Por Ignacio G. Barbero.

Virginie Despentes

Virginie Despentes

La labor esencial de la filosofía consiste en dar cuenta reflexiva de lo que acontece. A través del análisis (y la síntesis) el/la pensador/a es capaz de desvelar las raíces que nutren los fenómenos y las fuerzas que los mueven. Ahora bien, hay muchos hechos que, por tradición, han sido omitidos y, sencillamente, no son considerados como dignos de una meditación seria y profunda. Son, por así decirlo, tabúes. A este grupo pertenecen los llamados “delitos sexuales” y, dentro de ellos, las violaciones. Si atendemos a los datos, podemos observar que estas últimas no son hechos excepcionales o marginales; es más, son varias veces más numerosas que los homicidios y los secuestros: alrededor de 1500 violaciones son denunciadas al año en España y se estima,  además, un número de 4700 violaciones anuales que no son denunciadas (usualmente porque los agresores son conocidos o familiares).

Hemos de hacer frente a estos actos como lo que son: violencia salvaje contra un sexo (y un género), gesto de dominio violento que va más allá de lo casual. Analizarlos implica hacer una crítica radical de la sociedad que hemos construido (o que “nos han” construido), descubriendo así las relaciones de poder que son puestas en práctica en estas viles acciones, relaciones que están presentes, también, en nuestra vida diaria y en nuestra concepción usual de los géneros. Forma todo parte de una idiosincrasia a la que nos cuesta mucho renunciar, pues la consideramos natural, esto es, “normal”.

Leyendo a la escritora, pensadora y cineasta francesa Virginie Despentes, las tesis en torno a qué es lo naturalmente femenino y qué es lo naturalmente masculino pierden -literalmente- su valor y son denunciadas como instrumentos de represión social, política y económica. En el caso concreto de las violaciones, la reflexión está cargada de intensidad biográfica, pues la autora fue agredida sexualmente por tres hombres cuando apenas tenía 17 años. Dedica un capítulo completo de su obra “Teoría King Kong” a la cuestión, que es abordada desde una virulenta crudeza y, al mismo tiempo, tratada filosóficamente como la base de la represora y artificial sexualidad humana, no como un mero acontecimiento excepcional. Importante labor que hemos dividido en tres partes para la buena comprensión de las intenciones de Despentes: en el primer texto, se centra en los agresores; en el segundo, en las víctimas y en el tercero hila un análisis que resume y corona lo que ha ido apuntando en los parágrafos anteriores. Sin más preámbulos, pasen y lean:

1- “Desde el punto de vista de los agresores, se las arreglan para creer que si ellas sobreviven es que la cosa no les disgustaba tanto (…) En nuestra cultura, desde la Biblia y la historia de José en Egipto, la palabra de la mujer que acusa al hombre de haberla violado es una palabra que ponemos inmediatamente en duda. He aquí un hecho aglutinador, que conecta a todas las clases sociales, todas las generaciones, todos los cuerpos y todos los caracteres. Pero, ¿cómo explicar que nunca oigamos al adversario: “fulanito ha violado a fulanita, en tales circunstancias”? Porque los hombres siguen haciendo lo que las mujeres han aprendido a hacer durante siglos: llamarlo de otro modo, adornarlo, darle la vuelta, sobre todo no llamarlo nunca por su nombre, no utilizar nunca la palabra para describir lo que han hecho. Se han “pasado un poco”, ella estaba “un poco borracha” o bien era una ninfómana que hacía como si no quisiera: pero si ha ocurrido es que, en realidad, la chica consentía. Que haga falta pegarla, amenzarla, agarrarla entre varios para obligarla y que llore antes, después y durante, eso no cambia nada; en la mayoría de los casos, el violador se las arregla con su conciencia: no ha sido una violación, era una puta que no se asume y a la que él ha sabido convencer. A menos que ese no sea un peso demasiado difícil de soportar, también del lado de ellos. Pero no sabemos nada, ellos no dicen nada.”

 

2- «El mensaje que nos dirigen está claro: ¿por qué vosotras no os defendéis más violentamente? Lo que resulta sorprendente, efectivamente, es que no reaccionemos de ese modo. Una empresa política ancestral enseña a las mujeres a no defenderse. Como siempre, doble obligación: hacernos saber que no hay nada tan grave, y al mismo tiempo, que no debemos defendernos ni vengarnos. Sufrir y no poder hacer nada más.

