La cuarta muerte
Por Marina Fernández Bielsa.
La cuarta muerte. Antonio Mercero. Espasa. 288 páginas.
Inteligente, tierno, impulsivo, inmaduro, brutal a veces e hipersensible otras, lúcido casi siempre, cínico y honesto. Así es el protagonista de “La cuarta muerte”, primera novela de Antonio Mercero Santos (Madrid, 1969), periodista y guionista, que en su debut literario destila oficio y saber hacer.
Leo Echávarri quiere hacer las cosas bien pero todo le sale mal y no puede evitar meterse en líos. Prototipo adolescente entre Guillermo Brown y Holden Caulfield, se rebela contra un mundo que no le comprende y que no termina de comprender. Un mundo adulto de hipocresías y falsedades en el que casi nadie es quien dice ser. Las aventuras, más bien desventuras, de Leo enganchan desde la primera página, en una sucesión de peripecias tragicómicas en las que no falta un toque de denuncia social y un retrato ácido de la clase media acomodada de las grandes ciudades, esa que esconde sus miserias morales en el lujo aparente de las urbanizaciones de las afueras.
La narración en primera persona, que evoca al Salinger de “El guardián entre el centeno”, sirve para establecer empatía inmediata con Leo. Su cinismo impostado a veces y sincero la mayor parte del tiempo ofrece una visión de la realidad que desenmascara actuaciones y actitudes contemporáneas y habituales que pasan por normales cuando no deberían serlo. Las relaciones entre padres e hijos, el sistema educativo, las costumbres juveniles, la corrupción y las adopciones ilegales son algunos de los temas que aborda la novela, con sutil ironía, a modo de proyectil que en sus entrañas lleva una carga de profundidad para reventar conciencias.
La trama es trepidante, bien urdida y mejor dosificada. No decae en ningún momento gracias a una serie de personajes que rodean a Leo, bien dibujados, peculiares y con personalidad propia, alejados de estereotipos. Quizá sean el padre y la madre los personajes más mecánicos o que responden a ciertos clichés, aunque se encuentren detalles que los salven después de todo. Maneca (el mejor de la novela, sin duda) es de esos secundarios que acaban eclipsando a los protagonistas y que se acaba revelando como pieza fundamental de la historia.
Como en todas las buenas novelas las acciones externas sólo son la excusa para mostrar la evolución del personaje. Porque a Leo le pasan muchas cosas, todas muy raras, algunas extravagantes, otras peligrosas, pero en el fondo él escribe y cuenta la historia por una razón: la necesidad de matar al padre. Algo tan antiguo y manido se trata aquí de manera original e ingeniosa. La vuelta de tuerca final resuelve en tono de comedia casi feliz lo que podría haber sido un drama. A Leo se le desvela la dimensión humana del padre y eso le sirve para salvarle y salvarse.
Por lo demás, es una novela cuidadosamente escrita, espléndidamente dialogada, entretenida y divertida. Incómoda y agridulce como las verdades que merecen ser conocidas. No apta para espíritus demasiado políticamente correctos ni para adultos que hayan olvidado la manera adolescente de ver el mundo.