«Hervir un oso», de Jonathan Millán y Miguel Noguera
Se podría empezar de varias maneras una reseña de Hervir un Oso. La primera que me viene a la cabeza sería discutir si es o no un cómic, o tal vez comparar su sentido del humor con el de los surrealistas (más en la línea de Pepín Bello que en la de Dalí), o incluso invocar la ternura cruel de los relatos de Roland Topor para intentar explicar la fascinación que este libro produce incluso, o mejor dicho, sobre todo, después de varias lecturas (me confiesa una amiga que, este último mes, lo ha leído cinco veces). Sería tentador buscar así un sentido a la delirante sucesión de temas que plantea Hervir un Oso: gatos que dirigen con su mente un área de servicio en los Monegros, la posibilidad de viajar en el tiempo con solo mirar un perro, larguísimas series de televisión en las que no ocurre absolutamente nada, la inquietante posibilidad de que alguien pinche música de Lost en la boda de tu hija o el hecho probado de que, en el año 2232, Cuéntame se convertirá en una serie de ciencia-ficción.
De poco serviría recurrir a un juego de comparaciones para explicar qué es Hervir un Oso, o por qué no se trata de una simple colección de chistes gráficos, algunos de ellos a primera vista incomprensibles. Sin embargo, hay una que no puedo resistirme a mencionar: dentro de su modestia, este intento de Jonathan Millán y Miguel Noguera por construir un catálogo de lo imposible, recuerda poderosamente al reto lanzando por Borges en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: el escribir una enciclopedia sobre un mundo desconocido en la que pueda encontrarse “una relación de sus arquitecturas, del pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia teológica y metafísica”. A finales de los 70, el italiano Luigi Serafini, recogió el guante de Borges dibujando y escribiendo dicha enciclopedia en un lenguaje alienígena que cuarenta años más tarde aún nadie ha podido descifrar.
Igual de indescifrable que aquel Codex Seraphinianus es Hervir un Oso, por mucho que esté escrito en castellano y por mucho que sus temas nos resulten familiares. Hervir un Oso es también, en cierto modo, una enciclopedia de un mundo alienígena, pero su enorme originalidad reside en que el mundo del que habla es el nuestro, si bien visto con ojos extraterrestres que ponen de manifiesto las fascinantes paradojas que hay detrás de las cosas más triviales. Si pudiéramos viajar al Barroco comprobaríamos que la gente es diferente a nosotros por su forma de vestir, pero si pudiéramos ver un perro del siglo XVII no seríamos capaces de distinguirlo de un perro del siglo XX; cada vez que miramos un perro, por tanto, estamos viajando en el tiempo. Si en el 2008, después de siete años de emisión de Cuéntame, han pasado nueve años para la familia Alcántara, en algún punto del futuro ambas líneas temporales se encontrarán y la serie dejará de ser una crónica de nuestro pasado para convertirse en una crónica de nuestro porvenir. Y así, muchas más.
En realidad, la referencia a Borges es tramposa, pues Hervir un Oso está más cerca del humor absurdo de Muchachada Nui que de la locura enciclopédica de Luigi Serafini. Y quizá esta última y, una vez más, inútil comparación, sí que sirva al menos para sugerir por qué Hervir un Oso va más allá del chiste trivial. El hecho de que alguien decida escribir un libro sobre la posibilidad real de viajar en el tiempo mirando un perro o viendo una serie de televisión me resulta tan inquietante como el que Ciorán, disfrazado de Joaquín Reyes (¿o es al revés?), interrumpa la redacción del Breviario de la Podredumbre para contestar emails de spam, creyendo que realmente puede con ello hacerse multimillonario.
Si hacernos creer en lo imposible es la meta de la buena literatura, entonces Hervir un Oso debe contarse entre la mejor literatura, ilustrada o no, que se ha editado este último año.
Roberto Bartual (roberto_bartual@hotmail.com)
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