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Entrevista a Wilmar Cabrera

El mejor partido de fútbol de la historia

Por Carlos Gámez y Hernán Francese.

¿Qué puede pasar por la mente de un periodista deportivo de regional cuando busca el estadio donde se jugó el partido que le enamoró en su niñez y lo descubre derruido por  una ambiciosa operación urbanística que ha convertido aquel templo en una promoción de viviendas de alto standing? Eso es lo que le sucede a Wolframio Caballero, el narrador de esta novela. A base de retazos, Caballero va construyendo a su alrededor un batallón de perdedores en una ciudad que ha relegado la épica del deporte por la épica de la marca comercial (léase el mercado): el Uno (un emigrado argentino que juega de portero en la regional), Valentí (el antiguo cuidador del cesped de Sarrià), Fermí (compañero de este último en un geriátrico) y otros personajes que pueblan las páginas de este libro, van empujando al lector hacia un final en donde, al igual que en la final entre Italia y Brasil jugada en Sarrià durante el Mundial de España 82, el héroe colectivo pugna frente a los intereses intereses individuales.

Wilmar Cabrera junto al exjugador del Espanyol Antonio Campos Homedes y su hijo, Toni Campos. El primero jugó en Sarrià durantes tres años, y junto con su hijo, asistió también al partido Brasil-Italia de España 82

Al entrar en el bar nos sorprende la figura alta, esbelta, de jugador de fútbol a punto de retirarse, que recibe a los asistentes apoyada en un taburete junto al televisor. En un segundo atisbo, nos dejamos llevar por el desconcierto. ¿Qué hace ese doble de Ruud Gullit vistiendo la camiseta azzurra de la selección italiana? ¿Será que el holandés de origen surinamés, tantos años residiendo en el país transalpino, ha optado por cambiar de nacionalidad? El embrollo se hace aún mayor cuando el personaje se dirige hacia nosotros y nos invita a mirar juntos lo que él considera: “el mejor partido de fútbol de la historia”. A fin de cuentas, eso es lo que se celebra en el bar. Lo dice con acento colombiano, y por nuestras cabezas se cuela la idea de que tal vez “el pibe” Valderrama se haya teñido el cabello y haya decidido adquirir la nacionalidad italiana, en analogía con el drama migratorio que ha afectado a tantos latinoamericanos en la última década. No es hasta que da inicio el partido en el televisor y comenzamos a hojear la novela Los fantasmas de Sarrià visten de chándal, cuando empiezan a encajar todas las piezas. Lo del “mejor partido de fútbol de la historia”, lo de la camiseta azzurra, lo de la identidad del personaje y también lo del drama de los emigrantes latinoamericanos en Europa. Todo eso y mucho más resulta ser esta magnífica novela. No está de más entablar unas palabras con su autor, instantes después del pitido final del “mejor partido de fútbol de la historia”.

1. Los personajes:

—Wolframio Caballero Pinilla, Wilmar Cabrera, Gullit, son algunos de los heterónimos que utilizas en tu vida pública y privada, pero ¿quién está detrás de la novela?

—Es una pregunta bastante esquizofrénica pero, bromeando (y no hay nada más serio que una broma), podríamos decir que son tres nombres y un solo personaje verdadero, que es el que vive en la ficción de la novela: Wolframio. Digamos que los tres trabajan para conseguir un mismo objetivo. Primero está el novelista: Cabrera, que en la realidad, ese plano dimensional en el que vivimos, ordena y traza la disposición de la historia. Luego viene Gullit, que no es otra persona sino el primero visto por sus amigos –así le llaman ellos–, que es un investigador de campo que aporta algo de sus vivencias y como una esponja absorbe todo lo que pasa a su alrededor, para decantarlo en lo ya hecho por Cabrera. Así, finalmente, aparece Wolframio Caballero, que es el resultado de que su padre no tuviera memoria para recordar el símbolo del wolframio o tungsteno de la tabla periódica de los elementos. Los dos primeros (Cabrera y Gullit) alimentan al tercero (W. Caballero) y lo catapultan para que se pueda desenvolver dentro de Los fantasmas de Sarriá visten de chándal. También podríamos decirlo desde una perspectiva matemática y citar la ley conmutativa, que dice que el orden de los factores no altera el producto. Aplicado a la pregunta, diríamos que el orden de nombres no altera el resultado. Y la fórmula sería: C(abrera) x G(ullit) / R(ealidad) = W(olframio).

