Poemas de Magali Alabau
Cuántos lugares he perdido
Cuántos lugares he perdido
cuánto tiempo merecedor de algún recuerdo,
cuántos trapos
pegados a palabras,
disolviendo
la confesión exacta,
el malestar, el miedo.
Para qué merodear
los escondrijos donde quedaron
los papeles en blanco.
No tuve miedo en los montes
cuando ordenaron, darles lustre,
a legumbres rebosantes,
sentada sobre el trozo de los troncos,
contando los castigos,
lavando el tubérculo carnoso
que todos comeríamos.
Tuve miedo
a la verdad que es tan desnuda,
cobardía encerrada
en una jaula sucia de pájaros enfermos,
Prisioneros quejándose,
ardides, propuestas
escapadas hacia el mundo
de secuelas prohibidas.
Las calles de la Habana
cercándome en la cita
llegando cada una por su lado,
respiración sobrecogida,
espasmódica,
te quiero así, temblando.
Tieso el deseo de aprehensión.
Tantos ojos
acosando el espacio,
mis labios temblaban por tus labios
por la incisión de
no poder amarnos.
La Habana sabe a guagua sudorosa
cuando pierdes las cuerdas y caminas
resignada a la obediencia
entre pasando monumentos a los héroes
que están siempre al acecho.
Me senté en ese mármol frio
a pasar la noche desafiando
la fiebre y el ácido del cuerpo.
El uniforme
de patético verde,
botas desgastadas
medias con sus huecos
y tirantes que aguantan y sostienen
un alma que perdió sus partes
entre el Malecón y las calles de la Rampa.
¿Y qué vino después
de los silencios
de las resignaciones
de las admoniciones
después de los suicidios,
los fusilamientos
y desapariciones?
Amigos y fantasmas,
recuerdos del vacío
donde conocí los
rostros hervidos por el fanatismo
y esos otros dulces liberales
alojados en las habitaciones
privilegios de un Country Club cualquiera.
Un maestro, con su cuadrilla de nosotros
nos debe al sobresalto a la Poesía
La Poesía Pura la llamaba
dedicatoria a la
privilegiada inteligencia
promesa
de una generación perdida
entre el ómnibus y los aeropuertos
entre las estacas y las factorías
Ausente
del alma que mueve
y nos gobierna
oficio de magos y virtudes vagabundas.
¿A dónde fuiste en esa pesadilla
multiplicada por blancas piedrecitas de las noches
que te hicieron correr por calles medievales
antes del tiempo asignado para ti?
Acorralar el tiempo
sus sarcasmos
tus ojos negros
de ironía y pesar,
regalo del ardid y la locura.
Sonámbulo y en sombras
apareciendo como los engaños
con la imaginación de los vecinos,
del sepulturero que seguías
o que buscabas
en esas tardes
de nada cotidiana
bastiones de ideales
que me perseguirían astutamente
Soy inútil dijiste
para toda la actividad del día y de la tarde
lenguas aparecen
y mi mapa es el cuerpo,
la retina,
las ganas de oírte,
los presagios,
la afinidad y el borde,
la sonrisa,
la sorpresa,
el domicilio,
un regalo,
una oda a la perfidia,
al testimonio,
a la anémona.
Discernir
volver a la sierra,
al insomnio pasado,
volver atrás para entender
el desafío,
la luz pura,
la destreza de lo eterno.
Apagado el aliento,
convulso el final,
rodeado de enemigos
resuelves tu sentencia
tomando el agua
donde se diluyó el veneno.
¿Dónde dejaste el lustre de tu piel de vivo?
¿Cuándo cambiaste tu foto de ahora
por el color morado
de tantas convulsiones?
¿En qué radica la esencia,
lo patético?
¿En qué encargo?
Me haces presenciar
la corrupción de tu paisaje.
¿Por qué tengo que usar las tan negras ropas
de alguna escena de teatro?
¿Por qué me haces asistir
a esa capilla donde en la caja
insinúas una tranquilidad que yo no creo?
Te quedas solo
en un panorama de velas encendidas
con alguna basura
deshecha sobre sillas
y el piso.
Lo irracional
y el lenguaje que no hablamos,
acaso ¿podrías descifrarlo?
El método
de uñas que se pintan
en esas conversaciones
de mano inclinada
incinerada.
