“Yo también anochezco”, de Carmen María López López 

Por Mario Álvarez Porro.

Cuando Cecilia, la menor de las hermanas Lisbon en Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides, le espeta al médico que la atiende, tras su primer intento de suicidio, que «está muy claro, doctor, que usted nunca ha sido una niña de trece años», queda patente el orgullo con el que realiza tamaña afirmación de su individualidad. 

Carmen María López López (1991, Murcia), doctora en Literatura Española por la Universidad de Murcia y profesora titular de Teoría de la Literatura en la Facultad de Filología de la UNED, compagina desde hace más de una década su labor docente e investigadora con la escritura creativa. Sus obras han sido distinguidas en certámenes literarios como los siguientes: Premio de Poesía Albacara (2008), XXIV Premio de Narrativa Encarnación Martínez Barberán (2009), VIII Premio de Narrativa Ana María Aparicio Pardo (2010), Premio de Poesía de la Universidad de Murcia (2011) o Premio CreaMurcia de Literatura (2018). En su último libro, Yo también anochezco (2024), Premio Complutense de Literatura 2023, logra dar voz a la sentimentalidad atemporal de aquellas «muchachas pálidas o vírgenes suicidas», que una vez tuvieron dieciséis años y, sin perder en ningún momento la aguda conciencia de su individualidad, pues sabían, a pesar de su juventud, de su prematuro anochecer, tomaron la palabra sin esperar a que nadie las cantase para traducir a Virgilio: «Rebobino mi vida: / muchachas melancólicamente prematuras / nacidas para gritar / no, Virgilio no ha muerto».

Desde un original punto de vista, el conjunto poemático, en el que destaca la silva polimétrica ante la necesidad de dar libertad suficiente a una voz lírica que alterna entre la conciencia femenina colectiva, por medio del plural sociativo, y el yo poético que se particulariza del resto, atiende a una estructura bipartita precedida por dos citas, una de Jorge Luis Borges – «Mis noches están llenas de Virgilio»– y otra de Francisco de Quevedo – «Y escucho con mis ojos a los muertos»– a modo de claves interpretativas para cada sección.

La primera parte, titulada MUCHACHAS QUE TRADUCEN A VIRGILIO, está constituida por diecisiete composiciones a las que correspondería la cita de Borges y donde el autor romano sirve ahora de guía a estos «proyectos de muchachas y una vida en borrador» que se sueñan a través de la oscuridad de la Noche en oposición a la trampa en que se ha convertido la Vida. Se inicia, precisamente, con un poema con ecos a Jaime Gil de Biedma titulado PERO QUÉ BELLA TRAMPA: 

«Nos gustaba vivir. Era tan dulce

vivir, solo vivir, beberse toda

la vida

y de un solo trago

beber, seguir bebiendo

de tantos esplendores

que no importó el después».

Porque no hay nada más definitivo que la muerte y, por tanto, toda vida es solo un borrador, y es por esto que quizá traducir sea una forma más de huida, ya que «la pira funeraria está en tu cuerpo de muchacha terrible»:

«Y tú te vas también, con ellos tú

también huyes del mundo y traduces

con fiebre de existir mientras el sol

cae oblicuo, entre el pupitre y tu pelo». (ENEIDA)

Muchachas melancólicas y pálidas que traducen la Eneida en el siglo veintiuno (LOS OJOS DE VIRGILIO) y cuya vida es como un fotograma de una de esas películas que ya no quedan (AMERICAN BEAUTY), llegando incluso a interpelar a Sylvia Plath sobre la escasez de «películas que enciendan mi cerebro / de hogueras y preguntas» (VULGARIDAD SAGRADA). Se trata, pues, de seres inadaptados que aprendieron prematuramente haciendo suyas la fiebre y la vida: 

«Y así la vida,

como las fiestas, los vasos y los besos,

se tragó nuestros sueños,

decapitó nuestras ansias

de ser sobre este mundo» (LA FIEBRE Y LA VIDA)

Llegando inclusive a apostrofar angustiosamente, como Alejandra Pizarnik, a la misma Vida a causa del repentino desapego que el mundo les demuestra:

«¿Qué has hecho de mí,

qué has hecho conmigo,

ya no me quieres, Vida?» (MONOMAQUIA)