Y ese resultado, Wolframio Caballero, no es otro que uno de los miles de inmigrantes que aterrizan en Barcelona, por casualidad, para ganarse la vida. Es un periodista que quiso ser futbolista pero nunca lo intentó y que ahora, cuando trabaja como freelance en el diario Spor Deporte, cubriendo la categoría más baja del fútbol catalán, encuentra la oportunidad de cambiar su vida gracias a una idea suya para explotar una ruta futbolera en una ciudad que se vende, cada día más, a los turistas. 

—Esta pregunta es para Wilmar Cabrera:

Para un tipo que, entre múltiples oficios, trabajó como editor de un reality, fue fotógrafo circunstancial en Jamaica, jugador de fútbol, se hizo unos toques en la playa con “el pibe” Valderrama y acaba de finalizar un máster de Creación Literaria, ¿consideras que ha sido el fútbol  algo novelesco en tu vida?

—No es que haya sido novelesco conmigo. Considero al fútbol como una novela que se desarrolla a sí misma, protagonizada por diferentes personajes, en distintos lugares del mundo. Y si a eso le sumo algo de mi experiencia en el sentido práctico de lo que ha sido mi vida alrededor o dentro de un campo de fútbol y además le añado un punto de vista, surge algo que decir. Un pensamiento particular que les puede interesar a diferentes lectores, para intentar llegar a un plano universal. Algún autor define que el estilo de un escritor está en su mirada y esa es la parte que más trato de explotar. En mi trabajo no hablo del fútbol como lo ven todas las personas que pagan entrada para asistir a un partido en el Camp Nou, el Santiago Bernabéu o el Maracaná, ni tampoco como lo observan los televidentes a través de su pantalla; en mi novela hablo del fútbol como lo siento, lo palpo y lo veo yo. Con todas sus falencias o debilidades. De otro lado, como dijo Javier Cercas, en una charla en la Universidad Pompeu Fabra, citando a otro autor que no recuerdo, «uno no elige los temas, los temas lo eligen a uno». Y hay que tener la facultad crítica y el olfato del escritor para desarrollarlos. En mi caso, el tema que me escogió a mí fue el fútbol, como a otros los escoge el amor, el crimen organizado, la música, el campo, la jardinería, el mar, etc. Pero lo importante no es esto, sino el segundo paso, poder desarrollarlos y convertirlos en proyectos literarios sólidos.

2. Literatura y fútbol[Carlos Gá1] :

—Desde hace unos años la literatura sobre[Autoria d2]  fútbol ha ido en aumento, pero tu apuesta va un poco más allá, es decir, concibes la vida a través del fútbol. ¿O es al revés?

—Sí, es muy positivo esto de que la literatura sobre fútbol esté viviendo un alza. Y que se publiquen libros, pero me gustaría ver más novelas que traten el tema. Ya es tiempo de que el fútbol, sin hablar peyorativamente, dejé el traje corto del cuento y se ponga el pantalón de la novela. Es tiempo de que dé el salto definitivo de las páginas deportivas a la literatura, como lo hizo la novela negra, que salió de las páginas judiciales, de la crónica roja de los periódicos, y creó su propio nicho tanto editorial como de lectores. El fútbol es la excusa perfecta para tratar cualquier tema. En mi caso, Los fantasmas de Sarrià visten de chándal no es una novela sobre fútbol sino de cómo el fútbol transforma a las personas en otros seres distintos… a un exfutbolista lo convierte en timador; a un periodista, en falso futbolista; a un albañil, en hombre de negocios; a un jardinero, en un solitario; a un viejo, en un niño; a un estadio, en edificios de vivienda; a una ciudad, en una marca. En últimas, como lo dicen ustedes, concibo la vida a través del fútbol. No hay mucha diferencia.