Señora Mano con uñas
deme un dedo pintado,
quítese pellejo,
hazme fina y endeble
Manos llenas de venas azules como ríos,
anchas, uñas desvencijadas
carcomidas por los pensamientos.
Mientras te veo trajinar
con las cutículas
persisto en el remoto origen
de ese laberinto en que me pierdo.
Iluminada
con la piel blancuzca,
los ojos fijos en el metal
del horizonte.
Brújula y compás
describiendo
ocasiones y objetos.
Descubre tu corazón,
olvídate del resto,
de las inoportunas arrugas avanzadas,
las venas de las piernas,
las fortificaciones y dobleces.
Absorbe lo poético, el minuto
que te ha sobresaltado,
esta angustia
en la palabra.
En ese arañazo del destino
descubre tu corazón,
el riesgo,
el paso a lo infinito,
a los términos
donde se abandona toda regla
y el contrato.
Merodea la lámpara apagada
lo temporal con sus definiciones;
demonios que anuncian
el orden siempre el orden.
No hay clarividencia en esos días
de batallas y guerras cotidianas.
¿Por qué usar la pluma
cuando solo bastaría imaginarla?
En trance a todas horas.
¿Dónde estoy?
Allá voy al agónico
deber que me empuja
a mirar el espejo que es un lago,
que es un rio
que hay que atravesar,
que me propone llegar hasta el final de la escalera,
al destino indomable,
a ese portarme bien,
ser placentera y tenaz,
dócil, abnegada,
sensible y desprendida
a las necesidades.
Visité mi pueblo por última vez
Volví.
Fui a revisar
lugares, intersticios
lagunas, mareas y mareos,
olvidos y escuelas,
maestras y recuerdos.
Visité las cuadras donde caminaba
segura que nada cambiaría.
Medí la anchura de las calles,
traté de recordar como lucían.
Pasé frente al colegio que no existe.
Busqué el portón de entrada,
y el miedo a que
cerraran sus aldabas, y yo,
dentro, penitente castigada.
Una vez más entré a los patios
de verdes plantaciones
con canteras y sol cubriendo
la explanada.
El Apostolado,
Teresianas,
las Dominicas Americanas.
Eran las tres ciudades donde
niñas ricas, educadas y pudientes
iban a aprender las oraciones,
el catecismo, los mea culpas.
Las monjas del Apostolado
gravísimas en porte, eran simples
españolas.
Años más tarde
probé la disciplina americana.
Sister Rose Marie, la directora,
autoritaria, caminaba
con hábitos girando contra el viento.
Hope, la más alegre y dulce
de las monjas, seductora
con himnos y alabanzas.
Sister Reparata,
vieja y amargada, arrastrando
el rosario como un péndulo.
Con su rictus de hiel y de amargura
buscaba el perdón en esos rezos.
Sister Malva,
la estricta irredimible,
mirando con desprecio
a todos lados y a todas las esquinas.
La imaginaba dominatrix de noche,
dueña del convento
y de sus látigos.
Sus uniformes negros,
sus vaivenes,
me abrían
el entendimiento
al infinito.
Eran olas de ira y lluvia almidonada.
Eran órdenes
y edictos.
Era la vida teatral que me iniciaba.
¿Que harían en esas celdas solitarias
cuando las mortificaciones
y el vía crucis terminaba?
Fueron épocas diferentes y con sus diferencias.
El Apostolado, de kindergarten al segundo grado.
Después se asentó la oscuridad de la Edad Media.
La tenebrosa pausa
en que no fui a la escuela.
Tuve que resignarme a esa muerte
frecuente que nos visitaba.
Primero, abuelo.
Este hombre dicen que fue un santo
y en verdad
poseía la elegancia
de los que no hablan,
de los que no gastan en vano las palabras,
de los que atienden a las vicisitudes
de los hombres
o de la humanidad, como se dice.
Don Pepe no parecía español de Barcelona
y su origen no era de ese planeta Cienfueguero.
Callado, sin hambre,
sin pedidos,
envuelto en su traje de tres piezas,
chaqueta, pantalones y chaleco.
Su cara color grisona piel de arena,
era un monumento del silencio.
Fumaba sus tabacos refinados
mandados desde España o de Canarias.
