Facebook: el paraíso del psicoanalista
Por Guille Ortiz
Soy de esa clase de personas que van a los sitios para luego poder comentar las fotos en una red social. Un hombre con una difícil vida social, en definitiva. Dani Mateo, en uno de sus monólogos, presentaba la situación de un chico y una chica que se conocen, se gustan y en vez de decirse: ”¿Qué, follamos?” se piden el Facebook, van muy educados a sus casas, encienden el ordenador, agregan a la persona en cuestión y se dicen en el chat: “¿Qué, follamos?”.
Somos una generación de chats y eso a los escritores nos debería haber servido de algo. Mi primera novia salió de mi instituto –y a estas alturas deberían saber que era del Barça- y mi segunda novia salió de un chat, el paraíso de los chicos tímidos, allá por los principios de la anterior década. Los tiempos 1.0, ¿se acuerdan? No fuimos a ningún programa de Antena 3 a conocernos sino que lo hicimos casi en seguida y en mi barrio. La chica del chat no solo era de mi ciudad, sino que era mi vecina, pero jamás me habría atrevido a decirle nada en la calle, por supuesto.
Llevo días preocupado por la dialéctica “persona-personaje”. Falso. Llevo años preocupado por eso, pero ahora cualquiera puede ser persona y personaje a la vez así que el drama es mucho mayor. Persona y avatar, si lo prefieren. El que es y el que lo parece. Las redes sociales, por seguir con el tópico, son un gran escaparate. Lo que aún no sabemos es qué estamos exponiendo exactamente. Facebook va a ser el paraíso de los psicoanalistas: de repente, no solo tenemos que saber quiénes somos y qué imagen queremos dar de nosotros mismos sino que tenemos que dejar esa imagen online las 24 horas del día y actualizarla de vez en cuando, para que el público no se aburra.
Y es que en esas estamos: de repente, tenemos un público. Es complicado trabajar con un público mirándote. Siempre habíamos pensado que lo complicado era trabajar con un jefe mirándote y por eso odiábamos a los futbolistas pero ahora resulta que haces el comentario erróneo y tienes 25 personas dispuestas a recordártelo. Es difícil vivir una intimidad de 850 amigos. Es, como mínimo, estresante. Entre el chat con la vecina y esto, reconocerán que hay un salto cualitativo importante.
Por supuesto, yo estoy enganchado a Facebook. Muchos de ustedes lo están y además se sienten culpables como yo porque saben que pierden el tiempo y deberían estar leyendo un libro o, quién sabe, incluso escribiéndolo. Si tienen cuenta en Twitter, la culpabilidad será mayor. La mitad de mis “tweets” los utilizo para criticar la inutilidad y la puerilidad de Twitter. Me he convertido en Epiménides, el cretense, y lo peor es que lo hago para contármelo a mí, para decirme: “Esto es absurdo, esto es absurdo” igual que Kurtz se decía “Ah, el horror, el horror…”.
Y eso que aún no he probado Formspring.
En fin, la vecina del chat y yo nos pasamos la tarde hablando de Jesús Vázquez. ¿Qué querían, conocerse en Ya.com y ponerse a hablar de Houllebecq? Yo ni siquiera me he leído jamás un libro de Houllebecq. Fuimos bastante felices. Creo que yo más que ella, pero no sabría decirlo porque yo soy la clase de persona que disfruta de los momentos después, cuando los recuerda, en casa, lo vengo diciendo desde el principio. Una clase de persona muy peligrosa, por otro lado, porque parece que, como Joaquín Phoenix, tuviera que repetir todo el rato “Sigo aquí, sigo aquí”.
Pero supongo que el personaje –mi personaje-sí puede resultar atractivo. Todos tenemos nuestro público, insisto, así que lo dicho: si no puedes ligarte a la persona, al menos intenta ligarte al avatar.
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