Carmen Camacho

 

«Por arrancarnos la etiqueta de sexo débil caemos en una trampa mayor: la de morir de pie»

 

Entrevista a Carmen Camacho

 

Por Cristina Consuegra

 

 

 

 

 

Carmen Camacho acaba de publicar su quinto poemario, Campo de fuerza (Editorial Delirio, 2012), un título de apertura y fractura, de paso al frente, con el que su autora regresa a la matriz poética, al lecho de la palabra, para entablar un diálogo consigo misma, con el misterio, con el mundo, con el verso -un verso versátil, de naturaleza cinética- y así establecer una poética áspera y dura en torno a elementos fundamentales como lo corpóreo, el instinto, la experiencia de lo femenino y el desorden preciso. Un poemario que se acerca a la realidad, la configura y traduce, para calibrar el presente y a uno mismo.

 

Algo que me fascina sobre la creación, en cualquiera de sus manifestaciones, es ese primer destello del que surge toda obra. ¿Cómo aparece Campo de fuerza? ¿Cuándo va adquiriendo forma?

La poesía y las cosas de la vida, al menos en mi caso y al menos en su dosis primera, me sobrevienen. Hasta el momento no he tenido un plan trazado, un libro sobre plano para el cual haya escrito poemas. Al revés: los poemas, conforme los voy escribiendo, van dialogando unos con otros hasta que, reunidos, llegan a contarme algo nuevo, tal vez mayor, que en ocasiones ni yo misma sabía. Así ha sucedido y de forma intensa con Campo de fuerza. Convoqué a lo escrito en los últimos tiempos; el material era abundante. Y esos textos tenían algo de común o esencial: hablaban del tablero invisible de atracciones, repulsiones, desórdenes, armonías en el que cualquiera, yo misma, vivimos. De aquellos poemas escogí los más contenidos, los que más dicen por lo que más callan.

Con todo, no ha sido fácil dar forma al libro. Aquellos textos se imantaban, eso estaba claro. Pero descubrir su orden, verlo o palparlo —más que idearlo—, pasaba por una toma de conciencia, por un darme cuenta de qué querían esos textos, reuniéndose y no de cualquier manera, expresar.

 

Quinto título dentro de tu trayectoria como creadora poética. ¿En qué se diferencia Campo de fuerza del resto de obras que conforman tu recorrido editorial? ¿Y qué lo acerca a dicho conjunto?

Creo que mis trabajos publicados, uno tras otro, describen un camino, una trayectoria natural, podríamos decir, no premeditada. Campo de fuerza seguramente esté más cerca de La Mujer del Tiempo, el título inmediatamente anterior, que de Arrojada, el primero que publiqué. Pero en todos hay algo, algo que no quiero llamar ‘voz’ -sería un coñazo tenerla y que fuera sólo una- que los reúne, que me reúne: la tierra que encadena y expulsa con idéntica violencia, el trance o paso, la pena alegre y la alegría en triste, el arrimo a lo popular, cierto zapatazo en el suelo, la ironía como espejo favorito… esas cosas.

Pero Campo de fuerza se distingue de los otros libros en algo: la fuerza, poca o mucha, de este libro, le viene por la vía de la contención, no por la del estallido. Eso para mí no es nada fácil, pues en general tiendo al derroche, soy una excesiva. Este libro es para mí como reventar al contrario: es una implosión. Además, es mucho más duro que los otros. Salió agreste, puñetero.

 

¿Cuántas grietas te ha dejado este poemario?

Todas las que hay, que son maravillosamente muchas. Más que darme grietas, este libro me las hace ver, es de principio a fin un avistamiento de la hendidura, un safari por las rendijas. Me interesan mucho las grietas, pues a través de ellas, de la porosidad de la materia, el desfiladero en el paisaje o de la herida al aire, se encuentran salidas, posibilidades, vías de transformación. Las heridas y el paso, su abismo, las rendijas descosidas; todas ellas, unidas al vacío, son los respiraderos de este Campo de fuerza.

 

¿Y qué tipo de grieta o fractura esperas que cause en quien se acerque al verso?