—Las relaciones que estableces entre literatura y fútbol ¿también  abarcan al deporte en general?. ¿Qué encuentras en el deporte de literario? ¿Dónde lo buscas?

—Si en el fútbol ha echado raíz la expresión eufemística “falso nueve”, que denomina al jugador que sin ser delantero centro definido, natural, tiene como labor anotar goles para su equipo, en la literatura, este servidor se autodenomina un “falso escritor”, no en el sentido negativo de la expresión, sino en el sentido de ser un amanuense que de vez en cuando anota una historia. Y para cada una de estas historias, nada más épico que el deporte. Eso aunque maestros del tema, como Juan Villoro o Martín Caparrós, expresen una opinión contraria y manifiesten que el fútbol, por tener un sentido narrativo en el mismo instante en que se desarrolla, pierde cualquier tipo de carácter épico cuando se trata de llevar a otro formato, en especial la novela. A mi esta idea no me convence, creo que el deporte en general y el fútbol en particular son nichos ideales para desarrollar un tema literario específico alrededor o desde dentro del deporte mismo. En cuanto a mi trabajo, lo que busco son otras historias, otras aristas distintas a las tratadas en lo cotidiano. Trato de huir del lugar común del deportista exitoso y ganador, tipo Messi o Ronaldo, aunque detrás de ellos hay historias, me interesan más los perdedores, porque en ellos está intacta la facultad humana. Por ejemplo, si de ciclismo se tratara, escribiría más sobre Raymond Poulidor que sobre Miguel Indurain. Y es que en esto del deporte, a los ganadores y perdedores se les puede aplicar esa frase de León Tolstói que dice «todas las familias felices se parecen entre sí; las infelices son desgraciadas en su propia manera». En su reconversación quedaría: «Todos los ganadores se parecen entre sí, pero los perdedores son desgraciados en su propia manera». A esa diana es a la que trato de apuntar. Ahora me pregunto: ¿dónde está la novela sobre el EPO en el ciclismo a comienzos de la década de 1990? Una historia sobre perdedores que quisieron ser ganadores de la noche a la mañana. ¿Dónde está la historia sobre las selecciones de Zaire o Haiti en el Mundial de 1974? ¿Estoy esperando la novela sobre los futbolistas africanos que vienen a buscar fortuna a Europa y terminan siendo vendedores manta? Eso solo por decir tres temas a la ligera.   

3. Influencias

—¿Qué autores podrías destacar como cimientos de la literatura que haces?

—Por encima de todos y sin duda alguna: Osvaldo Soriano. Me considero «sorianista» de tiempo y vida completa. Es un punto de partida y de llegada en mi literatura. En Los fanstasmas de Sarrià visten de chándal hay un capítulo homenaje a este escritor argentino, que descubrí en los noventa. Me gusta de él la frase corta y las palabras sencillas que dicen mucho, a cambio de la frase elucubrada que corta cualquier tipo de narración. Y es que como dijo su colega, también argentino, Ezequiel Fernández, «los periodistas y escritores que tratan de hacer literatura con el fútbol saben que la gente jamás puede quedarse por fuera del relato». Y eso que la mayor parte de la literatura «sorianista» no tiene que ver con el fútbol. Pero lo conocí gracias a este deporte y eso me abrió la puerta para leer mucho más de su obra. Después destaco otros nombres, como Roberto Fontanarrosa, Manuel Vásquez Montalbán, Juan Villoro, Ignacio Martínez de Pisón, Ramiro Pinilla, Javier Cercas, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Nick Hornby. Y claro está, la infinidad de autores que no recuerdo de las páginas deportivas de muchos de los diarios que he leído. Ellos también tienen gran parte de la culpa de que haya desarrollado esa manía por el deporte, por el fútbol, que ahora se traslada al plano literario.

