Simulacro de sortilegios, de Emilio Adolfo Westphalen
SIMULACRO DE SORTILEGIOS (Antología poética), de Emilio Adolfo Westphalen.
Por Rosa Fabuel de Mora
«Porque sólo el silencio sabe detener a la muerte en los umbrales/ Porque sólo el silencio sabe darse a la muerte sin reservas.»
Era un niño reservado y silencioso al que en el patio del colegio le dijeron un día «Tú vas a ser poeta», y quizás así consiguiera salvar su almuerzo o un atropello, pero sin duda, aquella ocurrencia tenía más de maldición que de buenos presagios. Los que conocieron a Emilio Adolfo Westphalen (Lima, 1911-2001) insisten en su laconismo: era un hombre con un cargamento de elipsis y puntos suspensivos, que cuando hablaba nacía otro silencio, y que se hizo poeta porque vio en la poesía la misma esperanza y falta de resignación que en el amor o en la revolución.
Simulacro de sortilegios es una antología poética del limeño Emilio Adolfo Westphalen, que como otros compatriotas contemporáneos suyos (César Moro, Jorge Eduardo Eielson, Javier Saloguren, Blanca Varela o Carlos Germán Belli) quedó eclipsado por la sombra alargada del poeta peruano por excelencia: César Vallejo.
Wetsphalen quedó prendado en su juventud de las vanguardias, sobre todo y como todos, del dadaísmo y surrealismo, aunque a veces actuara contra ellas (escribió con Cesar Moro un manifiesto contra Huidobro, El obispo embotellado). La tradición y la contradicción también eran ingredientes vanguardistas; en las citas que encabezan sus poemarios observamos sus predilecciones: San Juan de la Cruz y los poetas franceses desde el romántico Nerval hasta el surrealista Breton, pasando por los simbolistas y malditos Beaudelaire y Rimbaud. Sus primeros poemarios, breves, aparecieron en los años treinta (Las ínsulas extrañas, Abolición de la muerte) y hasta cuarenta años después no volvimos a tener noticias suyas, algo normal según el autor que afirma, no falto de ironía, que se escribe poemas en la juventud y en la vejez y, entretanto, hay que ganarse la vida. Ganarse la vida como diplomático, por ejemplo, puesto del que le excluyeron por defender la República española, o como traductor en Naciones Unidas, o aprovechando las subvenciones de la Universidad de Ingeniería para dirigir la revista Amaru.
El poeta peruano nos abre tres heridas: la del amor, la de la muerte, la del silencio. Y tengo que decir que lo comprendo aunque no sepa bien qué quiere decir. Cuando se ha perdido la fe en el lenguaje como comunicación, cuando todo parece equívoco y ambiguo, cuando la palabra sólo puede llevar a la con-fusión, la única fianza es la intuición ternura del silencio. Y el silencio se hace silencio, nos dice. Su palabra lucha para salir del silencio y volver a sumergirse en él. Inseguridad, olvido, presentimientos, emociones son la única certeza de ser, en su música callada, en su soledad sonora. Quizás su poemario más sorprendente es el primero Las ínsulas extrañas, verso del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. Y es quizás también donde es más visible su inconformidad con el lenguaje. Las oraciones se fracturan en su indecisión, se descomponen y se reforman y se repiten y no se agotan en su contradicción en “un no sé qué que quedan balbuciendo”. Paralelismos, repeticiones, juegos de palabras, hipérbatos, gerundios, frases nominales, incompletas e intermitentes que se coronan con enumeraciones recopilatorias al estilo gongorino en que intenta abarcarlo todo para volver a la nada. A la intuición silenciosa. Aunque su poesía es descriptiva desacredita al adjetivo en el temor de que no defina o mienta: así hay un cielo cielo en un cielo fuego o un fuego agua o un fuego último fuego. Quiere quedarse en la sustancia. Las palabras no son de fiar y menos las del poeta, ese místico mixtificador que las crucifica tras la pasión. La cruz de las palabras es que nadie las comprenda, que es la muerte, ¿que es el amor? No, el amor es Abolición de la muerte, su segundo libro, menos titubeante, donde el lenguaje empieza a recomponerse (con menos enumeraciones caóticas y sustantivos geminados), donde la realidad se hace a sí misma (un rayo de sol hace un rayo de sol, un desierto a un desierto, una sombra llama a otra), donde el preciosismo y la belleza del paisaje junto al esplendor y la desdicha del amor en sus corales, mármoles y porcelanas me lleva a pensar en un surrealismo del Siglo de Oro. En Belleza de una espalda clavada en la lengua, Porciones de sueño para mitigar averno o Ha vuelto la diosa ambarina, sus libros (entre otros) publicados sobre todo en los noventa (obsérvese la esplendidez de los títulos), deja atrás el descuido sintáctico pero no la dicción antirrealista y, salvo magníficas excepciones, acorta su decir en una poesía que se entrega ahora en átomos de pensamiento piedra. Sin olvidar su temática anterior, lo que más le interesa ahora es la verbalización de su poética. La poesía, esa diosa ambarina, es una máscara incierta y confusa, un rayo que marca y subraya el vacío, metamorfosis de voz subterránea. El poeta es un ser efímero que se oculta tras el poema, al que escogen las palabras para sus zarandeos o autos de fe, es un médium rendido al capricho de las palabras, un simulador de sortilegios.
Poeta y ensayista peruano nacido en Lima en 1911. Realizó estudios básicos en el Colegio Alemán de Lima y posteriormente ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos donde obtuvo la Licenciatura en 1932. Es uno de los más importantes poetas surrealistas de su país. Participó y contribuyó al enriquecimiento de la cultura peruana, dirigiendo las revistas Las Moradas, la Revista Peruana de Cultura y Amaru. Trabajó además como traductor para las Naciones Unidas y ocupó el cargo de Agregado Cultural de la Embajada Peruana en Roma. En 1977 obtuvo el Premio Nacional de Literatura; en 1991 recibió un Homenaje de la Universidad de Salamanca; en 1995 obtuvo Las Palmas Magisteriales, la Orden del Sol y el grado de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional. Entre sus libros publicados figuran: Las ínsulas extrañas (1933), Abolición de la muerte (1935), Arriba bajo el cielo (1982), Amago de poemas de lampo de nada (1984), Ha vuelto la diosa ambarina (1988), y La poesía, los poemas, los poetas (1995). Falleció en el año 2001.
Colección Signos.
Huerga y Fierro Editores, Madrid, 2009.
308 páginas. 18 Euros.
ISBN 978-84-8374-783-4
Como siempre, una excelente reseña de poesía realizada con gran sensibilidad por Rosa Faubel.
¡Enhorabuena!
Esta vez nos acerca a un autor clásico hispanoamericano, pero a la vez minoritario, oculto por un siglo de obras, autores y sombras.
Pero, por lo que nos avanza la reseña, se trata de un libro antológico de poesía verdadera, digna de no ser olvidada, que merecerá la pena leer.
Gracias por invitarnos a leer poesía, sobre todo a los que somos tan perezosos de acercarnos a ese género.