“Los descalzos. Poesía completa (1976-2023)”, de Francisco Javier Irazoki

Por Jesús Cárdenas.

El discurso poético es capaz de revelar no sólo los principios estéticos sino también los éticos. Lo afirma Fernando Aramburu en las palabras previas a Los descalzos. Poesía completa (1976-2023) de Francisco Javier Irazoki: “la poesía consuma la construcción moral del hombre”. Algo más de medio siglo dedicado al cultivo de la poesía, el poeta navarro cierra la aventura lírica, donde se prolonga más allá del lirismo un cuestionamiento de la realidad desde un posicionamiento humanista. Se publica en la editorial que más apostó por su obra, Hiperión.

Adquiere valor este conjunto lírico, precedido por la antología amplia, Palabra de árbol en la obra poética de Irazoki. Se muestra en el libro, voluminoso, distintas etapas en las publicaciones a lo largo de diferentes décadas, entregándonos a los lectores una trayectoria orgánica y coherente. A saber, seis libros de poemas: Árgoma (1976-1980), Desiertos para Hades (1982-1988), La miniatura infinita (1989-1990), Retrato de un hilo (1991-1998),  La nota rota (2007) y Ciento noventa espejos (2016); más tres volúmenes de poemas en prosa: Los hombres intermitentes (1999-2003); Orquesta de desaparecidos (2007-2014) y El contador de gotas (2016-2019); además de las últimas composiciones escritas, Música incinerada (2019-2023), en la que vuelve a combinar los dos cauces expresivos líricos: prosa y verso. En página y media final vemos también un listado de agradecimientos del autor. “La poesía es una manera de ser persona”, según Irazoki.

Como sabemos del autor, son relevantes las coordenadas espacio-temporales (Lesaka, Pamplona, Benarés, Nueva York y París), que configuran un diario lírico íntimo, donde alternan el tiempo de la infancia y primera juventud con el presente.

El discurso poético de Irazoki es realista, aunque con anclaje en símbolos e imágenes surrealistas durante la primera época, el de una juventud vivida, con melenas al viento, amigos, de apego a la experiencia íntima. Las imágenes y los símbolos evolucionarán hacia un tono más sombrío y pesimista, donde la memoria volverá al suelo pisado.

Más allá de cuatrocientas sesenta páginas de poemas, reconocemos la moral de un hombre abierto a la compasión y a la bondad, alejado del odio y del rencor, pero nunca del olvido; una actitud ética ante las experiencias vividas, como un caudal que termina por empapar a los lectores. El poeta contempla en primera persona sus vivencias, con una andadura narrativa, las composiciones avanzan desde la libertad que radica en la expresión alcanzando altas cotas de sensibilidad y temblor. Uno de los lugares recurrentes por el poeta afincado en París es titular el libro a partir de un poema representativo del mismo.

Las primeras composiciones transmiten el aire rebelde de un poeta de veintipocos. Se nos muestra apasionado por la música (música clásica, rock, blues y jazz). A la melodía le dedica versos y composiciones a lo largo de toda la vida. Su poder lo deja mudo, casi sin palabras: “La música es una ciudad helada / con callejas iluminadas de vértigo”. Esos años quedarán impregnados en el alma de Irazoki. A propósito, nos conmueve el suceso trascendental de la muerte de su hermana Nica en “Habitación 306”: “estoy inmóvil / no entiendo cómo no han prohibido morir a los 25 años / y han dejado al hombre mudo ante el eco impenetrable / de los días”.

Las enseñanzas vividas por Irazoki son filtradas a través de la memoria (“regresé despacio a las fotografías”) todavía con un tono sombrío y pesimista hasta quedar en una expresión que serpentea desde la desnudez (“Amé, fui rechazado y desaparecí”) a la asociación ilógica (“Vino la vejez montada sobre un banco de peces”). Algunas composiciones transmiten la pobreza de niño, además de las lecturas y los primeros amores de adolescente. Así dejaba escrito en “Palabra de árbol”: “Los otros niños crecieron descubriendo aventuras. Para mí, crecer fue sentir el paso del tiempo al escuchar los mensajes que un muerto me enviaba desde sus frutos”.