No lo sé. He tratado de constatar y cantar la grieta, decir que haylas —o deseo que las haya— en todo campo de fuerza, en ese territorio demarcado por los hilos invisibles y tensos que nos cosen con las cosas, las gentes, el tiempo, los lugares. A partir de ahí el campo de fuerza y las fisuras de las que hablo en el poemario quieren dejar de ser mías propias para poder ser de quienes leen el libro. En ese territorio íntimo del lector y en sus lindes, yo ni sé ni puedo entrar. Que cada cual haga suyos, a su modo y por supuesto si le place, estos versos. A eso puedo aspirar, como mucho. 

 

En Campo de fuerza,  uno de los elementos identitarios que soporta la poética del libro es la presencia de lo corpóreo, más allá de lo estrictamente epidérmico o formal. ¿Cómo has trabajado este aspecto?

Me importa el cuerpo —o los cuerpos, si lo decimos a la manera oriental de contar que somos cuerpo físico, pero también prana y psique…— y su [de]formación, [in]formación, [trans]formación como vía de entendimiento. Me explico: creo que conocer algo con la cabecita de pensar, conocer racionalmente tiene su mérito, pero es lo más simple. Lo realmente complejo e interesante es entender con el cuerpo, incorporar, intentar conocer no sólo a través de la comprensión inteligente, sino a través de la intuición, de las tripas o el instinto; tratar de tener esos canales abiertos en lo posible. Me interesa el ‘no saber sabiendo’ de San Juan de la Cruz, el ‘yo me entiendo’ de mi abuela, y la calidad de vacío que una sea capaz de albergar dentro, como diría María Zambrano. Enterarme, es decir, ir estando entera, o intentarlo por lo menos, es lo realmente complicado. Ahí, el cuerpo, los cuerpos.

Me interesa dentro de todo esto el cuerpo como cuerpo político, como territorio desde donde acometer prácticas —y expresarlas— de resistencia o de abandono, según el caso. El cuerpo, y más el de nosotras, ha sido campo de pruebas de demasiadas políticas radicalmente atroces, protésicas algunas veces, mutiladoras otras. Situar el cuerpo (los cuerpos) diciendo/haciendo lo suyo en el Campo de fuerza y aprender de ello no me parece ninguna mala idea. En ese sentido la fotografía de la portada del libro, obra del ya desaparecido Juan José Gómez Molina, viene a propósito.

 

¿Y la tierra? Lo pregunto no sólo como palabra, que aparece en diversos poemas, sino también como concepto.

La tierra aparece de forma continua en lo que escribo, pero en Campo de fuerza su presencia es más rotunda que en el resto de libros. La tierra es un foco de atracción perpetua, el primer elemento del Campo de fuerza. Nací en un lugar, un pueblo de la provincia de Jaén, y en una familia –dedicada al olivo y a la cantera— donde la existencia se organiza en primera instancia en torno a la tierra y al agua. Allí la tierra está, es, creemos que alguien la tiene o no en propiedad pero en el fondo es ella la única propietaria; la interpretación que se hace de Ella es tajante, la tierra adentro dicta leyes. El agua en cambio se busca o lleva, está oculta, hay que salir a su encuentro. Para mí, estas condiciones hacen la vida tan mágica —ver cómo se comba una vara en manos de mi padre porque, en su dote de zahorí, puede sentir que bajo nuestros pies hay agua me provoca el asombro de un gran misterio—, como trágica —la tierra impone y, con el secano, el poblado escribe duras leyes—. Vivo en conflicto la relación con la tierra, que me engulle y expulsa a partes iguales.  ‘Tierra para todo lo que huye de la tierra’, decía Lorca. Eso, eso es.

 

Siguiendo con el asunto de la identidad. Un título más, demuestras la versatilidad de tu verso y poética, versatilidad de pelaje rebelde y muy marcada por lo femenino. ¿Qué fue antes, mujer o libertad?

Difícil respuesta. ‘Mujer’ tal vez fue antes. Y ‘mujer’, conste, no implica de suyo libertad. La conciencia de lo mujer, de lo que de mujer haya o siga quedando en cada una de nosotras –y de ellos— sí que puede ser interesante para hablar de libertad o de liberación. Y viceversa: la libertad, concedérsela una a sí misma -aunque sea provisional, o un tercer gradito- potencia  lo que de mujer, niña, animala y gente –y de la rebeldilla— que quede en una. Es cierto que mi escritura está, como dices, marcada por lo femenino. No es premeditado. Escribo desde lo que voy siendo -mujer, entre otras cosas- y creo que eso es lo más honesto que puedo hacer, cualquier otra cosa sería impostar. Y yo no tengo ningunas ganas de impostar.

