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Estética en la ética del cine del siglo XXI (Festival de Cine de Las Palmas)

 

Por José Ramón Otero Roko

 

The loneliest planet, de Julia Loktev

Sabemos que el ajuste económico no es un fin en sí mismo sino una herramienta de la clase dominante para producir un ajuste social y cultural que elimine cualquier horizonte liberador en los dominados. Del mismo modo que se gestiona la sanidad o la educación públicas con la intención de hacerlas menos atractivas que sus correlatos privados, se propone una precariedad cultural que no plantee una alternativa a la del espectáculo de masas excepto por estar financiada con menos medios y por tanto represente en el imaginario colectivo una especie de “clase B” de la alienación del ocio, tan necesaria para soportar la productividad y la competitividad a la que la supervivencia obliga al pueblo sometido. En ese mundo de la representación lo original “es pobre” y las ideas “son gratuitas”, un pensamiento tan reaccionario como subversivo que se vuelve inmaculado donde el valor de cambio es el precio de las cosas.

 

A la contra de ese orden reman festivales como el Internacional de Cine de Las Palmas que en su 13º edición presentó un interesante plantel de obras resistentes y tercas. En un festival así no se pueden sustraer a la corriente que ahoga las obras singulares en la limitación y la fragilidad pero pueden convertirlas en alternativa a fuerza de presentarlas como excepciones, como náufragas, como mensajes en botellas que llegan a sus playas. Valerie Massadian pasa meses rodando a una niña que descubre el principio del aislamiento del mundo de los adultos en una cabaña en Francia y ve su película proyectada en una isla a miles de kilómetros. Andrés Duque exprime la vigencia de la felicidad como una íntima directiva política y personal y la comparte con los habitantes del mismo mundo del que escapa en su película, o acaso otros exiliados que permanecen aún físicamente sujetos a la superficie de la que se evaden. Miguel Gomes logra que la memoria de los mayores importe a todos allí donde la memoria dejó de convertirse en un certificado exacto del tiempo pasado y es por sí misma un acta que tiene una vida propia que el cine inmortaliza. Huang Ji rueda la tragedia del embarazo de una niña de 14 años en un film que es ignorado en la distribución comercial de su país y sentimos vergüenza de confesar que esto es exactamente algo que puede pasar en el nuestro, tanto en el veto económico como en el prejuicio por la historia. Pero analicemos punto por punto qué ofreció uno de los grandes, todavía no el último, festivales de cine de vanguardia de nuestro país.

 

Tabú, de Miguel Gomes

 

The Loneliest planet de Julia Loktev resultó ganadora de la Lady Harimaguada de oro en el LPA Film Festival de Las Palmas de Gran Canaria y del premio a mejor actriz para Jani Furstenberg, en una decisión que tuvo mucho debate en el seno del jurado y en la que quedó en minoría su presidente, el director Vicente Aranda. Esta película, que fue la que seguramente hizo respirar a algunos miembros del tribunal saliendo del tono duro y repleto de cargas de profundidad que marcó la sección oficial, había resultado ganadora en el AFI Fest de Los Ángeles y tenía esa marca de agua del cine independiente yanqui -a pesar de que su directora es nacida en Leningrado se crió en USA- que elige historias que parecen mucho más excepcionales y libres en el país en el que se producen que vistas desde lugares donde tenemos dos versiones de la libertad del imperio. Protagonizada por Gael García Bernal, el argumento trataba de ser una road movie a pie por las montañas de la ex-república soviética de Georgia donde una pareja de turistas planea tener un viaje iniciático. Pero su acercamiento a una cultura distinta no deja de ser la de la burbuja que se sabe de paso y que extrae su energía para estar suspendida en el aire de su propia intrascendencia en acuerdo con las leyes físicas que logran que la gravedad la coloque por encima de los demás. La mayoría de los diálogos son intrascendentes cuando no se tiene la edad adecuada, o no se mira con excesiva nostalgia a ésta, y la peripecia se queda en haber observado una ruta que los dos personajes principales no podían contemplar de una manera distinta a como lo hacen.

