«18 ciervas», de Rosana Acquaroni
Por Alberto García-Teresa.
Uno de los marcos ideológicos más poderosos para anclar los mandatos de género (y su consecuente desigualdad en detrimento de las mujeres) es el mito del amor romántico. Anhelo, entrega, supeditación, permisibilidad y sumisión son las hebras que crecen y atan desde él. 18 ciervas, el último poemario de Rosana Acquaroni (quien hizo una extraordinaria indagación en la dimensión política de la relación familiar en su entrega anterior, La casa grande), parte desde el dolor y la angustia de quien ha conseguido salir de una relación, probablemente, posibilitada por esa idealización patriarcal para, finalmente, celebrar la dicha de un amor pleno, maduro, apegado a la realidad, compartido y comunicado con alegría y serenidad.
Con todo, 18 ciervas destaca por su sobriedad, por la contención y por la delicadeza para abordar la cuestión amorosa y una ruptura tras una, según se intuye en el texto, larga relación. Precisamente para conseguir esa delicadeza, el poemario despliega un poderoso compendio de imágenes que se basan en la naturaleza. Además, sirven para construir una atmósfera de revelación, sugerencia y trascendencia. De hecho, la relación con los animales (que siempre aparecen singularizados, incluso con una pequeña historia esbozada, y con quienes el “yo” entabla un diálogo en una relación de igualdad) siembra un sendero para salir de la individualidad y convocar una mirada sincera y amplia con el entorno natural. Planean dichas imágenes con algunos ecos oníricos, con las cuales la poeta subraya su dimensión lírica.
El libro explora sensaciones y sentimientos de un movimiento personal que se inicia con una toma de conciencia, prosigue con el desconcierto y el dolor, la liberación y, tras unos pocos poemas, seguidamente, se adentra en una nueva etapa de ilusión, búsqueda y gozo. Pero el poemario no mantiene un relato cronológico. Además, en cada pieza, se cruzan recuerdos y la proyección de deseos y fantasías. Los textos se enuncian, entonces, desde un “yo” que se dirige a un “tú” (la persona amada) mediante un tono confesional, dando a conocer sentimientos que simulan no haberse compartido con él antes (como detalles de la relación anterior, por ejemplo). Se escriben, por tanto, con la perspectiva del amor dichoso, correspondido, que descubre las pistas y los primeros pasos de un camino dubitativo pero emocionante. En cualquier caso, me parece significativo remarcar el tramo de composiciones en los recoge la violencia machista que sufrió el “yo” poético de su ex-marido. Porque, como nos recuerda permanentemente Pamela Palenciano, “no sólo duelen los golpes”.
Esas claves puede que sean algunas de las aportaciones más relevantes de este poemario de amor (una temática tan complicada de abordar sin caer en reiteraciones y caminos trillados): el distanciamiento y un lenguaje y una imaginerías muy ricas, que salvan la mera afirmación del amor para descerrojar la asociación surrealista, la plasticidad y la intuición como vía de comprensión lectora. También, a pesar de la singularización en el “yo” y el “tú”, el difuminado del relato personal, biográfico, a favor de la confección de una atmósfera con dos sugestivos personajes. No hay frialdad, sino distancia, en estas piezas. Y un concienzudo trabajo de cincelado poético que otorga a estas páginas personalidad, tensión y complejidad. Quizá, no se trate de un libro sobre sentimientos sino sobre procesos, y ahí radique la brillantez de su enfoque.
Rosana Acquaroni
18 ciervas
130 páginas
Bartleby, 2023