4. El proyecto:

—De entre los muchos personajes e historias que habitan Los fantasmas…, ¿hay allí el germen o una pista de la continuación literaria de un proyecto?

—Desde un comienzo, tuve claro que Los fantasmas de Sarrià visten de chándal sería la primera novela de una trilogía que tiene el fútbol como fondo. Pero no es una trilogía que se mueva en el mundo del fútbol, sino tres historias futboleras en que el núcleo será el fútbol, pero que tocan otros temas satélites. Y claro, al plantearlo así, trabajé esta primera novela con una serie de pistas y guiños para seguir en el segundo y tercer libro. Serán independientes, pero se podrán leer como un todo. Eso sí, teniendo muy en cuenta esa frase del escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez, que dice: «El novelista es la persona que recuerda lo que otros quieren olvidar». Así que intentaré tocar temas e historias que están dormidas. Del segundo libro ya hay título y estoy trabajando en la estructura y en cómo desarrollar la historia, pero no quiero adelantar más. Y del tercero lo único claro es el tema central. La idea es tenerlos listos y publicados en estos cuatro años. Es que después vienen los Juegos Olímpicos de Río y hay que estar pendientes de lo que pueda pasar allí.

5. La novela:

—A primera lectura pensamos en Wolframio, Valentí, o «el Uno» como antihéroes, pero vista la hazaña de la azzurra y de algunos jugadores de la verdeamarelha como Sócrates y Falcao, y pensando en la novela como un todo en donde estas partes dialogan y se integran, ¿no se trataría en verdad de una apuesta por el héroe colectivo más que el mencionado antihéroe?

—En una novela que tiene como telón de fondo el fútbol, todo es resultado del trabajo en equipo. Brasil perdió como equipo. Italia ganó como equipo. Perdedor y ganador se dan la mano y traspasan el ahora para vivir por siempre en la memoria de los aficionados. Me gusta esa visión que vosotros destacáis: el héroe colectivo. No lo había pensado así, pero está bien visto. De igual manera, a pesar de que cada personaje dentro de la novela cobra fuerza por sí mismo y enarbola la bandera del típico antihéroe, todos están detrás de un objetivo: sacar adelante la ruta futbolera por Sarriá, para atraer turistas y sobrevivir en una Barcelona atestada tanto de visitantes como de soledades. De su casual unión surge ese colectivo al que hacéis referencia, pero yo voy un poco más allá, para llamarlo el antihéroe colectivo. Que es lo que vive Europa con la trillada crisis: una marea de personas anónimas que en este momento está haciendo todo lo posible, en cuanto a trabajo, por sacar adelante a sus familias en cualquier lugar de este continente. Porque los «héroes conocidos o ilustres», de una manera u otra, nos fallaron.

—Wolframio hace con ironía una referencia al copy-paste pero, a fin de cuentas, ¿no es esta técnica la clave por la que la novela pudo ser construida?