Relacionado precisamente con esto de no querer impostar y con las cotas de libertad, en Campo de fuerza hay textos donde me encaro con las estrictas imposiciones que nos estamos comiendo las mujeres en la sociedad actual, en este régimen neoliberal que todos sufrimos. Por arrancarnos la etiqueta de ‘sexo débil’ caemos a veces en una trampa mayor: la de morir de pie. Eso no vale. Hay que repensar e incorporar, como tanta gente ya lo está haciendo, estas cosas. Ahí incido, de forma crítica.

 

El poemario se estructura, básicamente, en cuatro partes, asunto que refuerza la lógica de la obra ¿surge durante el proceso de creación o es algo que tuviste claro desde el primer verso?

Las partes del libro son el resultado de un segundo nivel, más profundo o de aumento, en la labor de verle el orden al libro. Cada parte plantea preguntas, aspectos y vivencias diversas que me importan del Campo de fuerza.

La primera parte, “Toma de Tierra”, evoca situaciones y sensaciones en las que la intensidad de la atracción o el aumento de desorden en mi vida no ha sido ni medio normal. Creo que todos hemos sentido en alguna ocasión esa intensidad desmedida, que yo trato aquí de nombrar como lo nombra la Física. El sentido de algunos poemas de esta parte está apoyado por símbolos de la Física y las Matemáticas y, con ellos, de la necesidad de lenguajes precisos. Pero nada sucede en un laboratorio, claro, ni en unas condiciones constantes: la constatación del segundo principio de la termodinámica sucede mientras Iniesta marca un gol, o siento el campo magnético al pedir dos cervezas en una barra de bar. La segunda parte, “El polo opuesto”,  aborda un tema que yo no sabía que me preocupaba hasta que reuní los textos que ahí van: la depredación, la depredación mutua, el cazador cazado, la destrucción si esa cadena deja de ser nutricia, como es el caso del ser humano. A la larga hablo de la invitación del régimen capitalista en el que vivimos a toda esta deglución sin hambre, en cualquiera de los ámbitos, del íntimo al mundial. La tercera parte, “Zona de sombra”, grita la soledad de allá donde no llega la fuerza, que en mi caso está representada en la casa. Y la cuarta “armónica entropía” plantea el campo abierto, la grieta a sus anchas, la posibilidad de que de un desorden nazca un nuevo orden. En eso creo.

 

Ante este presente tan injusto, ¿qué te concede el traducir la realidad a golpe de poema?

Toma de conciencia, en primera instancia, y además, por un buen atajo,  el de la poesía. Pienso a menudo en las larvas que este sistema, injusto a todas luces, pone en nuestras cabezas, o en nuestras -copio a Lorca- heridas: enfermamos pues de la misma enfermedad que tiene este falso presente, son de la misma cepa nuestras infecciones y las del mundo. O visto desde el lado bueno: la sanación de cada una no deja el mundo tal cual estaba. Un mismo poema, como “Duelo a garrotazos”, habla a partes iguales de una pareja destrozándose o de la represión policial durante la revolución de los jazmines en Túnez. El manual de buenas prácticas de Abu Ghraib se puede aplicar en casa, en el coche y en la playa; mi dolor puede arrasar ciudades. Saber todo esto, aunque parezca lo contrario, para mí es motivo de esperanza: algo puedo hacer.

 

La poesía ¿sigue siendo esa disciplina contestataria desde la que reclamar otros presentes o tiempos?

La poesía es estupenda para eso de meter los dedos en las grietas, para poner patas arribas la realidad y sus falsías, para hablar claro y oscuro, para ponerle un barreno a la sintaxis, a ver qué pasa, para mirar o fundar por la vía del lenguaje mundos ciertos y habitables. Para reclamar otros tiempos, pues. No me interesa en absoluto lo otro, lo panfletario, o la poesía o arte de mera pose incendiaria, lo pretendidamente salvífico. La poesía, la buena poesía, nos sitúa en lo real de una manera mucho más potente y abierta. Eso es, ahí está, me interesa: la práctica [est]ética propia de quien indaga, transgrede y se aventura. Mi reverencia y mis gracias plenas a los poetas—maestros que lo enseñan y procuran.

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