PensamientoReseñas

«La revolución divertida», de Ramón González Férriz

Por Recaredo Veredas.

Aunque la crítica al 68 se haya convertido casi en un lugar común y haya impulsado la obra de autores tan célebres como Michel Houllebecq, esta revisión y ampliación del campo de batalla merece una lectura calmada. «La revolución divertida» contiene una mirada lúcida y original sobre las revoluciones vividas en la hasta ahora próspera Europa occidental desde las míticas revueltas parisinas. Sobre revoluciones lúdicas, de mesa camilla, que solo pretendían cambios más o menos realizables en las sociedades que las sufrían. Una mirada también cruel: las revoluciones solo han servido para aportar nuevas ideas al capitalismo. De hecho las sociedades en las que ocurrieron eran mucho más sociales y justas que las actuales. Así ocurría, por ejemplo, durante los 50 y 60 en la Francia gaullista. ¿Por qué, entonces, ocurrieron? Entre otros motivos por la quiebra interna de cierta burguesía, que acepta las prebendas de la sociedad capitalista pero sigue sintiendo el rugir de un enanito en su interior y necesita airearlo de vez en cuando. 

González Ferriz no mantiene una postura ambigua. Es claramente prosistema: «La idea misma de que las revoluciones ya no sean de carácter político sino cultural, y de que no sean resueltas mediante la violencia sino a través del mercado es uno de los grandes logros de las últimas décadas». Esa absorción por parte del mercado de los ideales y metas revolucionarios es una de las guías del libro, ejemplificada en los Starbucks que venden cafés ecológicos. Como bien dice: «Los jóvenes de los 60 fracasaron en su intento de acabar con el capitalismo pero consiguieron convertirlo en un espectáculo divertido para quien pudiera pagarlo».

La condición de suministradores del capitalismo no es la única faceta tocada por González Ferriz. También ahonda en las contradicciones de la revolución -tantas veces defendidas como necesarias- y, en lo que es más grave, en su falta absoluta de apoyo social, que ha provocado sus ridículos resultados electorales. Una ausencia -repetida en movimientos como la movida madrileña- que contrasta con una intensa atención mediática y un también considerable interés por parte de la clase política. 

El vínculo cultura-política queda ejemplificado en el curioso –muy curioso- ballet que danzaron y siguen danzando los intelectuales de izquierda españoles durante décadas y décadas. Y en un ministerio de cultura que bajo el pretexto del apoyo al progreso intelectual de ese páramo llamado España lo único que consiguió fue aplastar a los más rebeldes. También resulta muy interesante su reflexión sobre la desaparición de los intelectuales más intragables e incomprables durante los setenta, como los libertarios catalanes. La labor del intelectual, viene a decir, es imposible pero debe aceptarse esa imposibilidad y luchar desde ella.

Utiliza una escritura suelta, pero no trivial, irónica pero no sarcástica. Nos encontramos, en suma, frente a un ensayo serio y asequible, que acude a fuentes más que documentadas. Un ensayo que compaña a una demolición de lo oficial, de lo que creíamos inmutable, que lentamente crece en nuestra sociedad. Una demolición que pretende una España más flexible, mucho más próspera. Tal vez sea conservador, pero también de difícil duda. Todo ello pese a que su defensa cerrada del capitalismo resulte un tanto sesgada y simplista. Como es más que sabido muchas veces el camino que conduce a una síntesis resulta mucho más interesante que la propia conclusión.

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La revolución divertida

Ramón González Ferriz

Ed. Debate, 2012

192 pp, 17’90 €

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