Pero las mujeres siente aún la necesidad de afirmar: la violencia no es una solución. Por tanto, el día que los hombres tengan miedo de que les laceren la polla a golpe de cúter cuando acosen a una chica, seguro que de repente sabrán controlar mejor sus pasiones “masculinas” y comprender lo que quiere decir “no”. Yo habría preferido, aquella noche, ser capaz de dejar atrás lo que habían enseñado a mi sexo y degollarlos a todos, uno por uno. En lugar de vivir como una persona que no se atreve a defenderse, porque es una mujer y la violencia no es su territorio, como si la integridad física de un hombre fuera más importante que la de una mujer. (…) Estoy furiosa contra una sociedad que me ha educado sin enseñarme nunca a golpear a un hombre si me abre las piernas a la fuerza, mientras que esa misma sociedad me ha inculcado la idea de que la violación es un crimen horrible del que no debería reponerme. (…) Resulta sorprendente que en 2006, mientras que todo el mundo se pasea con minúsculos ordenadores portátiles, con cámaras de fotos, teléfonos, agendas y aparatos de música en el bolsillo, no exista todavía un solo objeto que podamos meternos en el coño cuando salimos a dar una vuelta y que cortaría en pedazos la polla del primer idiota que quisiera entrar sin permiso. Quizás no sea deseable que el sexo femenino sea inaccesible por la fuerza. Es necesario que siga abierto y temeroso: una mujer. Si no, ¿qué definiría la masculinidad?«

"La violación de las Sabinas" (J.H. Schönfeld)

«La violación de las Sabinas» (J.H. Schönfeld)

 

3- Nos obstinamos en hacer como si la violación fuera algo extraordinario y periférico, fuera de la sexualidad, evitable. Como si concerniera tan sólo a unos pocos, agresores y víctimas, como si constituyera una situación excepcional, que no dice nada del resto. Cuando, por el contrario, está en el centro, en el corazón, en la base de nuestra sexualidad. Rito de sacrificio central, está omnipresente en el arte, desde la antigüedad su representación en los textos, la escultura, la pintura es una constante a través de los siglos. En los jardines de París y en los museos, vemos representaciones de hombres forzando a mujeres. En Las metamorfosis de Ovidio parece que los dioses pasan el tiempo queriendo tirarse a mujeres que no están de acuerdo, consiguiendo lo que quieren por la fuerza. Fácil, para los que son dioses. Y cuando se quedan embarazadas, encima las mujeres de los dioses se vengan de ellas. La condición femenina, su alfabeto. Siempre culpables de lo que nos hacen. Criaturas a las que se responsabiliza del deseo que ellas suscitan. La violación es un programa político preciso: esqueleto del capitalismo, es la representación cruda y directa del ejercicio del poder. Designa un dominante y organiza las leyes del juego para permitirle ejercer su poder sin restricción alguna. Robar, arrancar, engañar, imponer, que su voluntad se ejerza sin obstáculos y que goce de su brutalidad, sin que su contrincante pueda manifestar resistencia. Correrse de placer al anular al otro, al exterminar su palabra, su voluntad, su integridad. La violación es la guerra civil, la organización política a través de la cual un sexo declara a otro: yo tomo todos los derechos sobre ti, te fuerzo a sentirte inferior, culpable y degradada.

La violación es lo propio del hombre; ni la guerra, ni la caza, ni el deseo crudo, ni la violencia o la barbarie, la violación es lo único que las mujeres -hasta ahora- no se han reapropiado. La mística masculina debe construirse como si fuera peligrosa, criminal e incontrolable por naturaleza. Por ello, debe ser rigurosamente vigilada por la ley, gobernada por el grupo. Detrás del velo de control de la sexualidad femenina aparece el objetivo principal de lo político: formar el carácter viril como asocial, pulsional, brutal. La violación sirve como medio para afirmar esta constatación: el deseo del hombre es más fuerte que él, no puede dominarlo. Oímos todavía decir “gracias a las putas, hay menos violaciones”, como si los varones no pudieran contenerse y tuvieran que descargarse en alguna parte. Creencia política construida y no evidencia natural -pulsional-,como nos quieren hacer creer. Si la testosterona hiciera de ellos animales de pulsiones indomables, entonces matarían tan fácilmente como violan. Y éste no es el caso. Los discursos sobre la cuestión de la masculinidad están esmaltados con residuos de oscurantismo. La violación, el acto condenado del que no se debe hablar, sintetiza un conjunto de creencias fundamentales sobre la virilidad”.

 

(Fuente: «Teoría King Kong», Ed. Melusina, pp. 31-32;  39-44)