—De acuerdo. Los fantasmas de Sarrià visten de chándal es una «almazuela» literaria que mezcla, agrupa, contiene, incorpora y combina crónica deportiva, ficción, realidad, periodismo, inmigración, soledad, olvido, supervivencia y turismo deportivo. En Colombia, las abuelas guardaban todo tipo de recortes o pedazos de tela que les quedaban después de hacer un vestido o una camisa. Luego, tomaban estas partes, sin importar el tamaño, la tela o el color y las unían en forma de cobija o «colcha de retazos». Aquí en España, he conocido que en La Rioja todavía se conserva esta práctica como artesanía. Esta es la forma que quise para contar la novela. Y no es que me hayan sobrado textos de otros, no. Lo hice de manera consciente. Simplemente, le quise dar ese tono, esa imagen. Literatura de Patchwork. Y revalidar también el copy-paste como técnica. Pero voy más allá y le hinco el diente a lo falso que se hace pasar como verdadero, aunque resulta siendo más verdadero. Por ejemplo, el periodista de la historia siempre quiso ser futbolista pero no lo intentó. Juega fútbol de pachangas y, como tiene un homónimo que sí fue futbolista y famoso, se aprovecha de esto para vivir en carne propia lo que no pudo hacer en realidad. El tour mismo es falso, pero qué hincha del fútbol no pagaría para que le recordasen el mejor partido de la historia del fútbol en el lugar que se jugó. Así el estadio donde haya tenido lugar ese partido ya no exista tras ser demolido y en su lugar solo hay un parque para que caguen los perros y edificios de viviendas. En estos tiempos en que copiar se ve mal y está al día la polémica por derechos y demás, no está de más reflexionar sobre el copy-paste. ¿Acaso no somos una generación que recitaba de memoria la lección en la escuela? ¿Copy-Memory

—¿Suena más verdadera la visión del fútbol a través de los márgenes?

—Es más terrenal. No tiene tanto maquillaje ni fijador en el pelo y se hace más cercano al ciudadano a pie. El otro fútbol es negocio, de otra galaxia, inalcanzable. Es un deporte en el que hay más abogados que atletas y eso ya es sospechoso. Es un deporte jugado por personas de carne y hueso que pierden su condición de seres humanos y pasan a ser dioses, iconos de millones de personas. Pero hay que tener claro eso, puesto que los futbolistas no son ejemplo para los niños ni para nadie… ni siquiera para ellos mismos. El que alguien se vista de cortos y camiseta no lo hace diferente ni especial a nadie, dentro de esa persona hay un humano con todos sus errores. En el fútbol hay racismo, homofobia, machismo, como en cualquier otra profesión.

—Más allá de que consideres a este «el partido del siglo», ¿cómo te las arreglaste para hacer de Barcelona el lugar idóneo para tu novela?

—Fue una casualidad, pero soy partidario del realismo en la literatura. Hay que decir que llegué a esta ciudad por mi esposa y su doctorado. En 2008 aterrizamos en Barcelona. Y como ella estaba ocupada en la universidad, a mí me tocó buscar el piso para vivir. Concerté una cita para ver uno en Can Baró, un barrio cercano al Parc Güell. De camino, por la calle Camelias, pasé y descubrí el campo del Europa. En ese momento, sin ver todavía el piso, me dije a mí mismo, aquí viviremos. Si hay un campo de fútbol cerca, está todo. Ya instalados, recuerdo que comencé a preguntar por Sarrià. Quería conocer el lugar en el que se había jugado el mejor partido en la historia de los mundiales de fútbol. Caminando por allí, entre la avenida General Mitre, la calle doctor Fleming, y la Avenida Sarriá, descubrí el nombre de un bar en uno de los tantos paseos en busca de los imaginarios Sócrates, Zico, Paolo Rossi o Dino Zoff. Descubrí el bar Sarriá 82 y toda la historia de la novela surgió en mi cabeza. Ahora solo tenía que escribirla. Después de conocer un poco más la ciudad y ver el turismo desbordante que la visita todos los días, decidí unir las dos cosas para contar la historia.

6. Barcelona en Los fantasmas de Sarriá visten de chándal

—Tu posición respecto de la ciudad, es decir, Barcelona como marca comercial, está a tono con muchos escritores que comparten esta idea. ¿Has tenido que plantearte esta cuestión al escribir Los fantasmas… o fue una consecuencia directa derivada de los personajes que escogiste?

