Todos los miedos, de Miguel Ángel González
Por Marta Marne de Leer sin prisa.
Cuando nuestro día a día sufre un giro, un cambio, se ve alterado por un acontecimiento traumático, ¿cómo gestionamos ese dolor? ¿Guardamos silencio y evitamos el tema para así enterrar ese episodio en el rincón más oscuro de nuestra memoria? ¿O tratamos de desahogarnos con personas que ni en un millón de años podrán ponerse en nuestra piel y comprender mínimamente cómo nos sentimos?
Todos los miedos aborda ese enfrentamiento al dolor y al desasosiego. Ese miedo a seguir adelante, a vivir con esa carga sobre tus hombros sabiendo que tu vida ya no volverá a ser igual. Y lo hace a través de dos historias independientes pero con muchos puntos en común.
El primero es el relato de Clara, una mujer que ha sido secuestrada y violada durante tres días para ser posteriormente liberada con múltiples lesiones. Tras este suceso debe volver a su rutina, a su marido, a su hijo. Ese hijo es quien nos narra los acontecimientos, cómo desde sus ojos adolescentes vive todo lo que sucede a su alrededor.
La segunda es la crónica de un enfermo terminal al que le quedan pocos meses. La historia está contada en primera persona en este caso, y observaremos los planes que tenía para su futuro, la soledad de su existencia que se vuelve cada vez más opresiva tan cercana a la muerte, su curiosa afición a atesorar datos cinematográficos en libretas y que compartirá con el lector.
A pesar de dureza de las dos vidas escogidas por Miguel Ángel González, el tratamiento es profundamente bello. Como nos indica en un momento de su texto, la vida está compuesta de pequeñas cotidianidades que son las que la constituyen. Como esos breves vídeos de Super 8 que algunos atesoran de su infancia y tan sólo enseñan pequeñas muestras de la historia de quienes las interpretan. Así es esta novela: una recopilación de momentos, de imágenes, de sensaciones sin más conexión que quien las protagonizan, pero que nos ayudan a tener una imagen de conjunto acerca de la persona de la que hablan.
Los recuerdos de los tebeos de la infancia, una huída del colegio buscando el punto más elevado de la ciudad, un aterrador coche de color blanco, las diferentes percepciones del tiempo cronológico, fotografías que sueñan con convertirse en los objetos que muestran, una chica con los ojos de un azul tan profundo que cuando parpadeaba se podía escuchar el sonido del mar.
Es curiosa la elección de los dos protagonistas por parte del autor. En el primer caso estamos ante una mujer cuya existencia no volverá a ser la misma, que nunca dejará de sentir temor de todo y de todos, que deberá mirarse cada mañana en el espejo y recordar a través de sus cicatrices lo que le sucedió y continuar su existencia con ello. En el segundo, estamos ante un hombre que en un breve espacio de tiempo dejará de sufrir esa agonía, que sabe a ciencia cierta que dejará de vivir con miedo a morir porque la cuenta atrás es muy palpable. Y a pesar de ser situaciones prácticamente contrapuestas no dejan de sentirse muy similares. La soledad ante lo que les acontece, la inseguridad, la incertidumbre ante lo que se les viene encima. En cualquier caso, Miguel Ángel González logra con sus dos testimonios crear una única novela, un conjunto de elementos dispares y aparentemente inconexos, un todo.
Todos los miedos se alzó con el prestigioso Premio Café Gijón en 2015, uno de esos galardones de los que uno aún puede fiarse de la calidad de la obra escogida, que surgió con la intencionalidad de encumbrar a los ganadores al nivel que los laureados con el Premio Nadal. Los padres fundadores fueron Fernando Fernán Gómez, Camilo José Cela, Gerardo Diego y Enrique Jardiel Poncela entre otros. Hoy en día el jurado está compuesto por José María Guelbenzu, Mercedes Monmany, Marcos Giralt y Antonio Colinas, bajo la presidencia de Rosa Regás, y la dotación es de 20.000 euros y la publicación por la editorial Siruela.