El viento comenzó a mecer la hierba
El viento comenzó a mecer la hierba
Emily Dickinson
Edición bilingüe
Ilustraciones: Kike de la Rubia
Edita: Nórdica libros
109 páginas
Por María Cabrera
Como todo lo bueno, cuando creíamos que llegábamos tarde, que habíamos perdido el tiempo, entretenidos en cosas sin importancia, aquello nos estaba esperando. Así habla Emily Dickinson de la naturaleza, la esperanza, el tiempo o el amor. La voz femenina que nos arrulla, nos cuenta las cosas tan bien y nos consuela. Dickinson es una gran madre de tantos hijos lectores.
Cuando escuché el nombre de esta escritora —me gustó, me gustó mucho— no supe adivinar que en él se encontraba la belleza. Que ella, simplemente, la escribía. No fui capaz de contemplarlo como se han de contemplar las cosas que se aman. No fui capaz de amarlo. Después de leer El viento comenzó a mecer la hierba pienso que el amor a primera vista no vale nada. Porque llegué hasta aquí por descuido, por eso lo sé. Lo que me perdía sólo deseándolo. Lo mismo que hacía Emily, hablaba de las cosas que importan, aun sin vivirlas. Rezaba así: “Haber sido inmortal trasciende el llegar a serlo”. Puro consuelo, tal vez, pero no menos cierto que la existencia de personas como ella, en las que anidan pájaros y crecen flores y algo les hace comprender de súbito una realidad que no les ha dado tiempo a vivir, de tan temprana, tan niña y tan mística su experiencia.
La delicadeza con que ha sido concebida la edición de este libro, los dibujos de Kike de la Rubia, no hacen sino intensificar aún más estas sensaciones, creando en el lector la ilusión de la fotografía, la de poder capturar, quizás aprenderlo de memoria, tan solo poseerlo. Delicioso.
No haré de lo bueno, como tú dices, esperar ni un minuto más. Leeré el libro que apunta a ser bello.