—Fue consecuencia directa del tema, los personajes y el planteamiento. En Barcelona vivimos en una marca. Residir en la capital catalana es como habitar en una ciudad Coca-Cola, Apple o Adidas. No vivimos en una ciudad, por lo tanto si no es así y vivimos en una marca, tampoco somos ciudadanos, somos realmente «marcadanos». Padecemos de una enfermedad, que más adelante, gracias a estudios de sociólogos y científicos sociales, le encontraremos nombre: «El mal de Mickey Mouse». Al pequeño ratón se le hacía difícil vivir la realidad de su Disneylandia. Los visitantes y las fotos continuas en la ciudad de cartón paja ideada por Walt Disney le impedían estar al tanto de lo que su realidad le requería. Eso es lo que yo intento decir a través de una novela que tiene el fútbol como anzuelo. Pero no en modo Disneylandia, sino en modo Barcelona.

            —En relación a lo anterior: ¿Cuál es el punto de vista sobre este concepto de marca desde la perspectiva del inmigrante, llámese Wolframio, “el Uno”, Wilmar, o Gullit?

—La respuesta la tiene el Ayuntamiento, que está más preocupado por sacar adelante un proyecto para que las personas no puedan usar la marca Barcelona a menos que paguen, están más preocupado en la ciudad como marca que como ciudad. No gobiernan para los ciudadanos sino para los turistas, gobiernan para una marca que quieren vender al mundo.

7. Periodismo y literatura:

—Es el periodismo deportivo actual un objeto a medio camino entre la publicidad y la literatura?  ¿Crees que ingresaste a la literatura desde el periodismo deportivo?

—El periodismo deportivo siempre ha sido publicidad. Vende algo que se consume más que una tarta el Día de Reyes, y ese producto se llama competencia. Deporte. Cuando escribes una crónica o un artículo sobre determinado combate de boxeo, prueba ciclista o partido de fútbol, estás vendiendo eso que algunos denominan «la fuerza del atleta». «El hombre compitiendo contra otros y contra sí mismo». Vendemos un producto, pero eso no da para que no lo veas desde todos los puntos de vista. Desde lo bueno a lo malo. De lo positivo a lo negativo. Cosa que muchos no hacen. Pero eso es harina de otro costal.

En cuanto a lo segundo: «Jóvenes estudiantes de Literatura: para comprobar prácticamente cómo la buena literatura transforma la experiencia real en mito, ¡lean las crónicas del fútbol!». Así terminó Mario Vargas Llosa una columna suya, después de asistir al Mundial de España 1982. Creo que las escribía para El Comercio (Perú). Nada más diciente. En mi caso, el deporte, y en especial el fútbol, me han hecho leer más que cualquier profesor del colegio o la escuela. Gracias a la crónicas de fútbol de Dante Panzeri, Elías Perugino, Diego Borinsky y Carlos Irusta (en boxeo), en El Gráfico (de Argentina); los artículos y reportajes sobre ciclismo y el Tour de Francia o la Vuelta a España de José Clopatofsky y Daniel Samper Pizano, en El Tiempo (de Colombia); las crónicas de Santiago Segurola en El País (de España), por solo citar a unos pocos, fueron piezas fundamentales en mi construcción como narrador. Volviendo a Vargas Llosa: «Estos periodistas deportivos, cuando son talentosos, jamás describen un partido o radiografían el desempeño de un jugador: los mitifican. Es decir, los sacan de su efímera, pasajera realidad concreta y los instalan en la realidad permanente, intemporal e incorpórea de la ficción».

Pero, para concluir,  saliéndonos de la prensa y yendo un poco más atrás, mis clásicos no son los clásicos que vosotros podéis tener como lectores. Mis clásicos fueron los álbumes de Panini de los Mundiales 1978 y 1982, con ellos recreaba fantasías y con los cromos y datos de los futbolistas, estructuraba mi propio relato. A través de esos álbumes descubrí el mundo. 


 [Carlos Gá1]O Literatura y deporte. El punto 4 también se titula El Proyecto

 [Autoria d2]Sino, la siguiente pregunta parece una reiteración

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