 

Tabú del portugués Miguel Gomes es otra cosa. Ganadora en el Festival de Berlín del premio FIPRESCI y del Alfred Bauer, gran revelación del certamen alemán, consiguió en Las Palmas la Lady Harimaguada de Plata gracias al apoyo de Vicente Aranda y otro miembro del jurado que quedaron esta vez en minoría para darle el premio ganador de la muestra. Esta película presenta muchos síntomas de la buena salud del cine de creación contemporáneo. El más importante, que pese a que su planteamiento exige un trabajo del espectador para asimilar una historia conceptualmente difícil, uso exclusivo de la voz en off en la segunda parte del metraje, blanco y negro, tipologías de los personajes en la frontera de lo mágico o de lo alucinado, escritura de gran novela del XIX, la que acaso es el antecedente de las últimas sociedades coloniales, en este film todas esas características se convierten en belleza quizás porque de cuando en cuando Miguel Gomes sabe poner una sonrisa en los que asisten a la proyección o quizás porque el mundo que deja atrás este siglo es todavía inmediato en nuestros genes y entrar en él supone aceptar las reglas del juego de una comedia en la que el corazón sonríe y la conciencia se aflige. Sea por lo que sea, uno sale del cine con la impresión de haber degustado un manjar, acaso, más que un plato fingido, la carta completa de lo que uno tiene que experimentar en una sala ante una película hecha por un contemporáneo. Y así lo debió de sentir también el jurado popular que en una grata sorpresa dio el Premio del Público a esta película suponiendo a la vez un espaldarazo a la línea de riesgo creativo del Festival y una llamada a que el certamen haga acopio de más películas como Tabú que sepan conjugar el amor por el arte con una manera de amar a través de él al espectador.

 

Jiadan he shitou (Egg and Stone, Huang Ji, 2012) es una de esas propuestas en que hay que dejar de amar al público para entender a los personajes. Ganadora del Festival de Rotterdam, uno de los certámenes que sirven de referencia al LPA Film Festival, en Las Palmas consiguió la mención de honor del jurado con una historia de una chica de 14 años que vive con sus tíos en un pueblo de China y queda embarazada. La noticia es una tragedia, no porque China tenga un gobierno autoritario que prohíba abortar a una menor de edad, que no lo tiene, sino porque no tenemos que ir muy lejos para encontrar ese mismo relato en la sociedad española, donde las tradiciones aún pesan más que los progresos para un sector importante de la sociedad, y la tutela de la religión marca a la postre las relaciones de muchas personas que por otro lado presumirán de vivir en una sociedad moderna y avanzada. El discurso de la película, alumbrado por el hecho de que estas relaciones están vetadas en la sociedad china y el film no se distribuye más que por internet y una red de clubs de cine al margen de los canales comerciales, un poco lo que sucede en España cada año con decenas de películas, estaba teñido, eso sí, de una atmósfera asfixiante y una oscuridad total que obligaba, como decíamos, a tomar partido por la historia o por nuestra comodidad como público.

 

Egg and Stone, de Huang Ji

Stopped on track, del alemán Andreas Dresen se llevó el premio al mejor actor  para un Milan Peschel inmenso que convertía un largo de ficción en un documento dramático que nos dejó un nudo en el estómago. La historia, los últimos meses de un hombre enfermo de cáncer, no trataba de contagiar la lágrima fácil ni la empatía elemental con su personaje. Al contrario, accedíamos a una serie de vivencias que sólo el familiar de un enfermo terminal conoce, con sus miserias, su desorientación y el endurecimiento progresivo que se elabora en su entorno. Familia que sobrevivía, y lo diremos para que de la tragedia no se extraigan mensajes tan conservadores como la resignación y el sacrificio, gracias a la existencia de un sistema público de salud que comparte esa carga y hace de la muerte un lugar razonable. No tanto todavía como para ahorrarle el sufrimiento a este hombre pero sí como para no convertirse en la antesala de un final parecido para los que le rodean. Una película valiente, muy bien interpretada, cuyo final no dejaba sitio para el aplauso pero tampoco para el desaliento.

