El don de Vorace, de Félix Francisco de Casanova
El don de Vorace. Félix Francisco de Casanova. Prólogo de Fernando Aramburu. Editorial Demipage. 269 páginas. 20 €.
Imaginemos por un momento que nos enteramos de que somos inmortales. ¿De verdad nos hemos planteado esto seriamente y nos hemos alegrado? ¿Alegrado de verdad? Basta que sepamos que no podemos morir para que se nos despierte la bestia y perdamos de vista las antiguas inquietudes y la preocupación por el futuro, para que nada nos importe realmente, incluso nosotros mismos, y nos incordie el aire que respiran los demás y envidiemos la vulnerabilidad del resto de la humanidad, y nos parezca estúpida con sus miedos y sus fantasías carentes de realismo. Esa debilidad despierta en Vorace, cuando descubre su don de la inmortalidad, una recalcitrante ironía, un sadismo que aumenta por momentos, una poderosa necesidad de abandonar el mundo regalándole una última patada. Así comienza su metamorfosis. Poco a poco la psicosis se va apoderando del personaje y empapándose de un surrealismo a lo Bosco: cuerpos que son masas deformes, caretas de animales sobre personas simples y absurdas, pájaros que caen, corazones que se mastican…
Su intención: vaciarse de todo para volver a empezar de cero. Todo es mera acumulación de datos sin sentido, de sentimientos que no son reales, como si todos los humanos fuesen animales que juegan un papel en una grotesca obra de teatro de comedia. Quiere arrancarse la piel de serpiente y volver a la pureza. Juega constantemente un teatro para ocultar el demonio que lleva dentro. La decepción y el aburrimiento cubren la anatomía del personaje, que obra sin interés por las cosas y acaba con ellas de un simple y llano manotazo; quitar del mapa a todo aquel que le conoce para comenzar de nuevo, asesinar a todo aquel que sabe de sus miedos y de su personalidad. Espíritu de provocación, escatológico, sexual, cínico y violento, un existencialista con tintes offbeat. Una liberación del personaje en su más pura esencia, me recuerda a Salinger y su ruta hacia la liberación personal. Y sorprenden las imágenes que cruzan sus palabras, son pura poesía: “Los gritos de Dámaso y la música de los judíos se van alejando como el ruido de un motor que cruza una ciudad desierta”; “árboles secos como guerreros cansados”; “la lluvia es una cadena de frágiles dedos que al romperse palpan la tierra… Como tristes caballos que nunca alcanzaron el río, mis ojos acaban por cerrarse”. Comparaciones completamente nuevas, metáforas innovadoras, nada manidas: “trozos de mi cuerpo temblaban como una serpiente agitándose tras ser rebanada en varias secciones. Música de cascabeles en el cerebro, murciélagos con campanillas de cristal abren las telarañas de mis ojos. ¡Yo qué sé!”. Imágenes recurrentes que nos dan pistas del estado penoso de su alma: un anciano trata de pasar de contrabando su alma por las puertas de la Eternidad… y finalmente tiene que cruzar la frontera abandonándola enclaustrada en una cajita de cristal. “Por mis tripas que estás loco, ¿tu espíritu cabe dentro de esta cajita de cristal? Tu cuerpo y el resto del cofre pueden pasar, pero está prohibido el contrabando de almas.”
Una novela diabólica, innovadora, un estilo al que no estamos acostumbrados, un lenguaje nuevo, directo, instalándonos en el escenario grotesco de su cabeza. Un libro escrito en trance, salpicado de pesadillas y deseos malsanos, la declaración de intenciones de alguien que ha perdido por completo los principios morales. Una auténtica parodia inverosímil que fascina desde la primera frase.
Félix Francisco Casanova (1956-1976) murió a los 19 años sumergido en su bañera por un escape de gas… Era un magnífico poeta, se le comparó por sus circunstancias (no por cercanía de sus textos), con Rimbaud, jóvenes rebeldes con un mundo retorcido en sus cabezas, una psicología de difícil definición, ángeles con rasgos diabólicos, miradas insostenibles y vidas truculentas con muertes tan drásticas como prematuras. Y una calidad en sus poemas difícil de creer en mentes tan jóvenes. Con El don de Vorace ganó el premio Pérez Armas de novela. La escribió en 44 días con tan sólo 17 años.
En otoño se publicarán, también en Editorial Demipage, su diario íntimo: Yo hubiera o hubiese amado, y su poesía, una selección de sus mejores poemas: Antología poética. Cuarenta poemas imprescindibles.
El poeta es como este príncipe de las alturas
que asedia la tempestad y se ríe de las flechas,
desterrado en el suelo, entre burlas,
sus alas de gigante le impiden andar.
Charles Baudelaire