Su pelo en dos mitades repartidas
y su porte tranquilo y elegante,
de la Orden de Colón, un caballero.
Abuela era otra cosa,
la jefa, la criolla, la dominante esfera
de la casa, la histérica endócrina, cuadrada
con su perro Sultán en las rodillas.
Sus labios punzantes color rojo
rezaban, rezaban y rezaban.
Creía sin tantas certezas ni escrutinios
en la inefabilidad de Dios y el Espíritu Santo.
De la mano caminábamos
las creches,
las beneficencias,
los teatros
en color y en negro y blanco.
Elsa Aguirre, por Dios,
querida Abuela,
si supieras
qué ha sido de mi vida,
cómo he crecido
tu aceptación rogando
en tu antesala de eternidad
y cines.
Fui
antes de irme hacia el marasmo
y el desorden.
Tuve ilusiones que un milagro
ocurriera,
que pudiéramos llevarte con nosotras
en la maleta grande,
sin un pasaporte,
invisible,
sin que notaran
tu edad, tu negrura y tu ceguera.
Allí fui
a confesarte
la tristeza,
mi falta de voluntad
y mi desprecio al sacrificio.
A confesarte que a pesar
que estabas tan desamparada
sin ojos y con todos los recuerdos
intactos de mi infancia
yo no podría llevarte
a mi futuro.
Que la llama tuya se apagaba
y la mía se prendía a tantos fuegos.
Si supieras lo que es irse,
abandonar las posibilidades,
los cuidados que debemos a los otros.
Romper con todo sentimiento,
apartarse y correr,
hacerse el sordo.
No perecer es la consigna.
Atrás ni un paso.
No quedar en los entierros
de estas celdas y esas urnas
de la casa y de este pueblo.
Yo era planta — me decía,
quería crecer, brillar como
una estrella.
Mis orejas estaban
educadas a conciertos,
a no quedarme sentada en un sillón
cuidando enfermos.
¿Cómo llenarme de telas y de arañas,
de silencios sin triunfos
rodeada de frases estropeadas,
de años por delante
repletos de monotonía y de desgaste?
Y ahora frente a ti,
entre paredes descuidadas,
entre los vasos sucios
que si los muevo de sus sitios
ejércitos de insectos,
cucarachas, se avispan,
me he quedado muda.
Pinto las paredes a ver si
duran, a ver si llego a tiempo
antes que mueras.
Te dejo todo lo que tengo.
Quisiera retomar el tiempo
que pasamos juntas.
Mientras encegueces
yo pierdo las pupilas, los párpados,
los ojos.
Mañana
será la despedida,
perdida de la infancia,
recuerdo inmaculado
que marca la ruptura.
Pedazos inconsolables
que descargo en laberintos,
expediciones, en promesas de ayuda
que nunca he de cumplir.
En aviones,
caminando senderos delirantes,
paisajes extraños
perdidos otra vez en esta
amnesia convenida
que oculta tanta angustia.
Confusión
que me guarda y me distrae
de esta desesperación a fuego lento
Magali Alabau nació en Cienfuegos, provincia de Las Villas, Cuba. Estudió teatro en la Escuela Nacional de Arte (Cubanacán). A los 18 años dirigió el estreno de Los Mangos de Caín, de Abelardo Estorino, hoy ya un clásico del teatro cubano. En 1967 se establece en Nueva York donde funda junto con Manuel Martin el Duo Theater. Se desempeña como actriz hasta 1985 destacándose no solo como pionera del teatro hispano neoyorquino, sino también como una de sus más notables interpretes. En 1986 la Editorial Maitén de Chile publicó su primer libro de poemas, Electra, Clitemnestra. Ese mismo año, la Editorial Rondas de Madrid publicó La extremaunción diaria. Ganó el Primer Premio de poesía de la Revista Lyra en 1988 y obtuvo la beca Cintas en 1990. El Instituto Latinoamericano de Poesía en New York premió en 1992 su libro Hermana, publicado por la Editorial Betania en Madrid. En 1991, Betania también publica Hemos llegado a Ilion y en 1993 la Editorial Torre de Papel publica Liebe. Sus poemas han sido publicados en revistas y antologías de Estados Unidos, Europa y América Latina. En la actualidad reside en Woodstock, donde hace años realiza una labor de adopción y protección de animales.