Muchachas que al fin son una sola, contemplándose en todas sus posibilidades, debatiéndose entre los sueños y la realidad, entre el pasado y el momento actual, una canción eterna donde todas las voces son una sola que se susurra a sí misma: «si te atreves vuelve a soñar tu vida» (CARMEN PERPETUUM)

Voz poética que evidencia la presencia directa de la propia autora, sobre todo en los cinco poemas titulados RELECTURA/BALBUCEO/BORRADOR, ya que vertebran el poemario a modo de fluir de la conciencia, rectificando a cada página lo ya dicho, y aunando además creación y teoría como se constata en composiciones de naturaleza metapoética como TRISTIA, NO o ALABANZA, donde se precisa la esencia de la poesía a través incluso de una negación categórica: «no es un poema, no», «si no tiene dientes / ni te muerde / la piel hasta sangrarte / toda tu alegría» (NO)

En su segunda parte, titulada LOS OJOS DE LOS MUERTOS, formada tan solo por ocho composiciones a las que correspondería la cita de Quevedo, una sinestesia que subraya el indiscutible valor que la autora confiere a las referencias culturales que enriquecen el significado global del discurso intimista, se centra en la necesidad de hundirse en la Noche como paso previo e inevitable a la creación (CUCHILLO SEA LA NOCHE), así como el leer a quienes se hundieron anteriormente en la Noche mucho antes que tú: 

«Sí, he mirado los ojos de los muertos.

Los he mirado y me han mirado a mí.

¿Y qué he sentido? Miedo». (LOS OJOS DE LOS MUERTOS)

Sostener la mirada de los muertos produce tal efecto, porque «yo también soy el río, allí donde va a morir lo oscuro» (MEDITACIÓN EN ROJO) convirtiéndonos a todos en seres degollados que, citando a Quevedo, «en el hoy y mañana y ayer, junto pañales y mortaja»: 

«Útero y ataúd son una misma

oquedad

en dos edades distintas» (TODAS ESAS TIJERAS DE MI VIDA)

La sección concluye con un poema titulado LOS ARTISTAS MUERTOS, donde se interroga  de forma continuada a algunos de esos referentes de la autora que ya no están para poder responderle, y así acabar de la única forma posible:

«Igual que los artistas muertos,

igual que el mundo en su tarea infalible,

yo también anochezco»

Para Carmen María López López, escribir es amoldar la riqueza de la tradición a la voluntad de la inventio, ordenar el mundo y no crearlo, vistiendo así la obra de lenguaje y dotándola de una riqueza sustancial. Las referencia culturales que nutren Yo también anochezco son muy numerosas, pues van desde el cine (American beauty, Hierro 3, 21 gramos, La vida de Adèle, Six Feet Under o Kill Bill), pasando por la música (Cat Stevens, Alice Cooper, Dolores O’Riordan o Kurt Cobain), la novela y el ensayo (Georges Bernanos), hasta la misma poesía (Amalia Bautista, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Rilke o Anna Ajmátova y Osip Mandelstam, pertenecientes estos últimos al acmeísmo ruso).

No es de extrañar, entonces, que la obra responda a un estilo coloquial, vistiéndose de un lenguaje claro y preciso que sirva para mostrar la evidente preocupación de fondo por lo efímero de la existencia y lo volátil de la identidad en el transcurso del tiempo. Todo esto sustentado en un exhaustivo empleo de anáforas, paralelismos, polisíndeton, enumeraciones, apóstrofes y preguntas retóricas que le confieren un mayor énfasis al discurso poético, logrando así aumentar la melancolía y la angustia de su tono.

Yo también anochezco se encuadra dentro de las poéticas de la creación como proceso, donde Carmen María López López se interroga antes, durante o después partiendo de un marcado intimismo que va de lo general a lo particular, del nosotras al yo, y donde se aúnan tradición y creación al ir escribiendo y corrigiendo a la vez, traduciéndose a sí misma, entendiendo la poesía como un absoluto testimonio de su propia individualidad, aunque ello duela. Aunque ello suponga anochecer.

One thought on ““Yo también anochezco”, de Carmen María López López 

  • el 13 julio, 2024 a las 8:53 am
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