Una de esas primeras enseñanzas que transmite en la segunda época de su trayectoria, que se inicia con Los hombres intermitentes, se hila en la conciencia de la muerte. A este propósito léase “Muerte transitable” y “Lección de pájaros” cuya conclusión nos deja casi paralizados: “Vi pronto la sombra, aunque blanca, y el vuelo frágil que quería esquivarla”. El proceso de reconstrucción de la realidad somete a la imagen que él tiene de poeta. En “La noche en que me dolieron las ventanas” las metáforas conducen a un ser herido por su desazón: “He crecido por culpa del dolor”.

Sabemos por poemas como “El bosque asfaltado” que el viaje iniciático, el traslado de una ciudad a otra nutren al ser de vivencias, y de su singular e individual experiencia llega hasta nosotros, como leemos: “me convenía recorrer a solas mi camino de pequeño coleccionista de asombros”.

Cuando se vuelve a lo vivido, en el recuerdo va implícita una lección de vida. En el hermoso texto que es “Visitantes” deja su impronta poética: “la poesía no es […] sino una intensidad de la mirada que despierta a la conciencia”. Deja entrever Irazoki en composiciones como “Portal 1”, “Último verano” o “Bandada de tijeras”, entre otros, que su refugio se halla en los libros, exhibiendo sus preferencias lectoras. En sus palabras guarda sentido homenaje a Sánchez Rosillo, César Vallejo, Ajmátova, Borges, Cernuda… Asimismo, aporta una nómina variada de intérpretes musicales: Janis Joplin, Jimi Hendrix, Leonard Cohen, Billie Holiday, Charlie Parker, Mahler, los músicos sin nombre, etc. No olvidemos las referencias cinematográficas. Todo estas referencias nos provocan un caudal de conexiones artísticas, que son propias de un escritor comprometido, además de con la realidad experimentada, con el arte.

La propuesta ética de Irazoki parte de la abominación de la intolerancia para abrazar el reencuentro, donde “el perdón sea más fuerte que la herida”. Hay en su ofrecimiento recopilado en varias composiciones una influencia innegable de uno de sus autores predilectos, del que cita libros y palabras: “Albert Camus define así a la persona rebelde: Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento”.

Avanzada la composición “Música incinerada” en el libro Orquesta para desaparecidos, es traída a la última, de título homónimo. La historia de un músico ambulante, un virtuoso que no prefiere figurar en los créditos, que antes de desaparecer le deja un cedé con unas notas y silencio: “El anonimato formaba parte de su concepción de la belleza y puso la excelencia artística en las terrazas, el metro, los clubes, la calle. Ningún triunfo ajeno lo hería”.

Vuelven a las últimas composiciones, rostros de la niñez, personas queridas, el balón de reglamento. En “Brindis errante” concluye con la celebración y voluntad de creencia humanista: “La caravana de proscritos es mi faro. / Ante sus luces quemadas / brindaré por los hombres”. Quedo el recuerdo de tantas y tantas personas que han luchado por sobrevivir, por la creencia en la libertad, como el de la familia de Seghir en “La sombra de los trenes”. Uno de los mejores, “Primeras dosis”, donde repasa un viaje iniciático desde la incertidumbre a la certeza: “Una mujer fue la grieta / para introducirme en la realidad / y segar la culpa”. Estos versos enlazarían con las dos composiciones escritas a Bárbara, que resultan de una contenida y pura emoción. Además de las canciones y los poemas, esa mujer fue su santuario.

Por último, hablamos de una ética profundamente humana al referirnos a Francisco Javier Irazoki: “Arrojar piedras de ética / a un muro de silencios. // Ser un sonido leve / fuera de los coros”. Su poesía se prolongará como expresión desnuda y esencial, enriquecida por imágenes y símbolos, con su expresión de asombro intacta.

 

Los descalzos. Poesía completa (1976-2023)
Francisco Javier Irazoki

Madrid, Hiperión

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