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Lyonel Feininger y los Niños Kin-Der. Aires expresionistas, viñetas cubistas.

Por Rubén Varillas.

En la sección de arte de Vanguardia del Museo Thysen Bornemisa, entre Picassos, Klees y Braques, nos topamos con un cuadro de 1907 titulado El hombre de blanco. En él, descubrimos a un estilizado paseante, elegantemente vestido, con sombrero negro, corbata roja y fumando de su pipa. El personaje recorre meditabundo las calles de una ciudad nocturna. Para una buena parte de la crítica el protagonista del retrato no es otro que el mismo Lyonel Feininger, autor de la obra. Otras interpretaciones señalan que se trata de William Randolph Hearst, el magnate de la prensa estadounidense de finales del S.XIX; aquel célebre «ciudadano Kane», que recreara Orson Welles.

Como Hearst, Lyonel Feininger también era estadounidense, pero siendo muy joven se desplaza a Europa, a donde le conducen sus orígenes alemanes. Allí, después de diversas estancias en Alemania, Francia y Bélgica, se abre camino como pintor vanguardista. Primero, gracias a su adscripción al movimiento expresionista y, más tarde, con su serie de paisajes urbanos de clara influencia cubista.

En 1919, cuando Walter Gropius decide poner en marcha la Escuela Bauhaus en Weimar, cuenta con un Lyonel Feininger (que ya tiene 48 años) entre sus miembros fundadores (junto a Johannes Itten, Gerhard Marcks y el propio Gropius). Aunque durante bastantes años el papel de Feininger en la Bauhaus sería poco relevante (se encargó sobre todo del taller de impresión y su labor docente fue muy limitada), fue el único miembro que permaneció en la Escuela desde su fundación hasta su clausura en 1932, debido a las presiones nazis. En ella, compartió años de magisterio y creatividad con genios como Paul Klee, Wassily Kandinsky o Mies Van der Rohe y en ella terminó también, como alumno primero  e impartiendo docencia más tarde, su hijo, el fotógrafo Andreas Feininger.

Antes de todo eso, durante sus primeros años en Europa, Feininger había sido autor de cómics. Trabajó para publicaciones alemanas como Ulk o Das Narrenschiff. Con su ingenio y su estilo caricaturesco, adquirió cierto prestigio. Y fue esa la principal razón que condujo al Chicago Daily Tribune a incluirlo en su plantilla, con la intención de revitalizar su suplemento dominical entre su amplia base de lectores de origen alemán. Feininger construyó su peculiar universo de ficción alrededor de un mundo de fantasía protagonizado por estrambóticos personajes, robots-sirvientes, vehículos animados, peces parlanchines y omnipresentes paisajes angulosos. Su serie comenzó el 19 de abril de 1906 y se denominó The Kin-der-Kids; en ella, Feininger demostró un talento inusitado para la composición de página y para la narración vertiginosa de aventuras con cierto aire slapstick. The Kin-der-Kids no llegó al año de duración. Fue sucedida por Wee Willie Winkie’s World (el 19 de agosto): las aventuras entre oníricas y alucinadas de un niño imbuido por ataques de imaginación sinestésica, que, cual infante Don Quijote, ve monstruos donde sólo hay rocas y mira a las casas y objetos como el que contempla vivísimos seres mitológicos. Feininger no dibujó más viñetas a partir de ese momento.

Pese a la brevedad de su obra y la incomprensión que ésta generó entre los lectores, gracias a estas dos breves series, el nombre de Feininger quedó escrito con letras de oro en la historia de los cómics. Su trabajo rezuma modernidad y, durante el breve lapso de tiempo que pervivieron sus dos series, éstas situaron al cómic en la línea de la Vanguardia artística que se estaba desarrollando en otros campos. De hecho, cuando Feininger decidió dedicarse a la pintura, lo hizo partiendo del momento artístico preciso en el que había dejado las viñetas. En su obra pictórica, descubrimos las mismas nubes poliédricas, los mismos edificios dislocados y la misma gama de personajes estilizados y angulosos que habitaban en The Kin-der-Kids o Wee Willie Winkie’s World. Aquel «hombre de blanco» que mencionábamos al comienzo de estas líneas bien pudiera haber sido uno de sus personajes comicográficos. No sorprende, por lo tanto, su parecido con el autorretrato que Feininger diseñó para presentar The Kin-der-Kids a los lectores norteamericanos en una plancha periodística del 29 de abril de 1906.

Ahora, por vez primera, tenemos la ocasión de disfrutar de una edición en español de este trabajo seminal del cómic universal. Todo ello, gracias a Manuel Caldas, restaurador y rescatador de tebeos clásicos. Su trabajo, esforzado y minucioso, ha conseguido sacar a la luz una edición de Los niños Kin-der como pocas veces se ha podido ver: con sus colores brillantes, iluminando esas «zonas oscuras» que mostraban versiones anteriores de la obra y en un impresionante tamaño de 33×44 cm (no tan lejos de los 45×62 cm en que se publicó originalmente la misma). A la espera de que Los niños Kin-der llegue a las librerías, la forma más sencilla de acceder a ella es a través de la propia página de Manuel Caldas. No dejen pasar la ocasión de redescubrir a un clásico de la casi inexistente Vanguardia comicográfica: «Uncle Feininger’s the limit».

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