“Vidas perfectas”, de Benoît Dellhomme

JOSÉ LUIS MUÑOZ

En 2018 se estrenó una cinta belga de intriga bastante atractiva titulada Duelles, de Olivier Masset-Depasse, sobre como un drama terrible se interpone entre dos vecinas y amigas y hace que su relación se tambalee. Para quien no haya visto este filme, Vidas perfectas, que debería haberse llamado Instinto maternal, el título original que le va como anillo al dedo —pero es que ese era el título con la que se estrenó el thriller belga en España— puede ser una muy agradable forma de pasar el rato y sufrir un poco.

Alice (Jessica Chastain) y Celine (Anne Hathaway), son íntimas amigas además de ser vecinas, y modelos de amas de casa en una Norteamérica de los años 60 que acaba de votar a John Kennedy para presidir el país. Su vida perfecta en compañía de sus hijos pequeños, que siempre juegan juntos, en una de esas urbanizaciones de clase media en donde parece reinar por decreto la felicidad, se ve alterada por un trágico accidente que cambia por completo su relación y las hace desconfiar una de otra.

Vidas perfectas, que retrata esa sociedad patriarcal del momento, con respectivos maridos de Alice y Celine, Simon (Ander Danielsen Lie) y Damian (Josh Charles), algo anodinos de los que el espectador solo sabe que llevan el dinero a casa, se quitan el sombrero al llegar al hogar y se encuentran con un vaso de whisky de bienvenida entre las manos servido por sus glamurosas esposas, va enrareciendo su atmósfera a partir de ese trágico accidente que todo lo cambia y sucede a los diez minutos de empezar el filme.

Hay que alabar el buen gusto del vestuario, la fidelidad del diseño de producción que pone sobre el asfalto esos enormes coches de época con alerones, una banda sonora de Anne Nikitin, que remite a los compositores clásicos de los años sesenta, la elegancia de la planificación y realización, muy clásicas como corresponde, y, sobre todo, el duelo interpretativo de dos actrices soberbias que cruzan sus espadas en este drama tenso que gira sobre la maternidad y resulta creíble en su crescendo y en su enloquecido desenlace. Uno se pregunta qué habría pasado si el proyecto hubiera caído en manos de un director norteamericano en vez de las del francés Benoît Dellhomme, director de fotografía que se estrena con esta película en el campo de la realización, y si habría alterado el final por otro más acomodaticio.

La historia, que bien podría haber sido escrita por Patricia Highsmith, por esa línea finísima entre el bien y el mal que traspasa una de sus protagonistas, y llevada a la pantalla por Alfred Hitchcock, nos hace cómplices de ese deseo maternal enloquecido de una madre devastada por la tragedia que es Celine y a la que Anne Hathaway da vida con un sobresaliente alto revelando unos registros dramáticos nuevos en ella. A Jessica Chastain ya se los conocíamos.

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