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Una luz que viene de fuera

 

Una luz que viene de fuera

 

Joan de la Vega

 

Paralelo Sur ediciones, 2012.

 

 

 

Por Jorge Díaz Martínez

 

 

 

Joan de la Vega acaba de publicar Una luz que viene de fuera, un conjunto de poemas en la estela de su anterior La montaña efímera. Ambos libros comparten el gusto por una lírica breve y esencialista y un trasfondo espiritual.

 

 

 

Como contrapartida a la proliferación de poéticas posmodernas, casi siempre nihilistas y materialistas, no son pocos los poetas que vuelven a conectar la temática del tan mareado yo con planteamientos cercanos a diferentes tipos de espiritualidad. Podríamos citar, por ejemplo, los últimos poemarios de los cordobeses Raúl Alonso, Rafael Antúnez, Juan Antonio Bernier, Juan Carlos Reche o Luis Gámez, los cuales, cada uno a su modo, introducen en su poética una preocupación de índole trascendental. Una tradición, la de la lírica mística, que remonta hasta las fuentes más antiguas de la poesía castellana y que representa uno de los modelos ancestrales de la literatura universal, con formulaciones tan diferentes como lo son las de San Juan de la Cruz, William Blake o Walt Whitman, por mencionar solamente a tres grandes autores occidentales.

 

 

 

Pero el libro de Joan de la Vega no nace de una toma de postura estilística, sino vital. Lo cual no quiere decir que sea producto de ninguna ingenuidad literaria, más bien al contrario. El autor es consciente de pertenecer a una línea y es evidente su predilección por ella, pero no condecora sus páginas con infinidad de citas y referencias. Muy pocas y muy marcadas pistas se mencionan: la cita de Wallace Stevens que da título al poemario, un poema de Ungaretti como pórtico, unos versitos de Lao Tse, Li Po, Han Shan y un haiku de Bashô. Suficiente para que, si no bastaran sus poemas, pueda el lector deducir en qué invierte el autor sus horas de lectura. Pero, como decía, no se trata tanto de un compendio de creaciones formales como de un cuaderno de dudas con forma literaria, lo cual lo hace mucho más interesante, desde luego. Si esto fuera poco, los títulos de las dos partes en que se divide el poemario terminan de ofrecernos una acotación inequívoca: “Samsara” y “Las flores del Dharma”.

 

 

 

Y, sin serlo, a lo que más me recuerda este poemario es a un libro de viajes. Un libro donde se toma como excusa –o inspiración- el paisaje de una naturaleza superviviente, pero cuyo periplo sucede en el interior del sujeto. Decía Alberti que para ir al infierno no hace falta cambiar de sitio ni postura. Joan de la Vega encuentra en sus paseos por la naturaleza el sendero perfecto para llegar a sí mismo, o al menos, más cerca de sí mismo. Sus poemas caen como pinceladas sostenidas, sobrias, certeras, simples. Para decir lo que quiere decir no le sobran palabras. Casi podríamos decir que Joan de la Vega practica el haiku libre. Instantáneas que dibujan un recorrido sin centro, las huellas de unos diálogos silenciosos. Y mucha lucidez.

 

 

 

contemplar

 

 

 

medir

 

la mano del alma

 

 

 

entreabierta

 

desde una ventana vacía

 

 

 

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