosa, sólo que han dado al traste con el mundo tal y como lo conocíamos y que acechan en el exterior… En esas condiciones, la Polaca trata a duras penas de que sus hijos lleven una vida lo más digna posible, una vida distinta a las ratas, que se limitan a sobrevivir y abundan en el lugar. Y ella, por su parte, intenta con todas sus fuerzas conservar su condición de mujer: “Necesito saber que sigo amando, cómo decirlo, que sigo siendo capaz. Y que aún puedo ser amada”.
Aunque es posible encontrar algunos paralelismos entre esta nouvelle y algunas novelas post-apocalípticas, la alta carga de lirismo que contiene la sitúa en las antípodas de novelas como La carretera, de Cormac McCarthy, o películas como El tiempo del lobo, de Michael Haneke, caracterizadas por la contención. Así, en La carretera la deshumanización llega hasta el punto de que el protagonista se refiere a su hijo con un frío, y escueto, “el chico”. Los personajes de Fallarás, por el contrario, son humanos, demasiado humanos, y tratan de seguir siéndolo pese a que el mundo que los rodea ya no lo sea. El protagonista de La carretera se lamenta de no ser capaz de describir la vida antes del apocalipsis: “No podía inventar para gusto del chico el mundo que había perdido sin inventar también dicha pérdida y pensó que quizá el niño lo sabía mejor que él mismo”. La Polaca se encuentra también en esa tesitura, sin embargo, aunque cree que es imposible lograrlo, intenta recrear la belleza del mundo tal y como lo recuerda, como si intuyera que al contar el mundo éste se humaniza y es más habitable: “Ayer la pequeña me preguntó por el mar. Es imposible hablarle del mar a alguien que no lo conoce, como describir el amor. Le dije agua y le dije sal, movimiento y luna, le dije azul, negro, espuma, arena y roca”.
Últimos días en el Puesto del Este es una novela corta pero intensa, bellamente escrita, con poderosas imágenes que perduran en la retina del lector mucho tiempo después de cerrar el libro (sirva como ejemplo la escena en que los niños ofrecen a su madre una rata como regalo o cuando le cortan su melena, su seña de identidad). Contiene, además, algunas frases memorables: “Las mujeres somos así, incomprensiblemente, imperdonablemente viciosas de la herida”.
Esta última frase, tan terrible como certera, resume, a mi modo de ver, la esencia del libro. Cuando ya no queda nada superficial a lo que aferrarse, ya que se han perdido cosas “tan inconfesables como el carmín, el perfume o cierta ropa interior, las medias de seda, el sabor de los albaricoques aún calientes de sol, el champán con cocaína”, es inevitable volver la mirada hacia dentro y escarbar en las entrañas. Últimos días es literatura de las vísceras, de las tripas, del útero. En este sentido, Fallarás aporta un poco de sangre humana al género post-apocalíptico, sin necesidad de sacar a pasear por sus líneas a zombis o vampiros. Falta hacía.