 

Andrés Duque con Ensayo final para Utopía y Ben Rivers con Two years at sea protagonizaron las dos sesiones de mayor riesgo conceptual y estético de la sección oficial del LPA Film Festival, aunque con resultados diferentes, casi opuestos. La de Andrés Duque es una puesta en valor del cine experimental al que casi todos los realizadores con propuestas originales en los últimos años se sentían vinculados e interesados pero que ninguno tenía la valentía de retomar en el punto, seguramente a finales de los 70, en que quedó abandonado. De alguna manera ese cine ha permanecido aún como un territorio salvaje y no ha entrado en el canon conservando casi intacta su frescura y rebeldía. Hacer una película con esos presupuestos estéticos en pleno siglo XXI y que no resulte démodé o nostálgica es un logro muy importante. La osadía de Andrés Duque estriba en que nos proporciona incólume la turbación y el asombro de las piezas artesanales que desafiaron la historia del cine como sólo las vanguardias de los años 20 (protagonistas de otras sesiones en uno de los ciclos paralelos del Festival) consiguieron. Pero es necesario que el ser partidario de este cine no se convierta en un obstáculo que no deje a Duque dar una vuelta de tuerca más allá de un experimento que a pesar de que nos sorprende lo encontramos reconocible. La propia temática de la obra, muy vinculada al fallecimiento de su padre, nos permite pensar que puede tratarse del cierre de una etapa y la antesala de otra.

 

Ben Rivers con Two years at sea consigue sin embargo un efecto antitético. Su concepción del cine hace años que ha encontrado hueco en los festivales “off the road”, pero no ha madurado con su público que, pese a los afectos que le ligan a él, llega a pensar, si se rasca un poco, que su planteamiento estético basado en el preciosismo de lo marginal, de lo alienado, de lo precario, hace tiempo que dejó de ser un juguete de la nostalgia por una falsa libertad y es hoy una manera de endulzar lo insuficiente y lo inestable, precisamente en un momento de la historia en el que, hasta hace poco, podíamos acariciar esos límites como un opción, pero que en este momento los vemos obligados y por lo tanto poco deseables. La película es un goce visual por su fotografía, por su concepción del tiempo, pero de la misma manera una bella falsedad que propone un Walden en un caravana encima de un árbol y una falsificación decorativa en la que el ciclo vital comienza duchándose con una tubería en un éxtasis de la mendicidad que puede resultar muy atractivo para los cachorros de las clases dirigentes pero no para los que sentimos en ello una amenaza, no una metáfora.

 

Stopped on Track, de Andreas Dresen

Y terminamos con la sorpresa genuina del LPA Film Festival que fue la película de Valérie Massadian, compañera de Pedro Costa y debutante en el largometraje con un vehículo que se le hizo ingobernable y precisamente por ello lleno de una belleza inusitada en el cine. Nana, la película de Massadian, es producto de más de 60 horas de rodaje con una niña de 4 años, Kelyna Lecomte, en una casa vecina a la de la directora francesa en el campo. Todas las escenas de la niña son preciosas, en el sentido en el que otros lo pueden decir de una gema o una perla. Están rodadas por la directora en solitario, con una sola cámara y en ella vemos a la niña descubrir el mundo que la rodea, inventar juegos, establecer los códigos en su relación con los objetos y los seres vivos. Pero las escenas con la madre (Marie Delmas) son visiblemente simuladas por ésta, todo el frescor y la espontaneidad de Kelyna Lecomte se convierten en una impostura. La propia Massadian nos reconocía en la rueda de prensa que la elección de Delmas “había sido un error” y “en ningún momento hubo comunicación con ella”. El error se intenta arreglar con otro error y finalmente esas escenas sse montan y forman parte de un metraje que no necesitaba en absoluto la tutela de ese personaje. Era un momento para que la directora hubiese dicho que se olvidaba del guión que llevaba escrito y pensara otra vez la película desde cero. Ojalá veamos en un futuro remontado el bruto de este metraje y podamos disfrutar y aprender de lo que Valerie Massadian ha rodado.

 

Un Festival de Cine Las Palmas de Gran Canaria que ha sido un placer ético y estético, a veces las dos cosas, a veces una en dura pugna con la otra. Defendamos estos espacios sobre los que, con la tentación de no entenderlos, siempre pende la amenaza de creerlos incomprensibles y por tanto prescindibles. El futuro del cine está en juego en ellos.

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